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Katy Mikhailova

Un taxi, por favor

Las tarifas de Cabify y otros servicios parecidos rondan cantidades muy similares. Pero entre los taxis y estos nuevos servicios de chóferes a bajo a precio, hay una gran diferencia.

Las tarifas de Cabify y otros servicios parecidos rondan cantidades muy similares. Pero entre los taxis y estos nuevos servicios de chóferes a bajo a precio, hay una gran diferencia.
El sector del taxi | Archivo

Los taxis, entre las nuevas generaciones, no están de moda. Yo, por contra, soy una fiel consumidora de este servicio. Sí. Lo reconozco. Principalmente porque no me gusta conducir. Me saqué el carnet de conducir a duras penas. Más adelante cuento mi particular experiencia en la autoescuela. Pero también reconozco que uso puntualmente los servicios de Cabify, y tan feliz.

Taxis. Esa palabra tan inglesa, tan peculiar y tan divertida. Tan cara también. Calculo que cojo de media unos 15-20 al mes. La mayoría de veces hago el trayecto de Madrid centro hasta Aravaca, algunas veces hasta Las Rozas. Imagínese: en aquel caso 20 euros, en el segundo 35. Las tarifas de Cabify y otros servicios parecidos rondan cantidades muy similares. Pero entre los taxis y estos nuevos servicios de chóferes a bajo a precio, hay una gran diferencia. La de que te abran la puerta, que te la abra el conductor. Una estupidez como la copa del pino, absolutamente prescindible, pero a la que se suman otras costumbres de los servicios de "alquiler" de coches con conductor. Cómodos asientos, agua, un agradable trato por parte del conductor, poder controlar el trayecto durante el servicio a través de tu dispositivo electrónico, que te "carguen" la cuenta a tu tarjeta asociada a tu perfil de la app -evitando así entregarle tu tarjeta a un extraño-, entre otras cosas. También la amabilidad con la que te reciben, que pongan la temperatura que desees y la música o radio -preguntándolo-.

No quiero que suene laudatorio, pero en los trayectos... que me pongan esRadio o cuando quiero música, según tenga el día, Radio Clásica o Cadena Dial.

Durante años utilizando el servicio de taxis me he encontrado de todo: desde taxistas amables, simpáticos y divertidos; hasta algunos bordes, desagradables, con comentarios desafortunados, en coches que olían a tabaco y en los que el hecho de pedir que cierren la ventanilla parecía un crimen.

Esta podría ser la estética de una ética profesional que es la de utilizar el servicio de taxis. En una ocasión, un taxista me contó que si uno sufre un accidente en un taxi hay un seguro que cubre los daños físicos y morales, mientras que las otras empresas que ahora son su "competencia" carecen de tal seguro.

Todo sería más sencillo si me gustara conducir. Pero no es el caso. Después de haber pasado por dos autoescuelas y sacarme el carnet con un importante hastío emocional, sigo en las mismas que antes de tener el carnet. En la primera autoescuela, en Las Rozas, me caducó mi "matrícula". Fui una vez a una clase teórica y nunca más volví. Corría el año 2010. La segunda vez fue en 2013. Me apunté a una autoescuela en Príncipe Pío. Di un "intensivo-teórico" de 5 días, al que le sigue -suele ser la dinámica- la fase de repetir hasta la saciedad los test tradicionales. Fase que me salté por completo -entonces lo justificaba porque estaba terminando la universidad-, y solamente en enero de 2015 me examiné del teórico. Suspendí con 6 fallos. Nunca llegué a ir preparada a aquel examen, y era consciente de ello. A las 2 semanas aprobé por los pelos, con 3 fallos. Nunca me gustaron los exámenes tipo test. En la carrera de Periodismo lo mío eran esos exámenes de desarrollar un par de temas con espacio ilimitado. Rellenaba y rellenaba los folios como si no hubiera un mañana. Aprobada en febrero de 2015, durante dos años iba una vez por semana a recibir mi clase práctica. ¿Mi profesor? De unos 30 años, con coleta a lo Pablo Iglesias, gallego, del Barsa y de Podemos. Solíamos discutir en el coche durante las clases, discusiones amables, eso sí. Me examiné a tres meses de que me caducara el teórico. Suspendí la primera vez, en diciembre de 2016. Tuve unas navidades intensas. En enero combiné las clases del gallego -no del idioma- con una madrileña y madridista; a día de hoy nos intercambiamos whatsapps con memes sobre el Real Madrid y esas cosas. Nos une el equipo blanco y nos separa Mourinho. El gallego me bloqueó del whatsapp en marzo por haberle mandado otro meme que ridiculizaba al Barsa cuando le eliminaron de la actual Champions. Milagros de la vida, aprobé el práctico a la tercera. Entré casi de casualidad en la convocatoria -gracias a la simpatiquísima secretaria de la autoescuela, también docente-. Aprobé con el gallego, quien me apoyó bastante durante el examen.

Aquel 16 de febrero fue la última vez que cogí un coche. El de la autoescuela. En casa tenemos dos coches, pero no me apetece. Me muevo en trenes, buses, metros y taxis. Algún Cabify en el trabajo. Aprovecho y hago cientos de gestiones en cada trayecto, leo libros -que buena falta nos hace-, escribo emails, artículos o mi libro. ¡Bendito Metro Madrid! Cuando una viaja por Europa se da cuenta del metro del que goza y la fantástica gestión que se está haciendo de nuestro metro en estos momentos.

Pero para qué engañarles: me encanta la sensación de salir a la calle, probar suerte, dejarme llevar por el devenir de las calles madrileñas, alzar la mano y espetar "¡Taxi! Un taxi por favor".

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