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Katy Mikhailova

((((SÁBADO----Regale tiempo))))

A más de uno le caerá un reloj de regalo por Navidad. No obstante, en la última década ha pasado de moda para ser mero complemente decorativo.

A más de uno le caerá un reloj de regalo por Navidad. No obstante, en la última década ha pasado de moda para ser mero complemente decorativo.
La muerte del reloj como complemento | Cordon Press

Se acercan las fechas de las compras compulsivas, la mayoría sin sentido. La gente regala por regalar. A más de uno le caerá un reloj. Probablemente uno de esos que ni será muy barato ni tampoco muy caro. Uno del montón. Yo tengo en mi joyero acumulados unos 20 ó 30. Los tengo desde los 10 euros hasta los 500 ó 600. La mayoría regalos. ¡No me gasto eso en un reloj ni loca! Pero desde este verano no me he puesto ni una sola vez este complemento. Entre otras razones, porque me da pereza cambiarle la hora uno a uno; por no decir que a la mitad se les ha agotado la pila. Casi que los dejo para la próxima primavera.

"Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido", escribía mi admirado Julio Cortázar en Cronopios y Famas. Releyendo sus libros, di con el capítulo de "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj". No es la primera vez que me inspira este relato para reflexionar sobre la moda de controlar el tiempo a través de un complemento de moda -valga la redundancia-; y es que, una vez más, y después de haberme desprendido de esta atadura en la muñeca, he comprendido que una realidad paralela es posible. Una realidad sin reloj, pero con tiempo.

En verano suelo evitar el uso de este objeto: principalmente porque nunca llego tarde a ningún lado. Bueno, en verdad, intento no llegar tarde nunca a nada. Intento. No siempre lo consigo. Soy de esa clase de personas que prefieren dormir menos con tal de no correr detrás de un vagón de metro. Tampoco me gusta correr involuntariamente, con tacones y maquillada. Pero ese es un tema aparte.

Cuando hace calor, llevar algo en la muñeca provoca más calor aun. En verano he decidido estar más que ser, aspirando a retener el instante a lo Baudelaire. Y lo de detener el momento con un objeto inanimado, observándote y recordándote que el tiempo vuela y tú tienes responsabilidades que atender, no es la mejor manera. Tampoco el móvil es un gran aliado. Hice el ejercicio de enterrar el reloj y silenciar el móvil. Y funcionó. Aunque esto sólo ocurre si la actividad que realizas en ese preciso instante emocionalmente te llena. De lo contrario, agradecería hacer el gesto de mirar mi muñeca y ponerle cara, al interlocutor que tuviera delante, de "se hace tarde y es mejor que me invites a que abandone el encuentro".

"Te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca", añadía Julito.

El tiempo es bonito cuando es bonito lo que ves y vives. Para ello, el reloj es el mayor enemigo de la belleza, porque trata de cuantificarla, recordándote que conforme la vives y la escribes -la belleza- va convirtiéndose en tu pasado. A efectos prácticos el presente no existe, pero nos obsesionamos en el ‘carpe diem’ y esas pamplinas para darle riendas sueltas al hedonismo epicúreo y engañar a los bobos a través del marketing haciéndoles creer que vivir el momento es posible y que comercializar con la felicidad tiene sentido. Que la felicidad es una obligación del humano, que los miedos son traumas y que amar es la solución a todos los males.

Más allá de la contradicción en la que estoy entrando, en la última década el reloj ha pasado a desempeñar un rol puramente decorativo. Lo que decía antes: un complemento de moda, cual pulsera de adorno -¡no me gustan los adornos!- La hora la controlamos en el coche, en el Ipad o en el móvil.

También estoy segura de que los tiempos de Julito eran otros; que de vivir en medio de esta vorágine de nomofóbicos pasivos y sociales -esos que recurren al móvil para evadirse mentalmente de un encuentro social aburrido, yo soy de esas-, nomofóbicos vanidosos -también pertenezco a este grupo-, y nomofóbicos agresivos -¡Dios me libre!-, rescataría con mucho placer la figura del reloj para recordar que el paso del tiempo es caótico y desorbitado, pero podría ser relajante y bello. Y que detenerse a mirar la esfera del reloj puede ser hasta saludable.

En Chic

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