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Plazas del mundo: en el corazón de la ciudad

Las calles estrechas se abren y se crea un espacio amplio, cuadrado, redondo, rectangular a veces e incluso de forma extrañamente irregular en otras ocasiones, es una plaza, centro de la vida de la ciudad en el pasado, lugares turísticos por excelencia en el presente.

Después de conocer Bruselas he reflexionado sobre como algunas ciudades se unen en nuestra memoria a su plaza o sus plazas. Y es que, además de su belleza, pareciera que por un extraño procedimiento de destilación en ellas se hubiese concentrado buena parte de lo mejor (y en ocasiones de lo peor) del carácter y el sabor de cada ciudad.

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¿Qué plazas se acumulan y dominan en mis recuerdos? Por supuesto la Grand Place, supongo que por su deslumbrante belleza y por ser la última que he conocido. Pero no es un tema solo de cercanía en el tiempo: seguro que tardaré mucho en olvidar esa imagen de los edificios iluminados reflejándose en los adoquines húmedos por la eterna lluvia, con el Ayuntamiento destacando como una inmensa catedral laica.

Roma es también ciudad de plazas, empezando por supuesto por la del Vaticano, una de las más grandes del mundo y, sin dudarlo, una de las más bellas también, pero con el aire artificial de algo que no ha sido creado precisamente para pasear o vender cosas y que hace que uno prefiera la mucho más pequeña del Campidoglio, cuya recoleta belleza es el premio justo (generoso, creo yo) que uno recibe tras el esfuerzo de subir la Cordonata.

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¿Más? Sí, mucho más: la de España que es quizá el verdadero centro de Roma, la pequeña y maravillosa plaza en la que está el Panteón, las cálidas plazoletas del Trastevere

Las de Nueva York son radicalmente diferentes y quizá sea la americana más ciudad de largas avenidas que de plazas, pero ¿qué sería de la Gran Manzana sin Times Square? Fue el primer lugar que vi de Manhattan y en ese instante saliendo del metro me di cuenta de que estaba ya irremisiblemente enamorado de esa ciudad.

La esencia de Nueva York está en Times Square, sus edificios "masivos" y sus aceras repletas, pero cuando estén allí no dejen de visitar otras dos plazas: la que forma el delicioso Bryant Park en la parte trasera de la gran Biblioteca Pública de la calle 41, con sus terrazas y las sillas en las que la gente lee, se conecta a Internet y juega al ajedrez y al backgammon; y Union Square, a la altura de la 14, donde la ciudad lanza hacia el norte su cuadrilátero de inmensas manzanas y en la que los neoyorquinos bailan, quedan y escuchan imposibles mítines políticos a favor y en contra de los más insospechados temas.

En Estambul están también las plazas, claro, pero parte de su protagonismo lo han usurpado los bazares. No obstante, la gran ciudad del Bósforo tiene la inmensa plaza que merece y de la que muy pocos lugares pueden presumir: la de Sultanahmed, con dos de las maravillas del mundo mirándose frente a frente a través de los siglos: Santa Sofía de un lado y la Mezquita Azul del otro. No creo que haya en el mundo un lugar en el que dos edificios tan bellos y tan impresionantes estén separados por una única plaza prácticamente peatonal, salir de cualquiera de ellos y caminar cinco minutos para llegar al otro será uno de los momentos mágicos que vivirán cuando visiten la antigua Constantinopla.

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Y por último (más que nada porque en algún momento hay que acabar) no muy lejos de Estambul está la ciudad que, en cierto sentido, es ella misma una plaza, es decir, un lugar en el que confluyen corrientes que llegan desde distintos puntos: Jerusalén. Pero, ¿tiene plazas la capital de Israel? Hay una en la parte nueva en la que palpita el corazón de la ciudad actual más que el de la eterna: la de Zion, siempre repleta de gente que se busca, o que sólo busca o que simplemente pasea.

Y hay dos a las que se mira todo el mundo, separadas por unos pocos metros en altura y no muchos más en distancia: la Explanada del Templo y, a su pie, el Muro de las Lamentaciones. Tampoco sé si son éstas plazas en el sentido que habitualmente le damos al término, pero estoy seguro de que su espíritu lo es, como es muchas más cosas.

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Pocas más tiene la Ciudad Vieja, algunas pequeñas hay sí, en la confluencia de varias callejas y con niños musulmanes jugando un tanto desarrapados; o en las terrazas de Barrio Judío por las que se puede pasear y en las los que juegan niños judíos, de diferente aspecto pero parecidas diversiones: a esas edades no hay tantas diferencias.

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