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Vivien Leigh y Laurence Olivier: pasión, locura y experiencias gays

Ella, Vivien Leigh, dos maridos y un amante; él, Laurence Olivier, tres matrimonios … y experiencias gays.

Ella, Vivien Leigh, dos maridos y un amante; él, Laurence Olivier, tres matrimonios … y experiencias gays.
Vivien Leigh y Laurence Olivier | Cordon Press

El pasado 8 de julio hizo medio siglo que se fuera de este mundo una de las más grandes luminarias del cine: Vivien Leigh. Había muerto todavía joven y bella, con cincuenta y tres años, víctima de una tuberculosis, que se le había detectado a comienzos de la década de los 40. Su nombre ha vuelto a recordarse estos días porque el próximo 26 de septiembre la casa Sotheby´s va a subastar alrededor de trescientos objetos, que estaban en posesión de sus tres nietos. De los lotes, el más valioso es una antigua vivienda de la actriz, situada en el suroeste de Inglaterra, Wiltshire, (que es donde vivió con su primer marido Herbert Leigh, un abogado del que utilizó su apellido para su carrera artística) valorada en cerca de tres millones de euros. Los interesados podrán pujar por muchas joyas que luciera Vivien Leigh, como un broche de diamantes y un anillo de oro con su nombre y el de su segundo esposo grabados; muchos vestidos, cuadros firmados por ella, fotografías, un diario donde contaba sus múltiples problemas mentales, un ejemplar de la novela "Lo que el viento se llevó", con dedicatoria expresa de su autora, Margaret Mitchel…

Vivien Leigh, que nació en la India colonial en 1913, vivió muchos años en Londres y también largas temporadas en Nueva York y Los Ángeles. Sólo al recordar que fue protagonista de dos películas que son ya historia del cine, merece recordarla, y que le valieron sendos Oscar por su espléndida interpretación: la antes citada Lo que el viento se llevó, en el inolvidable papel de Escarlata O´Hara, emparejada con Clark Gable, y Un tranvía llamado deseo (que primeramente representó en Broadway), en aquel personaje de Blanche Dubois, enamorada de Marlon Brando.

La vida personal –y desde luego también la artística- de Vivien Leigh no puede entenderse sin los dos decenios largos que convivió con su segundo esposo, el grandísimo actor Laurence Olivier, probablemente el mejor de cuantos representaron prácticamente todo el teatro de Shakespeare. Ésta leyenda escénica nació en un pueblo inglés, Dorking, hijo de un sacerdote anglicano que lo instruyó, entre otras materias culturales, en el arte dramático. La fama y ¿por qué no?, también el escándalo salpicaría su densa carrera en los escenarios, donde llegó a actuar en ciento veinte obras. En el cine no revalidó la misma gloria, pero obtuvo su correspondiente popularidad, como contaremos. Sesenta títulos adornan su filmografía con quince series también en televisión.

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Vivien Leigh y Laurence Olivier | Cordon Press

Vivien Leigh y Laurence Olivier se encontraron por vez primera en un estreno teatral de ella, al que asistió él, muy complacido. Amor a primera vista. Ella continuaba casada con el abogado bastantes años mayor, y él como siempre sucedió en sus tres enlaces, con una actriz, Jill Esmond, con quien tuvo un hijo, Tarquin. Sus respectivas parejas no cedieron cuando los dos tortolitos les pidieron el divorcio, así es que se fueron a vivir en pecado hasta que en 1940 tanto el señor Herbert Leigh y la señora Jill Esmond dieron su brazo a torcer. Ese mismo año Vivien y Laurence se dieron el sí en una ceremonia civil celebrada en California, a la que asistieron apenas media docena de personas invitadas, como el galán Ronald Colman y la actriz Katherine Hepburn. Hasta que en 1961 se divorciaron, aquellos dos monstruos de la escena, y ella desde luego una estrella y a su vez extraordinaria actriz, protagonizaron no pocos episodios de éxitos en el arte de Talía, y algún fracaso sonoro también, como cuando ella hizo de Julieta y él de impecable Romeo en Broadway y perdieron hasta el último dólar que tenían. Claro está que en la gran pantalla lograron una repercusión mundial. A ella le sucedió –queda corroborado- con Lo que el viento se llevó. Curioso resulta evocar que al leer en Londres tal novela se dirigió inmediatamente a su agente para que contactara con el productor David O. Selznick y le permitiera interpretar nada menos que a Escarlata O´Hara. Actriz y productor no se conocían personalmente. Pero Selznick no se equivocó al elegirla. En cambio ella porfió también para ser Rebeca, que al final hizo Joan Fontaine, junto a Olivier. Quien también la hubiera querido a su lado en Cumbres borrascosas, otro éxito taquillero de Hollywood.

Condensar sus éxitos y sus pasajes amorosos precisarían cientos de páginas, como ya existen para curiosidad de sus admiradores. Cabe sólo recordar el gran suceso que supuso para Laurence Olivier protagonizar y dirigir El príncipe y la corista. Cierto es que gran parte de la crítica vapuleó el estreno. Pero esta vez el público hizo caso omiso y llenó miles de cines de todo el mundo. Era fascinante aquella pareja: un excelso actor de imponente cultura, dicción, presencia y sabiduría y una "glamourosa" Marilyn Monroe. Le dedicó él, nada más conocerse, un montón de piropos en multitudinaria rueda de prensa: adorable, ingeniosa, divertida y por supuesto seductora. Y hasta llegó a plantearse tener amores con ella, fuera del estudio. Finalmente, al concluir la película, quedó derrengado, atacado por los nervios que le suponía esperar dos horas hasta que ella acudiera al rodaje, o emplear la mayor de su paciencia en rectificar las frases de la estrella, corregir sus continuos errores, aguantar en segundo plano que los fotógrafos lo postergaran ante la exuberancia de Marilyn, algo incontestable desde luego. Pero a Olivier, que fuera de Inglaterra prácticamente era un desconocido, incluso en los Estados Unidos, El príncipe y la corista lo elevó a la categoría de un mito del momento en la pantalla.

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He investigado para saber si Vivien Leigh y Laurence Olivier estuvieron alguna vez en nuestro país. Por un lado, en Confesiones de un actor, él anota que en 1956 viajaron al sur de España para pasar unas vacaciones con el matrimonio Seidmann. Estancia que no fue precisamente feliz, pues se pasaron los días discutiendo casi a todas horas. En las memorias del bailarín Antonio he encontrado otra cita al respecto: cenó en Torremolinos con la pareja. Y Antonio Ruiz Soler, tenido por homosexual, aprovechaba para contar que más adelante salió varias veces en Londres con Vivien, de la que llegaría a estar muy enamorado, según su testimonio, hasta lograr encamarse en la propia casa de la actriz, cuando ya su matrimonio con Olivier había hecho aguas. ¿Nos lo creemos? Él así lo contaba, muy ufano.

Vivien Leigh no sólo arrastraba una tuberculosis crónica, como apuntábamos líneas atrás: es que padecía frecuentes trastornos bipolares, manías depresivas. Momentos de incontenible histeria. Convivir con ella llegó a ser un suplicio para Laurence por mucho que la amara. Así es que a finales de los 50 se separaron, obteniendo el divorcio en 1961. Para entonces ella se había emparejado con el actor Jack Merivale, que la cuidó cuanto pudo, lo mismo que el primer marido, Herbert Leigh. Pero nada pudo hacer la ciencia médica y la bellísima y grandiosa actriz moriría en la capital inglesa el 8 de julio de 1967, como ya escribimos. Laurence Olivier, quien se había casado por tercera y última vez con la estupenda actriz Joan Plowright (muy conocida de nuestra Nuria Espert), que le dio tres hijos, nada más enterarse del fallecimiento de Vivien, avisado por Jack Merivale, acudió presto al lecho mortuorio, donde ante el cadáver aún caliente, según confesaba en su libro autobiográfico, se deshizo en palabras emotivas, sintiéndose culpable en parte de cuanto sufriera su gran amor, que sin duda fue Vivien Leigh.

Hay un, digamos estrambote, en la biografía de este gran seductor que fue Laurence Olivier. Su relación con otros hombres. No es un invento nuestro, desde luego. Se supo de sus amores encubiertos con el actor cómico norteamericano Danny Kaye. Y tomando por testigo a Enrique Herreros (hijo) en su libro de recuerdos A mi manera ofrece detalles de cómo una noche, ya casi madrugada, descubrió en un tugurio de Nueva York al gran actor británico acercándose a un joven negro, con el que salió del local abrazados y en actitud nada dudosa de la condición sexual de ambos. Honesto sin duda en su conducta, llegó a escribir en el original de sus memorias esa inclinación suya también al mundo gay, pero su última esposa impidió que esas confesiones salieran a la luz. Laurence Olivier falleció el 11 de julio de 1989. Nunca olvidó a Vivien Leigh.

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