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Katy Mikhailova

Falta algo

Analizamos lo mejor y lo peor del Cibelespacio de la MBFWM de Madrid.

Analizamos lo mejor y lo peor del Cibelespacio de la MBFWM de Madrid.
Vanessa Lorenzo en la Mercedes Fashion Week | Cordon Press

Todos los años es prácticamente lo mismo. Cambian algunos sponsors -seguimos sin cervezas pero se suma Iberia con su confortable zona VIP-, naturalmente las colecciones -se supone- de los diseñadores también son diferentes. Pero, por lo demás, exactamente igual. A la derecha, nada más entrar en el Cibelespacio, los corners de jóvenes diseñadores y el agua; de frente, alguna marca de revistas, más de frente el gigante córner a L’Oreal, a la izquierda del mismo está el quiosco de Mercedes-Benz. Más espacios de revistas -están todas-, al fondo el famoso e inaccesible Kissing Room, etc, etc.

Me encanta la moda, la Fashion Week Madrid, amo a los diseñadores -muchos amigos míos-, pero a esto, queridos lectores, le falta algo. Y no sé el qué. No sé si la lejanía y la frialdad de IFEMA, donde una termina con los pies destrozados. Con la línea 8 cerrada -por lo que acceder estos días a la MBFWM era misión imposible-. Con un parking nada barato para la media que acude a este tipo de eventos y los taxis que te cobran un suplemento de 3 euros por entrar y salir del recinto con el cliente dentro.

Llegado uno a IFEMA, se tiene que trasladar al Pabellón 14, en donde, para entrar a cada evento, se te pide un ticket o una invitación que te recuerda a la perfección el estatus que te corresponde. Los menos afortunados se quedan en el Cibelespacio -miles de cartones se han estado repartiendo en las últimas semanas para "democratizar" aquello-; los más afortunados pueden hasta entrar en el desfile -la gente "normal", esa que no es famosa ni se dedica a esto, debe hacer una cola, y si sobra sitio les dejan entrar-. Si eres VIP, te aceptan en el Kissing Room con una invitación aún más exclusiva. Ahí, como su mismo nombre indica, de lo que va es de dar muchos besos y postureo y vanidad máxima, acompañada de vodkas, gin tonics, aguas perfumadas, etc. Aunque, en realidad, para qué engañarnos: los más avispados, esos que aún antes de nacer la figura del Pequeño Nicolás se conocían de pé a pá el manual del canapero que se presenta a todos los ‘saráos’, entran en todos los sitios, echándole un poco de morro y de gracia.

Entre medias, naturalmente, ya que esto va de moda, hay desfiles. Y todos, a excepción de unos pocos en los que sí hay show o realmente talento, saben a lo mismo, suenan a algo parecido y tienen ese toque que iguala a la mayoría de los diseñadores.

Del primer grupo, de los del espectáculo, se salvan, desde mi humilde criterio, el de Agatha Ruiz de la Prada por acertar siempre con la música, con los globos y por no dejar de sorprender; o Francis Montesinos por colocar a un gaitero al principio del show, decorar el catwalk como si de un bosque asturiano se tratara y finalmente por hacer moda, una moda llamativa, impresionante y de las que dejan sin habla. También un Andrés Sardá se ha inspirado en el "expansionismo" napoleónico para plasmarlo en su lencería, sin dejar indiferente a nadie, que es de lo que se trata. Aquellos que poco show hacen pero están llenos de talento y sensibilidad destacaría a Ulises Mérida y Miguel Marinero que muestran la calidad del proceso creativo, haciendo las cosas bien. ¿Sobre los demás? No tengo mucho que añadir.

Es de aplaudir la estrategia de Roberto Verino de sacar la pasarela fuera del IFEMA el pasado jueves 16 de febrero. Ya que, además, esto es una idea de Cristina Cifuentes. ¿No se supone que la Fashion Week Madrid debe ser en Madrid? Pues eso. Tiene que empaparse de las gentes, fundirse con la capital, llevar la moda a las calles, y solo así tendremos una pasarela internacional digna de competir con París, Milán y Nueva York.

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