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Fray Josepho y Monsieur de Sans-Foy

El tatuaje borrado de Melanie Griffith

Era sin duda un asunto que necesitaba del fino análisis y la sabia interpretación de nuestros dos poetas.

Era sin duda un asunto que necesitaba del fino análisis y la sabia interpretación de nuestros dos poetas.

La actriz americana ha decidido borrar de su brazo el nombre de su ex, Antonio, que ha llevado tatuado durante veinte años. Era sin duda un asunto que necesitaba del fino análisis y la sabia interpretación de nuestros dos poetas. Y aquí lo tienen.

BORRÓN Y CUENTA NUEVA
por Monsieur de Sans-Foy

Me pides, Fray Josepho, que estás en tu retiro,
metido en los Sagrados Oficios de rigor,
que, si algo sucediera, lo ponga en un papiro
y, atado en una piedra, lo tire al interior.

Por mucho que los piños los tengas ya postizos,
espero que disfrutes, cartujo malandrín,
comiéndote en secreto la sarta de chorizos
adjunta que te mando, en vez del adoquín.

¿Con qué he de entretenerte, sacarte de esos tedios?
Me he vuelto majareta. ¡Qué desesperación!
De todas las bobadas que salen en los medios,
tan sólo hay una cosa que es digna de mención:

¿Te acuerdas de la rubia, la churri del Banderas,
que usaba aquel tatuaje de chófer de camión?
Seguro que te acuerdas... ¡Qué letras tan horteras!
Parece, en ese brazo, la marca del jamón.

Cansada ya del nombre del padre de su hija
(antaño, su pichurri; hogaño, Barrabás),
usando piedra pómez o con papel de lija,
se lo ha decolorado. Quizá, con aguarrás.

ENTIENDO A LA MELANIA
por Fray Josepho

Entiendo a la Melania, querido camarada.
Entiendo que elimine la tinta del error.
Entiendo que se deje la piel decolorada
y deje sitio al nombre, quizá, de un nuevo amor.

En un tugurio infecto, destartalado y sucio,
de la vecina Francia, cuando era yo doncel,
mandé que me tatuaran, en medio del prepucio,
a escala 1x1, la misma torre Eiffel.

Estaba muy borracho; pagué una pasta gansa;
chillé con las agujas cual cerdo en San Martín.
Pero corriendo el tiempo (de todo uno se cansa),
al aceptar los hábitos, opté por darle fin.

Me la quité con una navaja cabritera
(no había entonces láser, carísimo Mesié).
Logré, bañado en lágrimas, borrarla casi entera.
Quedó un contorno tenue, que apenas ni se ve.

¡Tatuarme un monumento gabacho! ¡Qué gansada!
¡Qué mezcla temeraria de juventud y alcohol!
¡Hoy tengo, en ese sitio, la Alhambra de Granada,
prodigio arquitectónico que sí que es español!

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