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Visitando las Destilerías DYC: todo el sabor y el saber de Escocia, pero al lado de Segovia

El resultado final del proceso que hemos presenciado... y muchos años de reposo en las bodegas.
DYC: una visita para sumergirse en el mundo del whisky

La carretera avanza sinuosa por lo que hoy son casi las afueras de Segovia, no muy lejos de la flamante estación del AVE. Las montañas de la sierra más lejos y muy cerca una larga fila de chalets adosados nos siguen a un lado de la calzada; al otro la planicie segoviana de campos de labranza que en el final del otoño esperan primorosamente arados la todavía muy lejana primavera.

Un poco más adelante giramos a la derecha en una curva cerrada que nos interna en un pequeño valle donde el paisaje cambia y se vuelve más frondoso. En el fondo de esa hondonada, justo junto al cauce de un río Eresma recién llegado desde las cumbres serranas están las instalaciones de la Destilería DYC, uno de esos lugares de los que todos hemos oído hablar -los de mi generación, por ejemplo, no olvidamos aquellos míticos finales de etapa en la Vuelta a España- pero que muchos menos saben que es un sitio al que, incluso sin bicicleta, realmente vale la pena ir.

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Fachada de la destilería | C.Jordá

Y es que en esta época en la que tan de moda se ha puesto -merecidamente, por supuesto- el enoturismo, muchos menos nos hemos asomado al whiskyturismo, si me permiten ustedes el palabro, y no vean lo interesante que es el complejo proceso de destilación de esta bebida.

En el caso de DYC, además, hay una derivada casi tan interesante como la relativa a la bebida en sí: conocer la historia de una empresa que fue la idea genial de un visionario -Nicomedes García Gómez- pero que además desde entonces ha sido innovadora en muchos aspectos como, por ejemplo, el mundo de la publicidad.

Del grano a la botella

Les hablaba antes de enoturismo y de sus similitudes con lo que se puede hacer en la visita a una destilería. La principal es, probablemente, aprender: creo que no ha habido ninguna visita a una bodega en la que no haya acabado sabiendo un poquito más de vino y, desde luego, tras pasar por la visita que nos propone DYC sabemos más de wiski.

Además, en DYC presumen, con razón hasta dónde yo sé, de tener una destilería única en el mundo, y por dos motivos: el primero es que es la construida a mayor altura, los más de 1.000 metros segovianos; el segundo, y esto es más importante de cara a una visita como la que vamos a hacer, es también una de las muy pocas en las que tiene lugar todo el complejo proceso cuyo resultado final el es wiski, lo que nos da la oportunidad de ver muchas cosas, de acercarnos paso a paso sin dejarnos nada.

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Materias primas: cebada, cebada malteada y cereales | C.Jordá

Para empezar algunos montajes audiovisuales de bastante calidad nos explican los procesos; luego, de la mano de una excelente guía, vamos pasando de una sala a otra por los lugares en los que se desarrollan. Aunque no todo está en marcha siempre, las destilerías tienen una clara ventaja sobre las bodegas: la vendimia es todo el año, por así decirlo, lo que nos asegura que buena parte de las cosas estarán en marcha sea cuál sea la época en la que hagamos nuestra visita.

Llaman profundamente la atención algunas de las maquinarias utilizadas en las distintas fases del proceso: los enormes embudos rojos usados para humedecer la malta, la gigantesca sala en la que se desarrolla la germinación…

Para mi desesperación fotográfica en algunos de los sitios más fotogénicos tengo que mantener mi cámara callada, y no por algún secreto industrial que deba protegerse de mi curiosidad periodística, sino por una razón aún más contundente: los vapores de la destilación crean atmósferas prácticamente explosivas en la que un chispa generada por una cámara o por un móvil puede hacer que todo estalle. Convincente motivo para guardar la cámara, ¿verdad?

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Sala de destilación | C.Jordá

Una de estas salas que sólo se puede fotografiar desde el exterior es la de los gigantescos alambiques: iluminada con abundante luz natural y con las enormes formas de cobre con sus largos cuellos que tienen algo de monstruoso animal atrapado allí aún con vida.

Otra sala en la que verdad uno lamenta casi hasta las lágrimas no poder hacer fotos es la bodega. Visitamos la más antigua, de largos y estrechos pasillos en las que las barricas se amontonan por centenares. El edificio en cuesta y sostenido por columnas y unos discretos arcos me recuerda no sé muy bien por qué a una bodega jerezana, aunque el aroma es muy diferente: más intenso, mucho más alcohólico pero también agradable, de alguna forma podemos oler como el wiski a nuestro alrededor envejece, se amadera, mejora para cada día ser una bebida más refinada y placentera.

Como no puede ser otra forma la visita termina con una cata, en una sala espectacular creada para dicho propósitos. Allí, frente a nosotros los tres productos clásicos de la casa: los wiskis de tres, ocho y doce años. La luz de un espléndido día en el final del otoño segoviano nos permite apreciar las diferencias de color, aunque lo fundamental se percibe a través de la nariz y, por supuesto, de la boca. Cada uno tiene su propio perfume, sus propios detalles, un sabor mucho más diferente de lo que quizá habríamos pensado.

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La sala de catas | C.Jordá

La historia de DYC cuenta como su visionario creador, Nicomedes García Gómez, viajó a Escocia para aprenderlo todo sobre la destilación del agua de vida, término del que deriva a través del gaélico la propia palabra whisky. Nicomedes se trajo de Escocia ese saber y esos sabores que ahora, para nuestra sorpresa y nuestro placer viajero, están aquí cerquita, a sólo unos kilómetros, al lado de Segovia.

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