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Katy Mikhailova

De kilos, maletas, aviones y leggings

Arteta se pasó 37 kilos de peso en sus maletas, y tuvo que pagar 3.000 euros.

Exceso de kilos, pero en la maleta. Un exceso, además, caro. Esta ha sido la desafortunada experiencia de la gran Ainhoa Arteta, a la que he tenido la oportunidad de conocer en persona. Humilde, sencilla y muy cercana. Así es. Pero con un par de tacones.

Y es que después de que me contara el pasado lunes en persona en San Sebastián lo ocurrido, y a la noche lo compartiera en Instagram, entiendo perfectamente su postura.

Viajaba a Sidney con una compañía aérea de los Emiratos Árabes. Una gira larga, en donde, como es lógico, una cantante de ópera necesita llevar su vestuario: hablamos de numerosos vestidos largos, de época, que pesan y abultan lo suyo; amén de las partituras.

Facturó tres maletas, y entre la cuales superó el peso establecido, habiendo un "exceso" de 37 kilos. ¿El kilo? A unos 100 dólares. Sin que se lo comunicaran en el acto, se llevó la sorpresa de que tenía que abonar más de 3.000 euros a la compañía, en la que ha viajado en business class.

Es evidente que el respeto al cliente está viviendo su declive: ya ni sirve viajar con compañías que "venden" lujo, ni abonar billetes en primera. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que viajar en avión era todo una experiencia agradable. Desde aquí me sumo al apoyo de Ainhoa, y a todos aquellos que alguna vez han vivido algo parecido.

Y hablando de aviones, de modas y de modos, me cuesta opinar sobre la"inapropiada" vestimenta de las dos jóvenes, personal de la otra compañía, a las que se les negó subir a bordo por llevar unos leggings. No he visto foto de tales mallas, y salvo que fuera transparentes y enseñaran medio cuerpo, no sé hasta qué punto aquello era inapropiado.

Sí estoy de acuerdo, por contra, en que cada lugar tiene su indumentaria. Y no se debe acudir a la ópera con tejanos rotos, ni tampoco ir a la playa repleta de joyas ostentosas, ni al gimnasio con kilos de maquillaje.

Recuerdo cuando en mi facultad, Ciencias de la Información de la Complutense, estudiando Periodismo, en los exámenes, en los meses de calor, me encontraba con niñas que llevaban chanclas de piscina, shorts tan cortos que podían pasar por braguitas y tops que dejaban a la intemperie el ombligo, que, con algo suerte, no estaba ni tatuado ni decorado con piercings. Una estética ideal para tomar un helado en una terraza en verano, bajar a la playa o ir a dar un paseo, pero nunca para acudir a un examen en una facultad.

Hubo un tiempo en el que la moda era una externalización de la personalidad y la adaptación al contexto en el que uno se encontraba; hoy asumo que los aros colgando de la nariz cual vaca que ríe, los agujeros de las orejas y medio brazo tatuado con chorradas pasajeras es la filosofía de una sociedad cuya estética está en decadencia, cuyos valores se están perdiendo y cuya verdad es imposible de hallar.

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