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La noche en que Lola Flores entregó un premio a Carrillo y Martín Villa recibió el Limón

Un año después de su detención y haber emprendido su caza, Martín Villa hablaba tranquilamente con Santiago Carrillo en los premios Naranja y Limón.

Un año después de su detención y haber emprendido su caza, Martín Villa hablaba tranquilamente con Santiago Carrillo en los premios Naranja y Limón.
Carrillo y Martín Villa | Cordon Press

La celebración de los 40 años de las primeras elecciones en el Congreso de Diputados sirvió para entre otras cuestiones recordar a quienes hicieron posible la pacífica Transición. Al hilo de ello me viene a la memoria un par de actos sociales en los que fuimos testigos muy cercanos del encuentro cordial entre el entonces Ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa y el secretario general del PCE Santiago Carrillo. El primero había dirigido la caza y captura del segundo, que se paseaba por Madrid sin pasaporte "como Pedro por su casa", cuando tenía prohibida su entrada en España, desde su exilio en París al término de la guerra civil. El líder comunista utilizaba una peluca, por cierto horrorosa, cuando circulaba no sólo por nuestra capital, sino por otras ciudades. Finalmente fue detenido y encarcelado en la Dirección General de Seguridad, de donde saldría a los pocos días. Pasaron unos pocos meses, el PCE fue legalizado y pudo acceder a aquellas primeras elecciones democráticas. Un año más tarde de su detención, Martín Villa y Santiago Carrillo departían cordialmente en la noche del 21 de febrero de 1978.

Fue durante la entrega de los premios Naranja y Limón en la sede de la Peña Primera Plana, de la que fui uno de sus fundadores, situada en el Club Internacional de Prensa, de la madrileña calle de Pinar. "¡Hombre, ya está aquí la leal oposición!", lo saludó sonriente el Ministro. Y Carrillo, –yo estaba al lado de ambos- le retrucó: "Lo dirá por lo mucho que me meto con usted en el Parlamento". Se había divulgado en más de un medio informativo que la peluca usada por el dirigente comunista se la había quedado Martín Villa. Pero el propio Carrillo, sentado cerca de mí, deshizo el error cuando se lo pregunté: "Se la quedó un juez, creo. Por mí, no voy a reclamarla. ¡Ya estaba harto de ella". A los postres de aquella entretenida cena llegó Lola Flores, para entregarle el premio Naranja a Carrillo, a quien le pidió un autógrafo, él la complació y además le dio un par de besos. "Yo he vivido muy bien durante el régimen de Franco, pero si usted, que tiene una cara muy simpática, me asegura que vamos a tener la misma paz…". No se conocían. Y él, agradeciendo el premio, nos comentó: "Lo recibo encantado porque yo también fui periodista e hice crónicas desde las tribunas del Congreso durante la República". Estaba previsto que doña Pilar Franco, hermana del General, recibiera también un premio Naranja, pero enterada de que iba a asistir Carrillo no fue a la cena. "Ella, comprendo que lo hubiera pasado muy mal al verme, aunque a mí me daba igual que viniera o no", comentó aquel.

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Marcelino Camacho | Efe

Por aquellas mismas fechas tuvo lugar en la sede del diario Pueblo, órgano de los Sindicatos, la tradicional entrega de premios a los personajes más relevantes de cada año. Llegué pronto a la fiesta, cuando apenas habían llegado los invitados, pero allí estaba Marcelino Camacho, que sin conocerme me saludó cortésmente al cruzarme con él, tuteándome. Llevaba un jersey verde de lana, de los que le confeccionaba pacientemente su mujer, Josefina y se los llevaba a la cárcel. Era un hombre educado, que sonreía a menudo, honrado en su cometido, que no entro a valorar; desde luego, nada que ver con la mayoría de los dirigentes sindicales del presente. Abrazó a Nicolás Redondo nada más verlo. El sello de amistad de los líderes de Comisiones Obreras y UGT. Lo anecdótico resultaba que asistían a una velada del periódico de los trabajadores, desde donde estando encarcelados los habían puesto verde muchas veces. Pero estábamos en el tiempo de romper con el pasado, de la reconciliación. Llegó el Presidente Adolfo Suárez, delgadísimo; apenas comía, sólo una tortilla en su diario menú. El barman José Luis le tenía preparado un vaso de leche, pero él prefirió una naranjada. Se cruzó con Carrillo, con quien hizo una gran amistad durante su legislatura. Y al verse frente a Fraga Iribarne intercambiaron un saludo cortés y diplomático, aunque sólo hablaron un par de minutos. Se sabía que no congeniaban. El político gallego había pretendido ser Presidente del Gobierno, lo mismo que José María Areílza, pero el Rey don Juan Carlos ya había apostado por el joven falangista abulense. Buero Vallejo, cuya filiación izquierdista era harto sabida, mantuvo una charla con el Ministro de Cultura Pío Cabanillas, lo que en otro tiempo no habría sucedido.

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Victoria Vera, en una imagen reciente | Archivo

Entre la concurrencia, gentes de la farándula: Victoria Vera, que iba sin sostén, como ella acostumbraba. Besó a Felipe González (al que apodaban "Morritos"). Más llamativo fue lo de la "vedette" Susana Estrada, conocida por sus espectáculos casi "porno", que iba muy ligera de ropa y a propósito se dejó uno de sus pechos al descubierto ante la mirada atónita del profesor Tierno Galván. El muy controvertido pero popular socialista Alfonso Guerra bisbiseaba algo al oído de una conocida reportera del diario anfitrión de la noche, en tanto ella, al advertir que no perdíamos detalle del encuentro volvía la espalda, porque en aquellas calendas se decía que ambos estaban muy compenetrados. Premiaban entre otros a Manuel Fraga, quien nos dijo estar ya harto de galardones: "Lo más importante ahora es que avancemos en lograr una buena Constitución. La nuestra es una misión histórica". Y se fue a sentar en un sillón, despatarrándose, al lado de la explosiva Paula Pattier, que salía mucho en las revistas aireando su cuerpo serrano sin nada encima. Hubo una escena chusca entre el responsable máximo del entonces Banco Central, Alfonso Escámez y su paisana, Bárbara Rey. Resulta que cuando el primero iba a recibir una placa de la actriz, se puso tan nervioso que, sin querer, le dio un coscorrón. Le pidió mil perdones y ella, comprensiva, le endilgó dos besazos, que dejaron al sonrojado banquero todavía más turulato. Y quien ejercía de locutor en Radio Nacional de España, Eduardo Sotillos, cambiaba impresiones con su pareja, Pilar Miró. Él pidió la excedencia y pasó a ocuparse del gabinete político del Conde de Motrico, que fundó un partido y un periódico, de poco recorrido ambos. El conocido presentador de los informativos pasaría más tarde a militar en el PSOE y allí lo nombrarían Portavoz del Gobierno cuando los socialistas alcanzaron el Poder en 1982. Y siguiendo con aquella fiesta de febrero de 1978 el Ministro del Interior Martín Villa recogía un galardón por haber sido responsable de la vuelta de los serenos. ¡Cómo los echamos de menos en estos tiempos de robos continuos en pisos! Y volviendo a Adolfo Suárez, quien siguiendo su costumbre daba abrazos a diestro y siniestro (nunca mejor dicho entre invitados de izquierdas y derechas), era rodeado de pronto por un grupo de beldades, algunas de las cuáles habían hecho campaña a su favor en las primeras elecciones democráticas: Bárbara Rey, María Salerno, Jenny Llada, Isabel Luque… Y el Presidente se dejaba querer.

Fue una noche inolvidable. Espectáculo inimaginable años atrás. Cuando salíamos a la calle de las Huertas todavía un grupo de fotógrafos enfocaban a Suárez, perseguido por más guapas y como quiera que en un instante Fraga Iribarne se marchaba, "tapando" la escena a los reporteros, uno de ellos, le soltó: "¡Quítense de en medio, por favor!", a lo que el gallego rezongó: "¡Sí, hombre, lo que usted quiera, que para eso hemos estrenado democracia!"

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