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La agitada vida de Lord Snowdon, el cuñado díscolo de Isabel II

El exmarido de Margarita de Inglaterra gozó de una merecida reputación como fotógrafo de la Corte... y como mujeriego.

El exmarido de Margarita de Inglaterra gozó de una merecida reputación como fotógrafo de la Corte... y como mujeriego.
Lord Snowdon y Margarita de Inglaterra | Cordon Press

Este viernes ha fallecido en su residencia londinense Anthony Armstrong Jones, más conocido como Lord Snowdon, a la edad de ochenta y seis años. Estuvo casado durante dieciocho con la princesa Margarita de Inglaterra (de la que se cumplirán quince años de su muerte el próximo 9 de febrero), y fueron padres de dos hijos, David y Sarah. La Reina Isabel II fue informada inmediatamente después de producirse el óbito. A pesar de que hacía muchos años desde que Margarita se divorciara de su esposo, lo cierto es que la comunicación entre la Soberana y quien fue su cuñado nunca se había roto. Al fin y al cabo los dos hijos de la pareja son sobrinos de aquella.

La separación de Margarita y Lord Snowdon se veía venir, porque el caballero en cuestión arrastraba una bien probada fama de mujeriego. Y en aquel mismo 1978, año de su ruptura oficial con la hermana de Isabel II, Anthony Armstrong Jones contrajo segundas nupcias con Lucy Mary Lindsay-Hogg, dama con quien tuvo una niña, Frances, quien hubo de soportar tiempo más tarde las infidelidades de su seductor esposo, inasequible al desaliento cuando veía unas faldas que le atraían. Aquella vez fue tras la editora de la revista Country Life, Melanie-Cable Alexander, que le dio un hijo, Jasper.

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Lord Snowdon gozó de una justa reputación como fotógrafo de la Corte, Y además posaron para él todas las celebridades británicas y de otros países, atraídos por su buen gusto tras las cámaras. Al corazón de la princesa Margarita llegó de manera circunstancial, puesto que ella estaba antes que de él profundamente enamorada de un jinete inglés, el capitán Peter Townsend. Todos los tabloides británicos de la época, finales de los años 50, publicaban continuamente detalles de aquella enamorada pareja, haciéndose asimismo eco de que a la Reina Isabel, hermana de la princesa, no le hacía gracia aquel idilio. También las revistas europeas de sociedad, desde luego las españolas, contaban la historia de aquel romance, que parecía no iba a acabar en boda. Y no, no hubo enlace porque la Soberana se lo prohibió a su hermana menor, aduciendo motivos religiosos y otros asuntos de Estado. Y Margarita, que se había hecho planes románticos con el gran amor de su vida, hubo de obedecer, dócilmente. Lo que para aquellos periódicos ingleses y el resto de las publicaciones del corazón de todo el mundo supuso un mazazo también. Se acababa un noviazgo que había despertado el interés de millones de lectores.

Y entonces, Margarita se buscó otro novio, míster Anthony Armstrong-Jones. Un antiguo estudiante de Arquitectura, que luego devino en fotógrafo artístico, de buena familia. Tampoco al enterarse Isabel II de los nuevos devaneos de su hermana le pareció bien aquel pretendiente. Pero Margarita puso sus cartas sobre la mesa: o se casaba con él por las buenas, con la autorización regia, o se amancebaba a la antigua usanza. Esto último hubiera sido un escándalo. Y la Reina, cedió. No le quedaba otra salida ante el órdago de su hermanita, que a sus veintinueve años se veía ya para "vestir santos".

Tampoco le importó mucho a la novia enterarse de que Anthony era un redomado bohemio que frecuentaba los bajos fondos londinenses y había estado liado con una "vedette" llamada Sacky Chan. Y la Corte inglesa anunció finalmente los desposorios. Margarita se lo comunicó antes a Peter Townsend. Nobleza obliga. Y éste agarró tal cabreo que en tres meses decidió casarse también, con una novia repentina de nombre Marie Luce Jamagne. Otra vez los editores de las revistas rosas se frotaban las manos: tenían otro filón para forrarse. La gente se hacía cábalas. Tanto Margarita como Townsend se casaban por despecho, cada uno por su lado; como una venganza contra el destino. Los dos hombres eran bien distintos: el capitán, un tipo atildado, correctísimo, de refinadas maneras, en tanto el fotógrafo parecía diferente, más atolondrado, divertido, poco diplomático y desde luego enamoradizo, como luego quedaría harto demostrado. Las mujeres que se entusiasmaban con el relato de aquellos amores hubieran preferido otra boda, la de la princesa con el jinete, y no con el fotógrafo.

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La boda de Margarita de Inglaterra y Anthony Armstrong Jones, tendría lugar el 6 de mayo de 1960 en la abadía de Westminster, celebrada por el Arzobispo de Canterbury. Ni que decir que el boato que presidió el enlace estuvo a la altura que se esperaba. Sin embargo, no todo fueron parabienes puesto que de doce reyes reinantes únicamente acudió la Reina Ingrid de Dinamarca. ¿Razones? Que Isabel II no había querido acudir tiempo atrás a ninguno de los enlaces reales que se sucedieron. Y entonces, sus pares, le pagaron con la misma moneda. Fue una bofetada para los contrayentes, que no tenían culpa de nada. Otro asunto amargó aún más la dichosa boda. Y es que el Parlamento británico no aprobó los gastos presupuestados para la ceremonia y cuanto a ella concurría.

Tuvo que ser la reina madre quien de su bolsillo pagó lo que las autoridades inglesas no hicieron, para que los recién casados pudieran disfrutar de una feliz luna de miel. No obstante la ausencia de testas coronadas, como queda dicho, entre los invitados se encontraban conocidos personajes del mundo social y artístico, caso del escritor francés Jean Cocteau, el comediógrafo Noel Coward, la bailarina Margot Fonteyn, la actriz Leslie Caron…

Margarita de Inglaterra estaba radiante con su sencillo vestido realizado en organdí de seda. Curioso resulta contar esta anécdota, extraída de un relato de Jaime Peñafiel, cronista especial del evento. Resulta que el modisto Hartnell se había hecho asegurar una póliza mediante la cual de no celebrarse la boda cobraría ¡ciento sesenta y ocho millones de pesetas! La compañía de seguros pensó que la seriedad británica estaría por encima de todo y sería inimaginable pensar que la ceremonia no pudiese celebrarse. En los reportajes que siguieron a aquel acontecimiento podían encontrarse abundantes datos sobre los novios. Acerca de Margarita se contaba, por ejemplo, que hasta esa boda había tenido, a lo largo de doce años, nada menos que veintisiete novios, entre ellos un piloto de caza, un abogado, un granjero y hasta un pastor anglicano.

Los recién casados se embarcaron en el "Britannia", el yate real, con destino al Caribe. Entonces, podía asegurarse que los novios fueron felices y comieron perdices. Pero ya queda dicho que dieciocho años después, aquel amor quedó destrozado para siempre. Y quien fuera distinguido como Lord Snowdon se ganaría luego la vida como fotógrafo real. El divorcio no le supuso distanciarse de la Corte, aunque ya fuera de sus antiguas obligaciones oficiales. Todo eso es ya pasado, cuando su vida acaba de apagarse.

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