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Harald de Noruega, el Rey que prefirió una plebeya a la reina Sofía

Sofía de Grecia se decepcionó cuando Harald, que el martes 21 cumple 80 años, le dio calabazas.

Sofía de Grecia se decepcionó cuando Harald, que el martes 21 cumple 80 años, le dio calabazas.
Harald y Sonia | Cordon Press

Ochenta años cumple este martes, 21 de febrero, Harald de Noruega. Y no tiene el más mínimo deseo de abdicar, siguiendo por otra parte la tradición en la milenaria monarquía de su país. Únicamente se recuerda que hace unos años tuvo que ceder el trono momentáneamente por unas semanas a su hijo Haakon, a consecuencia de una operación cardíaca a la que hubo de someterse. Ya restablecido volvió a recuperar sus poderes.

Tiene este monarca de ojos azules, ya calvo, con una facha impresionante, alto y corpulento como un roble, una historia sentimental digna de una novela rosa. En la segunda mitad de los años 50, reinando su padre Olav V, los reyes Pablo y Federica de Grecia visitaron oficialmente Oslo en compañía de su hija Sofía. Los festejos que se sucedieron y en particular un baile de gala durante el que Harald y Sofía formaron pareja desataron en la prensa escandinava primero y en la europea en general después una oleada de informaciones dando por seguro su noviazgo. Lo que era mentira. Sofía tenía veintiún años y hasta entonces no había visto jamás al príncipe noruego. Lo que sí admitía ella era esto: "Yo sé que hubo muchos intereses para casarnos. Se provocaron encuentros, se hicieron cábalas…". Precisamente quien al parecer manejaba los hilos para que los dos jóvenes simpatizaran lo más pronto posible era la madre de Sofía. Hay que situarnos en la sociedad de esos años y sobre todo en la costumbre de las Cortes europeas en las que se organizaban casorios entre príncipes herederos con princesas en edad de merecer, que se decía entonces. ¿Mediaba el amor alguna vez? Es posible, pero antes que nada prevalecían los intereses de Estado, la necesidad de matrimonios que aseguraran la descendencia para que las distintas Monarquías pudieran mantenerse. Y, bien por motivos protocolarios, por viajes, fiestas, bodas de la nobleza, cierto es que Sofía de Grecia y Harald de Noruega se vieron en varias ocasiones y ella, muy posiblemente, creyó estar enamorada del príncipe, forjándose alguna ilusión impulsada por la reina Federica. Ni que decir que las revistas como ¡Hola!, dedicadas a personajes de la realeza nutrían sus páginas con elucubraciones acerca de un enlace que se daba por seguro. Hasta que él hizo saber a su presunta novia que no era ella con quien deseaba desposarse. Se mantiene la creencia de que Sofía no se tomó bien aquella inesperada decisión del príncipe noruego al darle, de una manera más o menos discreta, pero que supo todo el mundo, unas soberanas calabazas. Aunque cuando ha tenido ocasión de contarlo a algún periodista siempre ha mantenido que el único hombre de su vida ha sido Juan Carlos, al que siempre llamó familiarmente Juanito.

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La Familia Real noruega | Cordon Press

Ahora bien, detrás de aquella posible boda que nunca ocurrió también existen muy posibles razones del por qué se impidió: por dinero, sencillamente. ¡Ojo!, que al leer esto cualquiera creerá que uno escribe chismes improcedentes, sin sentido. Sepan nuestros lectores que, hasta hace no muchas décadas, existía la costumbre en todas las monarquías del mundo que la novia debía aportar una elevada dota a la hora de contraer nupcias con el heredero de una Corona. Y en el caso que nos ocupa Françoise Laot, veterana periodista de Point de Vue, investigó en su día para afirmar que Sofía no se casó con Harald porque su dote no complació al Rey Olav. El rey Pablo de Grecia solicitó del Parlamento griego y del Gobierno de Constantino Karamanlis una dote de cincuenta millones de francos, pero sólo le autorizaron la mitad, que es la que rechazó el monarca escandinavo. Si aquello fue así, e insistimos en la autoridad de la mentada colega y de su prestigioso semanario muy relacionado siempre con las Cortes europeas, habrá que reconocer que esos matrimonios de conveniencia, y con intereses económicos de por medio, merecen el desprecio de una sociedad que cada vez se ha ido sintiendo más alejada de los regímenes monárquicos, por muy democráticos que fueran entonces los de Grecia y sobre todo los de Noruega, si es que la historia sucedió como hemos contado.

Luego resultó que de quien estaba perdidamente enamorado Harald de Noruega era de una joven trabajadora de una fábrica de confección familiar, Sonia Haraldsen. El noviazgo entre ambos llevado con todo secreto surgió en 1959, pero procuraron que sólo fuera conocido por los más íntimos de la pareja. El príncipe hizo lo posible para que su padre, el rey Olav, se fuera enterando poco a poco de que salía con una joven, sin título alguno, a la que deseaba convertir en su esposa aunque no fuera de sangre azul, por puro amor. Desechaba cualquier otra posibilidad de enlace con las princesas entonces casaderas. Cuando su padre se convenció de los deseos de su hijo, lleno de cólera, con toda su firmeza, le ordenó que dejara a aquella muchacha, instándole a que como heredero de la Corona noruega buscara a una mujer de su mismo rango principesco. Y Harald, sin rodeos, le dijo a su progenitor que si no bendecía su matrimonio con Sonia Haraldsen renunciaba a sus derechos y obligaciones, no reinaría jamás pero sería feliz con la mujer de sus sueños, una plebeya. Pasaron nueve años durante los que la pareja siguió viéndose en lugares poco concurridos, alejados de los periodistas, por supuesto. Hasta que Olav V cambió finalmente de opinión. El Gobierno noruego hubo de aprobar aquella boda, que se celebró en la catedral de Oslo el 29 de agosto de 1968. Y aquel príncipe solitario como era conocido entre sus propios conciudadanos pudo por fin sonreir, del brazo de su bella esposa. Tuvieron dos hijos, el heredero Haakon Magnus y la princesa Marta Luisa.

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Sonja, futura reina | Cordon Press

Los matrimonios de esos dos hijos han creado no pocos quebraderos de cabeza en la Corte noruega. Porque Marta Luisa hubo de renunciar a sus derechos sucesorios al casarse con el escritor y artista Ari Behn. Al fin y al cabo los padres de la princesa nada podían oponerse, recordando su propio caso. En cuanto a la boda del heredero, el asunto fue más difícil de aceptar, porque tuvo unos prolegómenos de escándalo durante el noviazgo, que divulgaron todos los medios de comunicación. La novia de Haakon, Mette Marit tenía un turbio pasado y el rey Harald la citó en palacio para conocerla y escuchar de sus propios labios cuanto contaban de ella en los periódicos del país. Mette Marit no ocultó al monarca ningún detalle de su ayer, de los tiempos en los que aún no conocía a Haakon. Y cuando acabó su confesión, comprensivo, se dice que el monarca quitó importancia a esos chismes que circulaban sobre ella, comentándole poco más o menos que, si no existían otros problemas, podían los novios pasar página y casarse. Que es lo que hicieron.

Pero ustedes querrán saber cuál era ese negro pasado de Mette Marit, tal y como machaconamente contaba la prensa sensacionalista. Pues que había tenido relaciones con un tipo llamado Morten Borg, de las que nació un hijo, Marius. Y que el tal Morten acabó en la cárcel, acusado de cometer tráfico de cocaína. Cuando supo que Mette Marit estaba embarazada no quiso saber nada de ella. Y en esa situación, sin trabajo, sin saber cómo hacer frente a la vida, apareció en un programa rosa de la televisión de Oslo en 1990 contando su estado y ofreciéndose para casarse con el primero que se lo pidiera. Y en éstas que, poco después, estando ella en un festival de rock, conoció al príncipe Haakon, que se prendó en seguida de los encantos de la muy espabilada Mette Marit, hija de un periodista y una empleada de banca. Y ya quedó dicho que el rey Harald autorizó la boda de la pareja. Se casaron y han tenido dos hijos: Ingrid, hoy ya con doce años, y Sverre, de once.

En el pasado enero se han cumplido veintiséis años de la boda de los actuales reyes de Noruega. Fue la primera vez que un príncipe europeo se casaba con una plebeya. Han cambiado los tiempos y aquello ya es pasado. No es difícil encontrar un parecido caso. Harald de Noruega y la reina Sonia subieron al trono el 23 de junio de 1991. Siempre se los ha considerado un matrimonio modelo entre todas las monarquías reinantes.

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