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Eurovisión 2015: escarnio español pese a la imponente Edurne

Edurne hizo una excelente actuación que hizo romper al público de Viena en aplausos, pero la geopolítica aplastó a la bella.

Edurne hizo una excelente actuación que hizo romper al público de Viena en aplausos, pero la geopolítica aplastó a la bella.
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No es orgullo patrio, pero creo que es justo decir que Edurne se comió a la mitad de participantes de Eurovisión, ese festival que se promociona "tendiendo puentes" y que ha hecho del epicismo pop y buen-roller el tópico unificador de su oferta musical. Pero es momento de hablar de ella, una dama que levantó al público de Viena varias veces con una actuación perfecta en sus propios términos. Tanto, que una lágrima llegó a correr por su mejilla, no sabemos si por los focos o la emoción.

Desde el principio estaba claro que nos faltaba un himno eurovisivo, pero la excelente labor de una sensual e imponente Edurne nos hizo pensar en el destacado top ten. Ay, incautos: Suecia (apabullante victoria de Heroes, de Måns Zelmerlöw), Rusia e Italia fueron implacables, y los demás, también, hasta precipitar a la de Collado Villalba a un mediocre vigesimoprimer puesto en pleno vagón de cola. 15 puntos acumulados contra 365 de Suecia, la ganadora.

La geopolítica mató a la bella... Bueno, la geopolítica y una mala canción.

En segundo y tercer lugar, Rusia (sí, los de los abucheos del año pasado) e Italia, que desde el principio marcaron su territorio en las casas de apuestas con, respectivamente, la pretenciosa pero pegadiza A million voices y la operística Grande Amore, de Il Volo (no Il Divo). Australia, la special guest star del festival, se quedó en una correcta quinta plaza. A otros les fue peor que a nosotros: Alemania y Austria se quedaron a cero puntos.

Una gala aburrida y plana, como su realización, que según dicen fue significativamente peor que otros años. Nada de lo que culpar al equipo español, al trabajo orquestado desde atrás por Tinet Rubira y Miryam Benedited, responsables de la puesta en escena y la coreografía de Edurne. Ni caspa ni elegancia, ni friquismo ni exquisitez y ni chicha ni limoná en una retransmisión que no resultó particularmente hortera, que no arrojó a Twitter ningún tópico nacional de esos que hacen "arder" las redes, que no dio demasiadas armas a sus detractores. Y que en su lugar rentabilizó lo que pudo las buenas intenciones de los contendientes para, al menos, denunciar sin palabras que en algún lugar todavía se cometen aberraciones maquilladas con canciones melosas.

Una de las peores cosas que se pueden decir de Eurovisión es su poca capacidad de escandalizar o epatar. No es que necesite hacerlo, pero lo que eso simboliza lo condena al olvido este mismo domingo. Grecia envió a ganar un grupo de heavy satánico y tampoco pasó nada (eso ocurrió, en 2006) de modo que ¿de qué va todo esto? Está claro que el difunto Steve Jobs y su iTunes le clavaron un par de arpones al dinosaurio eurovisivo.

Suponemos que de canciones que estén bien. Ricas y variadas, o al menos competentes, como la propia ganadora sueca o la noruega A Monster Like Me. De todas formas, el trabajo de Edurne no merece en absoluto nuestro choteo. ¿Nos merecíamos venir a casa con "fiftin" points? Ella hizo todo lo que tenía que hacer, y al fin al cabo, lo que tenía enfrente era más o menos lo mismo que a ella le dieron. Que injusto es todo esto, decía Íñigo sin ningún énfasis, como si lo hubiera visto venir desde 60 años atrás, los mismos que lleva el certamen (y quizá con las pantuflas sacadas debajo de la mesa).

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