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Victoria Abril: el padre que no llegó a conocer marcó su vida

Se enfrentó un día a Robert de Niro porque él le preguntó a qué se dedicaba.

Se enfrentó un día a Robert de Niro porque él le preguntó a qué se dedicaba.
Victoria Abril | Cordon Press

A sus cincuenta y siete años, cumplidos en el último verano, Victoria Abril no tiene los problemas que acechan a otras actrices de su edad, abocadas a papeles marginales. Sucede en Hollywood y me atrevería a afirmar que en todas partes. Pero nuestra compatriota ha tenido la suerte de ser no sólo reconocida en Francia por su inmenso talento interpretativo; es que la respetan, la admiran y tiene la suerte de que los directores no reparen en su carné de identidad. No lo ha tenido Joyce, la esposa de Juan Luis Buñuel, el hijo del genio de Calanda, quien no vaciló en otorgarle el papel protagonista de Clam, una serie de éxito en el primer canal de la televisión francesa, con seis temporadas en antena, registrando una audiencia de más de diez millones de seguidores. Allí, incorpora el personaje de Clementina (Clam), una mujer protectora de su familia que ha de enfrentarse al embarazo precoz de su hija adolescente. Cuando de pronto se le vuelven a complicar las cosas con la llegada de un joven que dice ser su hijo, nacido en Sevilla, que acude a París en busca de su madre biológica. Que es la tal Clementina. Ni que decir que este culebrón ha proporcionado a la madrileña recriada en Málaga una inusitada popularidad. Conseguida después de más de veinte películas rodadas en el vecino país, donde se instaló a partir de 1980. Allí conoció a un cámara de cine, Gérard de Battista, con quien tuvo dos hijos, Martín, nacido en 1990, y Félix, dos años más tarde. Separada, tras diez años de convivencia con el gabacho, lleva ahora un tiempo con otro francés, Pierre Edelman. Ella siempre ha sido muy independiente y ha ido, como se dice coloquialmente, siempre "a su bola".

Yo la conocí mediados los años 70, cuando iba a recibir clases de ballet, cuatro horas diarias, a una academia que existía en una calle poco recomendable, llena de puticlubs, a espaldas de la Gran Vía madrileña. Fue azafata de Un, dos, tres… durante dos temporadas, desde 1976. Entre 1977 y 1982 estuvo casada con un futbolista chileno llamado Gustavo Laube. Con quien mantenía continuas trifulcas. No se cortaban un pelo. Ambos tenían un carácter fortísimo, se entrecruzaban insultos, sin importarles que hubiera alguien delante, como en cierta ocasión de la que fui testigo.

Y acabaron malamente. El caso es que esa boda fue una determinación de la actriz, pues quería independizarse de su madre, que la vigilaba cuanto podía. Harta Victoria, nada más cumplir los dieciocho años, es decir su mayoría de edad, resolvió marcharse de casa, contrayendo matrimonio con el temperamental jugador de fútbol.

La rebeldía de Victoria Abril puede que se explique, sin necesidad de que recurramos a los servicios de un psicoanalista, con la figura del padre que nunca conoció. Ella se llama Silvia Mérida Rojas, y el nombre artístico, eufónico, responde en el apellido a que en ese mes encontró su primer trabajo en el cine, la película de Francisco Lara Polop Obsesión, que rodó cuando aún no había cumplido quince años. No tenía vocación alguna de ser actriz, pero su madre quería que comenzara a trabajar de secretaria para ayudar a la menguada economía casera, y a la aún adolescente no le apetecía ponerse a escribir a máquina y tomar notas por taquigrafía. Entró en un estudio de cine como podía haberse dedicado a cantar en algún bareto. De hecho, además de recibir clases de danza clásica se iba con sus amigos al Retiro, donde les deleitaba con "bossas-novas", el ritmo brasileño que tanto le gustaba. En su corta discografía dedicó su penúltima grabación a esa música.

Pero acabó siendo actriz y a partir de Cambio de sexo, filmada en 1977, Mater amatísima y "La muchacha de las bragas de oro", fue convirtiéndose en una de las más prometedoras estrellas del cine español. Vicente Aranda fue el primer realizador que creyó en Victoria Abril. Fue para el desaparecido director catalán su actriz-fetiche, el que la enfrentó, en el buen sentido del vocablo, a otra figura en ciernes, Maribel Verdú, en la galardonada y excelente cinta Amantes. Un duelo interpretativo de altura.

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Mas, ¿de dónde le viene esa pregonada y repetida rebeldía desde sus años juveniles? Su madre, enfermera de un hospital, tuvo a Victoria de su relación con un ingeniero. Pero éste acabó casándose con otra mujer. Y la enfermera se fue a vivir a Málaga, donde transcurrió parte de la infancia de Victoria, madrileña de nacencia. El padre había muerto para la enfermera. Y así se lo transmitió a su hija. Y a otras que tuvo después. Victoria Abril siempre creció con la idea de que era huérfana de padre. Hasta el día que su abuela le contó el secreto guardado tanto tiempo por la madre: que el hombre que la engendró, vivía, que trabajaba en Madrid, en un Ministerio.

Y a partir de entonces, la actriz sólo tuvo en la cabeza un objetivo: buscar al padre que no conocía. Cuando creyó encontrar la pista adecuada pudo enterarse que ese hombre había dejado de existir recientemente. Alguien –su madre, la abuela, no sabemos- le dejó una fotografía. Y Victoria, manoseando aquel documento gráfico, acabó diciendo esto: "Sí, yo tengo la nariz igual que él". En un programa de la televisión francesa emitido el pasado año el presentador fue interesándose por ese pasado de Victoria Abril, desconocido para los admiradores de la actriz, y ella sonrió cuando pronunció la citada frase de su parecido físico con el padre que tanto buscó; el padre que nunca tuvo. De ahí, creemos, le vienen, primero sus gustos por conocer a algún hombre que pueda ocupar en su vida ese lugar del progenitor imaginado; o esa actitud suya de ponerse en guardia ante una situación que no le convence; la de discutir a las primeras de cambio; la de soltar tacos a troche y moche sin venir a cuento; la de querer imponer a sus directores lo primero que se le viene a las mientes y lo hace por narices, con ínfulas, con una soberbia reconocida por los que la han tratado. Así, con Pedro Almodóvar (con quien rodó La ley del deseo, ¡Átame!, Tacones lejanos y la última, en 1993, Kika). Conociendo al genio manchego es fácil comprender que ya no llame más a una de sus dos musas –la otra es Carmen Maura- harto de que, por otro lado su admirada Victoria Abril le discuta al tres por dos sus orientaciones, u órdenes que parta eso él es el director; le pida que cambie una frase, o sitúe los focos en otro sitio, y que la cámara la enfoque así o asá. Pero es que, reforzando cuanto decimos, en 1994 Victoria Abril fue reclamada por el norteamericano Barry Levinson para ser protagonista de Johnny Hollywood.

Y a la Meca del cine acudió, aceptando el papel de una peluquera hispana, rodeada de dos conocidos actores, Joe Pesci, ese que a menudo hace de mafioso, y Christian Slater. Levinson terminó hasta el gorro de "la españolita", cabreado por las veces que ella se entrometía en su trabajo de realizador. Contaba mi colega de "La Vanguardia" Josep Sandoval que Victoria Abril fue a un cásting donde Gérard Depardieu dudaba entre elegirla a ella como protagonista de La Lune dans le caniveau, o bien a Diahnne Abott, entonces esposa de Robert de Niro, quien la acompañaba. Pues, bien, de entrada Victoria Abril se enfrentó a éste de malos modos, enfadada porque él le preguntó que quién era y a qué se dedicaba. ¡Esa es siempre Victoria Abril en estado puro! Nos gustaría que se reincorporara a nuestro cine, pero ella está más por la labor de continuar en París.

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