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La Gran Vía

Perdona que me cuele. Tienes pendiente colgarme alguna foto de nuestras vacaciones y hacer repaso de estos días. Por mi parte puedo asegurarte que lo pasé muy bien con los amigos, pero sobre todo, contigo. Esos momentos que nos tomamos para nosotros solos no hacen más que reafirmar lo que siento por ti. Me remito a la letra de “En el centro de universo”, una vez más estuvimos “en el centro de nuestro universo”. Tenemos que dar las gracias a Fernando Caudevilla por prepararnos unas vacaciones tan especiales, una vez más.

El caso es que como esta semana se ha celebrado el centenario de la Gran Vía, no quería dejar pasar más días sin introducir este comentario. La devoción por la Gran Vía es una de las muchas cosas que tú y yo tenemos en común. Prácticamente nos enamoramos en ella, paseamos nuestro incipiente romance de día y de noche, refugiados en sus cafeterías, discotecas y bares. Y cuando decidimos proyectar nuestra casa común elegimos nuestra calle favorita. También para montar tu despacho, y ahora el mío.

Cada boutique que se ha cerrado, cada cafetería, cada cine, es un pequeño fracaso que tú y yo vivimos como propio. La progresiva despersonalización es lo único que nos inquieta de la evolución de la Gran Vía. Por lo demás, estamos acostumbrados a disfrutarla de día y a desenvolvernos bien con la fauna nocturna. Y con la que puebla la trastienda, ese otro lado que siempre ha existido y que se ha degradado a la par que las costumbres. He leído mucho de lo que se ha publicado estos días en relación con la calle. Luis Antonio de Villena recordaba en “El Cultural” de ABC que la Gran Vía de su infancia era clasista, exquisita, adornada de boutiques y talleres exclusivos, de cafeterías donde la gente acudía bien vestida. No recuerdo si fue él mismo el que recordaba que su madre le dijo un día que la Gran Vía se estaba envileciendo y que cada día era más ordinaria, no por la presencia de prostitutas en esquinas estratégicas (donde siempre han estado), sino por que cada vez vestían de forma más vulgar.

Cuando llegué a Madrid en 1973 enseguida caí rendida a los pies de la Gran Vía. Claro que eso era debido al carácter de mi madre y mi abuela, y hasta diría de mi padre. Vengo de una familia a la que le gustan “los centros” de las ciudades. No salíamos de las cafeterías, Zahara, Manila, Dollar. Nos gustaba sentarnos por las tardes a observar el tejemaneje que se traían los señores que llegaban solos y acababan ligando con la señora de la mesa de al lado. Y nos gustaba pasear por Montera para contemplar otro vodevil, el del vaivén de las prostitutas. En 1976 vivíamos en el edificio de Princesa 3, no ya la Gran Vía propiamente, pero sí su extensión más cosmopolita en aquel momento. Allí se gestó Kaka de Luxe, allí se rodó el “Arrebato” de Iván Zulueta.

La Gran Vía fue cómplice del paso de mi infancia a la adolescencia. Por eso no podía negarme a participar desinteresadamente en la campaña del Ayuntamiento que da la bienvenida a los que llegan a Madrid y les recomienda que se detengan en la Gran Vía. Te dejo el cartel.

Por otro lado, espero que con los actos oficiales de celebración se pase la fiebre de la Gran Vía en los medios de comunicación. Todos los días tengo que estar rechazando entrevistas y reportajes sobre el mismo tema. En fin, es lo que tiene la actualidad. Para terminar, te recomiendo que te tomes tu tiempo, vuelvas a la página principal de libertaddigital.com y pinches en la ventana “100 años de la Gran Vía madrileña : fotos de ayer y de hoy”. Te va a encantar.
 

Vamos a usar este espacio para comunicarnos, dejarnos recados, enseñarnos las fotos y noticias que descubrimos... para contarnos todas esas cosas que no nos da tiempo a comentar en el día a día. Esto es, en definitiva, un blog cerrado al que sólo tenemos acceso nosotros dos, una extensión de nuestra vida

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