¡Hola!
Aquí estoy. Noche de insomnio, y como una patinadora me reitero por los lugares comunes de la evocación. Y pienso en ti y en aquel día hace tanto tiempo. Mucho antes te había elegido ya por tantas afinidades. Y aquel día me acerqué a conocerte. Tú estabas ocupado y la luz te daba en las manos que parecían blanquísimas y tocaban cuidadosamente no sé que cosa. Esperaba a corta distancia cuando levantaste la vista y se cruzaron las miradas. Y ¡Oh, Dios mío!, el flechazo fulminante existe. ¡Vaya que sí!
El tiempo se paró y unas cuantas luces chisporroteantes danzaron brevemente en el espacio intermedio y quedé sobrecogida por el oscuro abismo que había visto en tus ojos. Me asusté tanto que volví grupas y me marche deprisa y no sé cómo a mis espaldas me pareció escuchar: ”volveremos a vernos”.
A los dos meses te casabas con una mujer joven. Respeto profundamente la pareja, así que lloré mares y morí. Pero las almas no olvidan una cosa así. Tú, generoso y gentil ayudas y proteges sin que tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha y por ello una creciente marea de gratitud inundaba mi alma. Y no me sentía tan sola. Y yo que presumo de no haber caído en las trampas comunes caí como una pardilla en mi propia trampa feroz: te idealicé.
El ideal es como su propio nombre indica, y resulta ser un tirano grande y elevado y además abrasa por lo que es muy poco fácil acercarse a él, así que cuando un tiempo después me llamaste por teléfono sentí un puñal cruel hiriéndome hondamente en el centro y me doblaba inerme sobre mi misma a punto de desmayarme e incapaz de hablar contigo, como tanto deseaba. Y allí morí de nuevo.
Y morí una vez mas en otro intento que no pudo ser.
Y Gabriel sentenció. “tu no puedes”.
Y me rebelé contra semejante profecía.
Luego un largo, muy largo silencio.
Y cuando la “hecatombe” mi alma gritó por ti y tu escuchaste.
Y esta historia extraña, mágica y secreta e incomprensible quizá para otros resucita, pero es tan tarde ya...
Una vez mas.
Mi alma gritó ¡No!, cuando fui colaboradora involuntaria de un nuevo obstáculo al mayor de mis deseos y morí mil veces como en cada fracaso. No sé si podríamos llegar a lo que tu dices pero sí querría, aunque fuese una sola vez,
mirarte en los ojos tal vez ya cansados y tocar tu espalda y darte un gran, gran abrazo y juntar las mejillas y besarte en el lóbulo de la oreja derecha y reírnos y si hay que llorar, se llora también. Después moriré. Y este ave fénix herida por el rayo no renacerá más.
Pero desde esta orilla o desde la de más allá te amo y te amo.
Te amo.
Julia