Lloraremos juntos una vez más. Puedo imaginar tus lágrimas vestidas por un sufrimiento desesperado deslizándose hacia la amargura de la soledad. Puedo imaginar tu mirada triste y perdida entre las fotografías que relatan fugazmente momentos apresados por las fauces de las cámaras.
Hoy, que ya me quema la mudez eterna que se acerca, me duele más tu dolor que el mío. Hoy, te voy a pedir, por favor, que no empeñes tu tiempo en esta batalla perdida. No hay rincón oculto, ni sombra generosa y acogedora, ni tiempo ni atajo posible. Cierra esas páginas, amor mío, ciérralas.
Hoy, me espera un horizonte extraño e inevitable en el que me sumergiré hasta desvanecerme. Hoy, caído ya el telón de mi agonía, mi amor, debes aceptar ese camino. Cruza las orillas del Lete. No mires atrás.
No tengas miedo. Aunque la noche pálida habrá extendido su túnica fría sobre mi cuerpo desnudo, dormiré tranquilo. Aunque mis días se evaporen o muten en escarcha de olvido, dormiré tranquilo. No tengas miedo porque no tengo miedo.
A punto de partir la nave nocturna que nos aleja, solo, ya añoro tu piel sobre mi piel, tu boca en mi boca, mis dedos entre tu pelo, tu risa danzando en mis ojos y nuestras voces jugando sobre las sábanas de nuestro amor. No es un adiós. No sé o no puedo hacerlo.
Es un te quiero. Siempre.