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Katy Mikhailova

Naftalina y olores

Echo en falta esos anuncios de perfumes de la televisión de antes, cuando uno se adentraba en un universo distinto.

Echo en falta esos anuncios de perfumes de la televisión de antes, cuando uno se adentraba en un universo distinto.
Jennifer Aniston anuncia su perfume | Archivo

En mi infancia, aquellos días felices en los que ni existía Netflix, ni los directos de Instagram, ni mitele.com y plataformas divisas, teniendo que alimentarnos principalmente de 5 canales, recuerdo las fechas navideñas como una época en la que se llenaba la televisión de anuncios de perfumes. Ver aquello era una manera de adentrarse en un universo de colores, eslóganes bonitos, palabras en francés impronunciables. Un spot de un perfume reflejaba la imagen de marca. Era la época en la que, todavía, los perfumes no eran unisex, el lenguaje inclusivo no existían. 

Eran tiempos en los que, cuando se disfrutaba de esos minutos millonarios de sueños, se iba después a El Corte Inglés más cercano a olisquear a qué olía cada spot y cada color. Con una idea clara en nariz, era otra forma de palpar lo que en marketing de lujo llamamos ‘lujo asequible’, lo que viene a ser un cachito intangible del bolso que pocos pueden adquirir. Un 2.55 de Chanel se nos escapa del “presu” (varios miles de euros), pero el perfume Chance (60€) de la marca está al alcance de todo.

Pues bien: estamos en diciembre y echo en falta todos esos anuncios. No sé si es que veo poca televisión últimamente, o es que entre el Black Friday, el Cyber Monday y las permanentes técnicas digitales de empujar a la compra onlin se ha cargado el espíritu-navideño-de-los-perfumes. Y tampoco sé hasta qué punto la crisis del Covid podría afectar o no al sector. Y es que, verán: nos despedimos de un 2020 con olor a naftalina y mascarillas desechables, lo que me genera una tristeza enorme. 

El otro día cayó en mis manos de manera muy casual una fragancia de Clarins Eau Ressourcante. ¿Su olor? Cítricos, las primeras notas olfativas. Es tan sumamente agradable, que no huele a nada. ¿A qué huele la nada? La nada huele a limpio, a nuevo, a fresco, a recién aterrizado, a recién salido de casa. Durante el confinamiento a duras penas me aplicaba fragancia alguna, pues me parecía tosco llevar un perfume en casa: es como si el perfume necesitara aire para recrearse y reproducirse en infinitos nuevos aromas. (Ello no quitaba que me duchara a diario, que conste; pero confieso no haber usado casi perfumes).

Ya saben: nuevo año, nuevo olor, nueva etapa. Y aquí estoy, oliendo a la nada y al todo, y contándoles a qué ha olido este 2020; a qué me gustaría que oliera 2021 si no nos nacionalizan las narices, si no nos fiscalizan los olores y si no nos encierran nuevamente para salir y hacer esa actividad tan cotidiana de averiguar a qué huele el mundo.

En Chic

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