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Gentrificada

Pasar este mes de octubre en Londres me ha puesto en contacto con la realidad de la inminente desaparición del barrio del Soho tal y como lo hemos conocido. En cada esquina hay oportunidad de fotografiar las grúas, lo socavones que ocupan varias manzanas, el cierre del comercio tradicional de la zona. Librerías, salas de conciertos, cabarets, puticlubs, pequeñas tiendas especializadas… todo barrido. A cambio, centros comerciales donde volveremos a encontrar las mismas cadenas de ropa, los mismos cafés que hay en cada calle de cualquier ciudad del mundo… uniformidad frente a diversidad.

Entiendo el fenómeno de la gentrificación como natural a la propia vida de una ciudad. Técnicamente, es el desplazamiento de los vecinos de una zona degradada ante la llegada de habitantes con mayor nivel adquisitivo y la consiguiente subida del precio del suelo. En Madrid tenemos los ejemplos de Chueca y Malasaña. Ambos han sido fenómenos sociales más que económicos. Porque antes de que subieran los alquileres de la zona, la transición fue provocada por la renovación vital de cada barrio. Nuevos comercios que atrajeron a un nuevo público que poco a poco fue quedándose a vivir, una nueva oferta comercial y cultural que no ha dejado de convivir con los comercios de toda la vida. Y las nuevas tiendas ofrecen una variedad enorme de servicios y nomenclaturas alejadas de las típicas marcas comerciales que lo inundan todo. En Londres es diferente. El Soho no era un barrio habitado, sólo un lugar de día para oficinas y comercios. Así que no se está desplazando a ningún habitante. Y precisamente lo que desaparece es el comercio singular frente a las grandes cadenas. Además, la ciudad tiene su propia particularidad, siendo el tablero de ajedrez inmobiliario de las grandes fortunas internacionales, con rusos, chinos y saudiés a la cabeza. Se están construyendo enormes edificios uno al lado del otro, todos los pisos vendidos… y todos deshabitados. Pura inversión especulativa.

A lo que iba. Paseando por Londres, de repente me dí cuenta de que no adoro esa ciudad por nada que tenga que ver con el presente. Me gusta pasear por King’s Road porque por allí caminaba orgullosa en los 80 por una calle que ofrecía moda alternativa y un público esplendoroso. Me gusta recordar que Carnaby Street alguna vez exportó al mundo una nueva forma POP de ver la vida. Sigo yendo atrás y me inundo de la grandeza del Imperio. Amo Londres por lo que ha sido, no por lo que fue. ¿Y qué ocurre con mis otras ciudades fetiche?

Del espanto en el que se ha convertido Las Vegas ya hemos hablado en muchas ocasiones. Ni siquiera me refiero a la nostalgia por lo desconocido, a aquella Las Vegas de los años cincuenta. Me conformaba con su siguiente reencarnación, la de gran parque temático. Pero hasta eso está desapareciendo. Los nuevos hoteles ni siquiera tienen casino, tienen discoteca y fiestones tipo Ibiza en la piscina.

No te enfades, pero vivimos enamorados de una Gran Vía que ya no existe. Ni la de Ava Gardner, ni la de los grandes cines, ni la de las cafeterías, ni la de las terrazas, ni la de los clubs nocturnos. Hoy en día en la Gran Vía sólo se hacen colas para entrar en una sucursal de una tienda de precios bajos. Por no hablar de la Gran Vía del futuro inminente, cortada al tráfico y ocupada por bicicletas. Yo hubiera salido corriendo hace tiempo, pero eres hombre de raíces (demasiado) arraigadas.

¿Y qué hay de la ciudad de México? Por supuesto que hay una ciudad gentrificada. Y también una ciudad nueva, con museos cuya arquitectura es una obra de arte en sí misma conviviendo con centros comerciales gigantes. Pero todo eso sigue manteniendo un equilibrio con los comercios del centro histórico, con las tiendecitas singulares de las Colonias Condesa y Roma, con los edificios de viviendas que muestran el desarrollo de la ciudad en cada década de su vida (edificios coloniales, art-nouveau, art-deco, racionalista, modernísimos). Y todo a gran escala. Porque como decían los pintores Costus "lo peor de todo es quedarse corto". En eso, la ciudad de México es vencedora. Y si lo pienso con calma, es la única de mis ciudades favoritas del mundo que me sigue gustando por lo que es, no por lo que fue…

Vamos a usar este espacio para comunicarnos, dejarnos recados, enseñarnos las fotos y noticias que descubrimos... para contarnos todas esas cosas que no nos da tiempo a comentar en el día a día. Esto es, en definitiva, un blog cerrado al que sólo tenemos acceso nosotros dos, una extensión de nuestra vida

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