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La complicada vida amorosa de Federico Luppi, cuya última mujer es una actriz española

El actor no pensaba jubilarse, la muerte se le ha adelantado, impidiéndole seguir en los escenarios.

El actor no pensaba jubilarse, la muerte se le ha adelantado, impidiéndole seguir en los escenarios.
Federico Luppi | gtres

Tan grandísimo actor como persona atormentada, con frecuentes accesos de malhumor y hasta violencia tanto con personas de su entorno familiar como periodistas. Un tipo genial en su biografía artística, multipremiado, querido en Argentina y prácticamente en toda Hispanoamérica, y asimismo en España donde se labró una justísima notoriedad. Y por el contrario infeliz en sus matrimonios, salvo en el último con una española, lleno de problemas con sus dos hijos y un tercero al que nunca quiso conocer.

Es la otra cara de un hombre admirado, de buen aspecto hasta que tuvo el accidente que lo ha llevado a la tumba. Parecía un galán otoñal eterno, con sus cabellos blancos bien peinados, a veces con bigote, otras sin él. De voz magnífica. Y detrás de esa llamemos máscara teatral, o cinematográfica –según-, se escondía el hombre airado, enfrentado por un sinfín de problemas, económicos en los últimos tiempos cuando vivía prácticamente al día, con apuros; y enrabietado cuando se le hablaba de política, despotricando contra todos los líderes de su país, Argentina, salvo con Cristina Kirchner, cuya política parecía asumir, tal vez recordando el ayer de los peronistas.

Federico Luppi trabajó duro antes de ser actor. Su primer empleo fue el de aprendiz de carpintero, luego se ganó la vida en una empresa mielera, más tarde en una cooperativa agrícola, fue corredor de seguros, empleado de banca, viajante de comercio, dueño de un taller de cromados… Un día descubrió la fascinación por el teatro, la magia del cine. Hasta abril, cuando se lesionó gravemente al darse un golpe en su casa, que le ocasionó un coágulo cerebral, llevaba cincuenta y dos años de profesión y un centenar de obras escénicas y películas en su brillante historial, la última de ellas fechada este mismo año, "Nieve negra".

Se casó por primera vez y tuvo dos hijos, Gustavo y Marcela. No he conseguido averiguar el nombre de su mujer, con la que convivió entre los veintitrés y los veintinueve años. Con sus descendientes nunca se llevó bien. Luego de ese primer fracaso sentimental conoció a su compatriota, la actriz Haydée Padilla. Diez años duró la relación, que acabó de mala manera. Ella lo acusó públicamente de maltrato. Le pegaba, por lo visto, unas palizas de vez en cuando. Comentaba Haydée que Federico, estaba endiosado por sus éxitos y que maldito caso que le hacía salvo golpearla cuando le recriminaba sus ausencias y su falta de atención y cariño.

Otra de las mujeres de su vida sería la actriz uruguaya Brenda Accinelli, con quien tuvo su tercer y último hijo, Leonardo. Menos tiempo duró esa relación y el actor no quiso ni conocer al niño. Brenda lo demandó porque no le pasaba la pensión acordada por un juez. Ahora, al enterarse de la muerte de su "ex", ha dicho que no tenía dinero para desplazarse a darle la última despedida.

Federico Luppi fue víctima como tantos argentinos del llamado "corralito", durante la crisis en su país, lo que le supuso, de los doscientos mil dólares que tenía ahorrados en dos bancos, perder algo más de la mitad. En esa caótica situación llegó a España, donde comentaría fue muy bien recibido, consiguió trabajos importantes en el cine y gracias a ello decía comer estupendamente en Madrid, alabando nuestra cocina, "pues no en vano –recalcaba- estoy acostumbrado a saborear la buena comida al ser hijo de un carnicero". Él mismo, en sus años jóvenes, ayudó a su progenitor en ese negocio. Y durante su estancia en Madrid decidió casarse con la que ya era su compañera desde hacía algún tiempo, Susana Fernández Abascal, guionista y actriz que ha venido anunciándose como Susana Hornos. Treinta y siete años menor que él, esta riojana ha sido la mujer que más feliz hizo al desaparecido actor. Contrajeron matrimonio en la tierra de ella, Fuenmayor, el año 2003.

Quizás por ser conflictivo, por sus impetuosas declaraciones, por los insultos que propagaba a algunos de sus compañeros, como Ricardo Darín, al que en el diario "La Nación" llamó pelotudo (imbécil), tuvo complicaciones en los últimos años para ser contratado. Hubo de cambiar de vivienda y desde el barrio de La Recoleta se mudó a otra zona más modesta, al no hallar modo de hacer frente al alquiler. Y vendió su automóvil asimismo, viajando en autobuses, lo que nada le importaba, sabiéndose desde luego un personaje público y reconocible por los transeúntes y viajeros que encontraba al paso. "Llego lo justo a fin de mes", comentaba en fechas recientes. Octogenario, se autodefinía sarcásticamente así: "Soy ya sólo un dinosaurio, un superviviente". Sin embargo estaba ensayando una obra teatral, "Las últimas horas", que iba a dirigir su mujer, Susana, cuyo argumento giraba en torno a la vejez. Pero, aunque insistía a los periodistas que no pensaba jubilarse, la muerte se le ha adelantado, impidiéndole seguir en los escenarios. El telón se ha bajado para esta leyenda argentina, y la palabra fin, asimismo, cierra este obituario.

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