Por supuesto, se puede amar a un ser imaginario y se puede amar a nuestra imaginación en él. Entonces, ¿a quién amamos? ¿a nosotros mismos a través suyo?¿a lo que creemos ver en él?¿a lo que creemos en él?
Demasiadas preguntas que sólo puede contestar cada uno.
Realmente yo no sé si el amor necesita saber cómo somos en verdad pues, seguramente, somos diferentes con el ser amado que con el resto del mundo.
El amor no cambia a las personas, pero saca de dentro de nosotros lo mejor que tenemos, y no me digan que no siempre es así, porque si no es así es que eso otro no es amor.
Si damos lo anterior por bueno, ¿qué importa que no sepa a qué te dedicas, dónde trabajas, dónde vives, dónde has nacido, quienes son tus amigos o quiénes son tu familia? ¡Qué importa que sólo haga unos días que te conozco y que, quizá, dentro de nada no te vuelva a ver!
Sé que te amo y sé que solo eres real cuando estamos juntos. Es en ese momento cuando el mundo está en su sitio y todo parece fácil. Es en ese momento cuando tú y yo nos convertimos en nosotros.
Luego te vas y yo vuelvo a ser yo, con mis problemas y mi vida, y tú no eres más que una voz en el teléfono, que como un desconocido, pregunta por cosas intranscendentes y recibe respuestas intrascendentes.
Hasta que haya un nuevo encuentro y se repita el milagro de convertirnos en nosotros.
Así pasa la vida y, como las estaciones, una y otra situación se alterna con su ritmo inexorable.
Y yo sigo sin saber quién eres.
Gemma