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Las juergas diarias de 'Los Choris' en la época dorada de Marbella

"Vapores etílicos y conquistas amorosas de "guiris" y hasta de damas muy conocidas de la jet set y el artisteo". Ellos eran Los Choris.

"Vapores etílicos y conquistas amorosas de "guiris" y hasta de damas muy conocidas de la jet set y el artisteo". Ellos eran Los Choris.
Luis Ortiz y Gunilla Von Bismarck | Cordon Press

En los veranos de Marbella de los años 70 y 80 no había nadie que les ganara en popularidad ni en capacidad e ingenio para estar noche tras noche de continua juerga, entre vapores etílicos, consumo de otras sustancias y conquistas amorosas de "guiris" y hasta de damas muy conocidas de la jet set y el artisteo. Ellos eran Los Choris. Una palabra que se le ocurrió a uno de ellos para que nadie los confundiera de nombre. Les dieran o no la misma definición que en la jerga coloquial, que es el apócope de "chorizos". Aunque en su caso no "iban" de gorra por la vida, pues se pagaban sus diversiones. Eso sí: sólo con el dinero del líder del cuarteto: Rogelio Llagostera, hijo del dueño de uno de los laboratorios más acreditados de España, Liade, de quien heredó una cuantiosa fortuna, aunque nunca supimos a cuánto ascendió, desde luego cifrada en muchos millones de pesetas. Rogelio había estudiado Medicina y con 21 se hizo cargo de una de las empresas del holding farmacéutico de su progenitor. Mas se cansó de ese trabajo.

Vivió en Barcelona, su ciudad natal y después en Madrid hasta radicarse en Marbella. Había conocido a Jorge, uno de los hijos del gran actor Manolo Morán, que se dedicaba a conseguir publicidad para el diario ABC. Luego se unió a ellos Antonio Arribas, especialista de cine, de los que realizan las escenas de mayor riesgo que, supuestamente, las hacen los protagonistas. Y que por accidente se quedó con una cojera que le impediría continuar en su profesión. El último en integrarse al que sería el cuarteto de Los Choris fue Luis Ortiz, con estudios universitarios, que procedía de una acomodada familia. Rogelio, al que sus amigos continuaron llamándole Yeyo, su apodo familiar, les propuso hacer un largo viaje, algo así como una selectiva vuelta al mundo. Todo pagado por él, por supuesto, dado que sus tres amigos estaban más secos que la mojama. Sus experiencias amorosas y de todo tipo durante aquellas vacaciones darían para un vodevil cinematográfico. Era el verano de 1970 cuando se instalaron definitivamente en Marbella, que iba a ser su feudo de aventuras de todo tipo.

La vida de Los Choris, sobre todo en los meses estivales, consistía en estar desde que se ponía el sol hasta que amanecía asistiendo a cualquiera de los saraos que la jet set programaba a diario en aquellos años felices en la Costa del Sol. Mucho flamenco con Lola Flores, Camarón de la Isla, Paco de Lucía, El Beni de Cádiz y personajes como Omar Sharif, Sean Connery, Linda Christian (ex mujer de Tyrone Power), con la que "ligó" en seguida Antonio Arribas, que ya había abandonado en Madrid a su amante de entonces, la actriz-cantante Mara Lasso. La hija de Linda y Tyrone, Taryn, fue cosa de Yeyo Llagostera, que la tuvo en sus brazos más de un año. Con madre e hija, los Choris se fueron de safari a África. Los sorprendí a su salida de la residencia donde vivía el cuarteto, un gran chalé conocido como El Claustro, y era un espectáculo verlos tan dicharacheros, mientras seguía tirando de chequera el amigo Yeyo, quien ya estaba separado de la única mujer que llevó al altar, la millonaria venezolana María Eugenia Rísquez, con quien tuvo un hijo. Un play-boy como él no podía durar más de seis meses casado. Y tuvo incontables romances, por ejemplo con la aristócrata Sandra Gamazo, cuñada del banquero y millonario empresario Juan Abelló.

A las fiestas más importantes de Marbella acudían Los Choris, generalmente invitados, porque los conocía todo el mundo. Y ellos se codeaban con Cristina Onassis, Alfonso de Hohenlohe, Gunilla von Bismarck (con quien Luis Ortiz terminaría casándose y tuvieron un hijo), y un largo etcétera de los llamados famosos. Jorge Morán era el más discreto de Los Choris, aunque también le gustaban las faldas más que a un tonto una tiza. Llegados los inviernos, se embarcan en más viajes fuera de España. Para en verano empezar de nuevo en Marbella, donde Yeyo se hizo cargo de varios negocios relacionados con la hostelería (restaurantes y discotecas) con los que nunca podía ganar dinero porque si no eran ellos los que daban buena cuenta de sus existencias eran sus incontables amistades. Pero Yeyo, generosísimo, era feliz de ese modo. Y él gastaba a manos llenas en sus caprichos, cambiando de coche al tres por dos, desde un Lamborghini hasta el último modelo salido de fábrica. Lucía ya poco pelo, hasta que se rapó la cabeza como una bola de billar. Alto, un poco desgarbado, tenía éxito con las mujeres pero, de los cuatro el más resultón era Antonio Arribas, que rompía corazones, desde Lolita a Carmen Ordóñez, que fueron los dos grandes amores de su vida. En Madrid, recuerdo que en el camerino de Lolita se juntaron la noche del debut de ésta en una discoteca su entonces enamorado Paquirri, la ex de éste, Carmina, y su nuevo amante, el mentado Arribas, que lucía frondosa pelambrera y barba, que le otorgaba un razonable parecido con el actor Kabir Bedi, protagonista de Sandokán.

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Sean Connery bailando con su mujer en una fiesta en Marbella

Entre tanto, Luis Ortiz ya no ligaba, porque casado con Gunilla, ésta lo tenía vigilado mañana, tarde y madrugada. Yeyo se enrrolló luego, aunque sin casarse, con la hija de un conde checoslovaco, Olivia Larish, a quien quiso mucho. Era multimillonaria también. Y bellísima. Tenía buen gusto nuestro personaje barcelonés. Se fue con ella a Las Vegas y ganó un millón y medio de dólares a la ruleta. De regreso a Marbella, donde había inaugurado el restaurante PJ (iniciales del encargado del local, aunque todo salía del bolsillo de Llagostera) saludó una noche al expresidente cubano Fulgencio Batista, que se había exiliado en España tras la revolución castrista e iba siempre con un montón de guardaespaldas. Después de cenar, Batista se retiró a su chalé, donde murió de madrugada. Por Marbella circulaban siempre personajes de fama mundial.

Los Choris se divirtieron mucho otro año en los Carnavales de Río de Janeiro. Con una brasileña acabaría encamándose Yeyo Llagostera, Glorinha, que le dio dos hijos. Ya había dejado a la checoslovaca, claro. La carioca le duró nada menos que veintitrés años, uniéndose en matrimonio civil en 1985, hasta que esta vez, quien le dio puerta fue su mujer. Él siguió alternando con otros personajes que llegaban a Marbella, como el príncipe Eduardo de Inglaterra, Rod Stewart, Joan Collins… Poco a poco el resto de Los Choris se fueron dispersando, porque Luis Ortiz mantenía su vinculo con Gunilla y Jorge Morán y Antonio Arribas ya se independizaron de Yeyo en cuestiones monetarias y se ganaban su sustento como relaciones públicas de algunos locales de diversión. A comienzo de los años 80 Marbella fue entrando en decadencia, aunque por allí pasaron los nuevos ricos, esto es aquellos socialistas que llegaron al poder, como Miguel Boyer, "colado" por Isabel Preysler, su mujer, que alternaban por cierto con Mario Vargas Llosa y la propia. ¡Las vueltas que da la vida! Solchaga, Luis Solana y otros prebostes del PSOE no tenían inconveniente en compartir cenas con la jet set de la que antes abominaban. La crisis seguía haciendo mella en la Costa del Sol. Al comienzo de los 90 llegaron Jesús Gil y sus huestes. En el invierno de 1994 murió Antonio Arribas: no por drogas, ni por alcohol, tampoco se suicidó. Fue por culpa de unas varices esofágicas.

En diciembre de 1995 Yeyo Llagostera ingresó en la cárcel de Alhaurín el Grande. Cayó en la trampa de un vendedor de drogas que le pidió guardara un paquete. "La cárcel rompió mi vida", confesó quien había vivido como un millonario, dilapidando una inmensa fortuna. Se quedó sin nada en los últimos años de su disparatada existencia, ya alejado de sus amigos, recordando al fallecido Arribas. Jorge y Luis fueron a verlo a la prisión, naturalmente. Y Felipe Campuzano consiguió permiso para llevarse su piano y darle un concierto al amigo preso. En 1999 pudo salir libre. Pidió trabajo a algunos de los que podían proporcionárselo y a quienes había conocido bien en sus años de locuras diarias. Pero le dieron la espalda. Sólo el dueño de una conocida cadena de restaurantes le proporcionó un puesto de relaciones públicas. Y así pudo salir adelante, con la compañía de une nueva mujer a su lado, este Rogelio (Yeyo) Llagostera, personaje singular, de vida novelesca, que ya contaron en su día en un ameno volumen mis colegas Lucía Alba y Antonio Montilla. Las aventuras de Los Choris, creo que se merecían mucho más, un culebrón televisivo. Pero nadie, que yo sepa, se ha interesado al respecto. Les brindo a las productoras esta idea gratis. De nada.

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