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Orson Welles y sus mujeres: la última, Oja Kodar

La vida sentimental de Orson Welles fue tan apasionante como su carrera artística.

La vida sentimental de Orson Welles fue tan apasionante como su carrera artística.
Orson Welles | Cordon Press

Tenía Orson Welles la obsesión de prolongar los rodajes de sus películas, la mayoría de las veces por imposibilidad económica al haber sobrepasado los presupuestos. Así, entre esas cintas malditas se encontraba The other side of the wind (Al otro lado del viento) que comenzó en 1970 y no ha podido concluirse hasta no hace mucho. A su montaje final –ya fallecido desde luego su creador hacía tiempo- contribuyó quien fue su último amor, Oja Kodar, actriz que participó como coprotagonista junto a una lista de grandes de la pantalla: el mítico realizador John Huston, en uno de sus escarceos como actor, el también director Peter Bogdanovich, su colega Cameron Mitchell, Susan Strasberg (hija del fundador del Actor´s Studio), la renombrada estrella Lilli Palmer… Aquel filme, que empezó financiando una compañía iraní, quedaría inacabado. Orson Welles le echó alguna culpa a un productor español, sin nombrarlo, alegando que le había estafado.

El caso es que, en los últimos años la mentada Oja Kodar se encargó de finalizarla y ofrecerla a diferentes productoras y distribuidoras. Estos días acabamos de saber que la todopoderosa Netflix estrenará Al otro lado del viento en su plataforma digital. La acción transcurre en Hollywood y su argumento lo basó Orson Welles en una antigua gloria del cine mudo, el irlandés Rex Ingram, descubridor del mítico Rodolfo Valentino, a quien aquel quiso desenmascarar considerándolo responsable de un montón de películas horrorosas. Aprovechó de paso para criticar algunas otras malas famas de Hollywood e introdujo elementos eróticos en el guión, algo no muy común en su filmografía, valiéndose de su última mujer, la despampanante y sugestiva estrella yugoslava Oja Kodar. Ambos invirtieron en el proyecto setecientos cincuenta mil dólares, que nunca recuperarían. Si acaso ahora, ella habrá podido resarcirse de aquel fallido negocio.

La vida sentimental de Orson Welles fue tan apasionante como su carrera artística. Nos ocuparemos, siquiera por encima, de las veleidades amorosas de quien fue considerado un verdadero genio del Séptimo Arte. Con sólo citarles Ciudadano Kane, quedaría su nombre registrado en la historia del cine. Y si les añadimos Sed de mal, La dama de Shangai y El proceso, completaríamos lo mejor de su filmografía, aparte de otras facetas de su personalidad. Respecto a la primera mujer importante en su vida resultó ser una jovencita de dieciocho años, Virginia Nicolson, de una adinerada familia de Chicago, aspirante a actriz, de la que se prendó, convirtiéndose en su mentor teatral y luego su marido, en 1934. Seis años duró aquella unión.

Una época difícil, porque sobrevivían a base de sablazos a sus amistades y a esporádicos trabajos de él en la radio, gracias a su magnífica voz. Su pasión entonces era el teatro. Tenía una rara y un poco costosa costumbre: no se afeitó en toda su vida. Queremos decir que lo afeitaban, que iba a una peluquería para ello. Era atractivo, alto, delgado. Nada que ver obviamente con el Orson Welles de su último cuarto de siglo, cuando llegó a pesar ¡ciento cincuenta kilos! Conforme pasaban los años él se fue apartando de su mujer, engañándola con alguna bailarina. Lo haría toda su vida con el resto de sus esposas. En 1938 tuvieron una hija, Christ.

Pero el genio no se ocupó nunca de sus descendientes, atareado como estaba con sus proyectos primero teatrales y luego cinematográficos. Buscando promotores que se embarcaran financieramente en sus proyectos pasaba muchas horas del día entre comidas, cenas, entrevistas de trabajo… Pero no se olvidaba de su lado seductor con las mujeres y en 1938 se enredó de manera tempestuosa con la actriz mexicana Dolores del Río. En realidad llamada Lolita Dolores Martínez Asúnsola López Negrete. Nueve años le llevaba ella de diferencia. Casada por dos veces. Él se había enamorado tempranamente viéndola en la pantalla siendo un jovencito. Cuando la conoció en el rancho del productor Darryl Zanuck se propuso conquistarla. Fantaseaba con su ropa interior e iba a comprársela él mismo al lugar que sabía era el preferido de ella. Un fetichista.

Como quiera que ambos seguían casados fraguaron un inocente juego: salir de paseo con Marlene Dietrich, para disimular y espantar a los reporteros. Hearst, el todopoderoso rico hombre de negocios en el que se suponía estaba basada "Ciudadano Kane" puso su artillería de periódicos en marcha para denunciar a Orson Welles por adúltero, amenazándolo para ver si podía impedir el estreno de aquella película, sin conseguir sus propósitos. Pero sí que fuera un desastre taquillero, pese a las buenas críticas. Y aún así no ganó ningún Óscar. Se consoló al lado de Dolores y ésta hizo planes para casarse, si es que conseguía el divorcio. A su amante no le corría prisa una nueva boda.

La prueba es que tres años más tarde de su relación con la actriz azteca tuvo un ligero romance con la bailarina Geraldine Fitzgerald, actriz que hiciera un papelito al lado de Laurence Olivier en Cumbres borrascosas. Como siempre, Orson Welles se escabullía de sus "ligues" y en esta ocasión le endosaron que era padre de un niño llamado Michael Lindsay-Hogg, nacido en 1940, cuyo físico se parecía mucho al del supuesto padre. Blanco y en botella. Dolores del Río se cansó de que la engañara al tres por dos, por ejemplo con Judy Garland, y se hiciera "el longuis" cuando le hablaba de boda así es que lo abandonó. Pero tiempo después hicieron las paces en Ciudad de México y él trató de reanudar lo que ya parecía roto del todo. Fijaron una cita, a la que acudió cinco horas más tarde y ostensiblemente bebido. Dolores lo esperaba en la cama. Orson se acercó, tambaleándose, y agarrado a una cortina fue a caerse violentamente entre las carcajadas de su amante. Ni que decir que, aunque quedaron buenos amigos, allí mismo acabó aquel amor de cuatro años convulsos para la pareja.

Dicen que Dolores del Río fue la mujer que más quiso Orson Welles. Quien para no romper con su habitual modo de ser, antes de que se apagara aquella pasión ya había fijado su mirada en el rostro bellísimo de una bailarina que se asomaba a la portada de "Life": Rita Hayworth. Se dijo antes de conocerla: "Me casaré con ella". Y no se paró en barras hasta concertar una cita con la que quien por entonces convivía con Victor Mature, considerado "el peor actor del mundo", con cara siempre de dolerle el estómago. Hija del bailarín español Eduardo Cansino, que abusaba de ella, se casó con un oscuro agente de espectáculos que la chuleaba. Tres años más joven que él, tuvieron también una situación tormentosa, de amor-odio durante los cuatro años que duró su unión matrimonial, desde 1943 hasta 1947. "Me aburro mucho con ella", acabó diciendo el inestable genio. Fueron padres de una niña, Rebeca. Y se dijeron adiós cuando Rita encontró en el príncipe Ali Khan al hombre que le permitió toda suerte de caprichos.

Entre tanto, Welles no perdió el tiempo e inició un lío amoroso con Paola Mori, nombre artístico de la condesa de Girfalco, hija de unos diplomáticos italianos a la que conoció rodando en África una película con Errol Flynn. Dama de refinadas costumbres e incuestionable belleza, aunque tuviera limitaciones ostensibles como actriz. La contrató para "Míster Arkadin", extraño filme que rodaron en Barcelona. Se instalaron en París sin tener apenas unos francos, viviendo del cuento, de las apariencias y chalaneos de Orson. En noviembre de 1955 nació su hija Beatriz. La pareja acabó residiendo en una gran mansión a las afueras de Madrid, en Aravaca, de dieciocho habitaciones. Mas aunque formaban una familia feliz, lo cierto es que Orson Wellesya le ponía los cuernos con una actriz yugoslava, que ya citábamos al principio: Oja Kodar. La dirigió en "The deep", "Al otro lado del viento", en cuyo guión colaboraron juntos, y "Fake". Al Festival de San Sebastián, para presentar ese último film, acudieron ambos, aunque no querían ser fotografiados juntos, pese a que se hospedaban en el mismo hotel, el Londres. Hablé con ambos, por separado. El genio llevaba años sin terminar su Quijote cinematográfico. Empalmaba un habano tras otro. No se inmutaba por las deudas que iba acumulando y siempre encontraba la forma de salir airoso.

Un bohemio lleno de extraordinaria vitalidad. No quiso hablarme de su lío con Oja Kodar. Ella era una belleza mediterránea, alta, elegante, sofisticada. A la muerte de Orson Wellesel 10 de octubre de 1985 le guardó luto, aunque su mujer legalmente siguiera siendo Paola Mori. Oja Kodar continuó defendiendo el legado cinematográfico del que fue su maestro, además de amante. Y no ha descansado hasta ver pronto estrenarse la película de ambos, "Al otro lado del viento". Una especie de testamento cinematográfico, aunque testamento ante notario, Orson Wellesno firmó ninguno, que se sepa. Pero su última hija, Beatriz, recordó que la última voluntad de su padre fue la de ser enterrado en España. Y desde Los Ángeles viajó con el columbario conteniendo las cenizas para ser depositadas en la finca Recreo de San Cayetano, en Ronda, que fuera de su torero favorito, Antonio Ordóñez, y que en la actualidad es lugar de vacaciones de los nietos de éste, Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez.

Allí reposan en un pequeño pozo. Porque Orson Welles amó España y era un entusiasta admirador de las corridas de toros. No podía haber elegido otro sitio mejor para su última morada que la vivienda de un gran matador de toros. Genio y figura hasta la sepultura, que reza el viejo refrán.

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