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Carmena, los alimentos orgánicos y el pensamiento mítico de los políticos

Hace unos días la alcaldesa de Madrid, doña Manuela Carmena Castrillo, manifestó la intención de declarar Madrid territorio libre de transgénicos.

Hace unos días la alcaldesa de Madrid, doña Manuela Carmena Castrillo, manifestó la intención de declarar Madrid territorio libre de transgénicos.
Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid | EFE

La ciencia no debería entender de política, pero es que la política cada vez entiende menos de ciencia. La civilización occidental ha fundado su conocimiento sobre el método científico y el racionalismo. Como muy bien dijo Popper, no asegura la infalibilidad ni la certeza absoluta, sólo marca un camino, unas reglas que permiten contradecirlo todo siempre que tengas suficientes argumentos.

Los alimentos orgánicos

En la actualidad se da una extrema paradoja. Vivimos en la cumbre de la ciencia y, sin embargo, las creencias y los mitos conforman la explicación más aceptada por la opinión pública. Por supuesto este caldo de cultivo no es ajeno a la nueva hornada de políticos con viejas ideas. Uno de los eslóganes: los alimentos orgánicos son mejores. Una idea simple a no ser porque es imposible -al menos hasta hoy- su demostración. No se basa en evidencia científica alguna. El peso de su veracidad recae en la idea de que lo tecnológico, lo moderno, lo científico, lo sintético, lo empresarial es malo y lo artesanal, lo tradicional, lo mítico, lo natural, lo desinteresado es bueno.

Los alimentos orgánicos son aquellos que han sido cultivados obligatoriamente mediante un número concreto de agroquímicos y no se han utilizado para su producción semilla o plantas transgénicas. Ninguna de estas dos premisas otorgan ventaja de salud significativa.

La naturaleza no es una santa

En primer lugar, la mayor parte de los productos químicos nocivos a los que estamos expuestos provienen de la naturaleza. Creemos, a pesar de ello, que lo "natural" no puede ser malo. La mayor parte de los compuestos con carcinomas o simplemente tóxicos son sintetizados por las plantas o producidos por la naturaleza. Éste es un detalle que los griegos conocían muy bien cuando hicieron cumplir la sentencia de muerte contra Sócrates.

Por otro lado, nuestro cuerpo es capaz de generar defensas no sólo ante los productos químicos naturales, sino también contra los sintéticos que son minoritarios en nuestro cuerpo comparados con los primeros.

Un estudio muy reciente examinó 237 artículos científicos en los últimos 50 años comprobando el valor nutritivo de alimentos orgánicos y convencionales. Investigadores de la Universidad de Stanford concluyeron que los alimentos producidos de forma orgánica o de forma convencional no presentan diferencias en su valor nutritivo.

Una moda muy poco ecológica

Tampoco el factor "productividad" sale bien parado. Los cultivos orgánicos requieren entre una vez y media o dos veces más terreno. Los granjeros deben duplicar su producción o subir los precios. En los países pobres este nuevo terreno es a costa de las zonas de bosque, la emisión de enormes cantidades de CO2 extra, la utilización de más cantidad de agua y el impacto sobre las especies animales salvajes.

El tema de los fertilizantes orgánicos es aún peor. La utilización masiva supondría la cría de seis mil millones de vacas que emitirían durante su digestión gran cantidad de gas metano liberado a la atmósfera.

Si convirtiéramos en orgánico todos los cultivos del Planeta, una parte muy importante de la humanidad no sería capaz de comprarlos por su elevado precio. Por otro lado, la producción mundial caería, provocando el desabastecimiento de las poblaciones más desfavorecidas.

Como ven, los cantos de sirena de las soluciones "naturales" y "auténticas" son, en ocasiones, tan entusiastas como vacías. La ciencia trata de mantener una postura escéptica y vigilante, pero cuando la política entra a formar parte de sus decisiones todo se corrompe. Los sentimientos y el marketing de falso progreso apoyados por los plenos o los parlamentos aspiran a decidir qué es lo veraz. Pero la ciencia no entiende de votos, de mayorías ni de posiciones relativas al centro. Esto ya ha ocurrido en otros tiempos.

El poder se siente tentado a imponer su opinión y (en sus propias palabras) transformar la realidad. Me temo que la transformación de la realidad, al menos en términos científicos, no es otra cosa que mentir.

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