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Chicote hace aguas en un destructor entre monitoras de fitness

Chicote resolvió uno de sus casos más difíciles y reflotó (perdón por el chiste) un barco restaurante. 

Chicote resolvió uno de sus casos más difíciles y reflotó (perdón por el chiste) un barco restaurante. 
Alberto Chicote en Pesadilla en la cocina | La Sexta

Al regreso de Pesadilla en la cocina solo le faltó la música de 007. Porque lo demás ya lo tenía: un empresario francés que ganó millones con la teletienda, un restaurante en un barco bautizado como algún trasto de la Guerra Fría y tres camareras de ropa apretada llevando los platos en mitad del lío. Chicote, sin esmoquin pero con chaquetilla de pececillos, tuvo que solucionar un problema flotante de varios millones de euros. Porque meterse unas lentejas en altamar puede ser complicado.

Y el problema tenía nombre de McGuffin de James Bond. Némesis, un sofisticado barco de cinco millones de euros destinado a fiestas en Ibiza y reconvertido en súper restaurante barcelonés en virtud de un cambio en la legislación, es en sí mismo una idea tan brillante como absolutamente inútil; un artefacto con pista de discoteca dentro y aspecto de vehículo de guerra en el exterior.

Los problemas, sin embargo, estaban dentro. Fred, su propietario, es un francés de enorme cabeza (para los negocios) que invirtió los abundantes beneficios de sus empresas en un armatoste con potencial, un restaurante experiencia que arruina eso, la experiencia, con indecisión, un desbarajuste de carta y un servicio en que él mismo es incapaz de distinguir el número de la comanda con el de la mesa. ¿Qué llevó a Fred a meterse en un berenjenal de cinco y millones y medio de euros y en el que sus propios padres, avalistas del negocio, se juegan su casa? ¿Acaso intentaba abarcar demasiado?

El problema no está esta vez en la cocina, la higiene o la irregular calidad de los ingredientes. Ni siquiera la inexperiencia de las camareras, dos voluntariosas gemelas expertas en fitness bikini con las carnes tan prietas como el solomillo de la carta. Como en la mejor película de catástrofes, hace falta una tormenta (y la llegada de la mujer de él) para que se desatase el caos, y la tormenta llegó. En esta película había demasiados protagonistas y la camarera se mareó, los clientes se revolvieron y Fred perdió los nervios con sus empleados. Y en la historia empezó a haber víctimas… y la principal es Fred, un tipo completamente superado por las circunstancias.

Tras consolar al desesperado francés y cambiar la ambiciosa carta de cuchara y carne por platos más ligeros de elementos marinos, Chicote hizo su magia habitual: renovó la decoración del local, ya nunca más una discoteca y sí un acogedor restaurante a la búsqueda de su propia clientela; tapó a las camareras con un sobrio uniforme (ya hemos dicho que quitó la carne de la carta) y prescribió Biodramina o un discreto finiquito a los de estómago débil.

Cuando Chicote hizo comprender a Fred el valor de delegar en un equipo competente, la cosa empezó a reflotar. Muy rápido, aquí ya no había nada más que contar. Porque, ya saben, lo de reflotar restaurantes (ha ha) es lo suyo.

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