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Un calentólogo quiere hacernos vegetarianos para combatir el cambio climático

El británico Nicholas Stern, autor de un discutido informe sobre las consecuencias económicas del cambio climático, ha aconsejado seguir una dieta vegetariana para reducir las emisiones de metano del ganado, aunque reconoce no ser un "vegetariano estricto".

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En declaraciones al diario The Times, Nicholas Stern, autor de un informe del Gobierno británico en torno a la economía del cambio climático, afirma que la ganadería destinada al consumo de carne representa "un despilfarro de agua y contribuye poderosamente al efecto invernadero".

Las ventosidades de las vacas son una de las principales fuentes de emisiones de metano a la atmósfera. El gas en cuestión tiene un efecto 23 veces mayor que el dióxido de carbono. Además, según el IPCC de la ONU, el 18% de las emisiones de CO2 tienen su causa en la ganadería, incluyendo en ellas las provocadas por la destrucción de bosques para apacentar las reses y los cultivos como la soja que se emplean para darlos de comer.

"Creo que es importante que la gente reflexione sobre sus acciones y esto se refiere también a lo que come", aseguró Stern, quien pese a indicar que "una dieta vegetariana es mejor" reconoció no obstante no ser él mismo un vegetariano "estricto", lo que podría significar, aunque no lo aclara, que no come carne pero sí productos como huevos o leche para los que es necesario el ganado.

El "informe" Stern

Stern fue el primer economista en elaborar un informe sobre el calentamiento global "institucional", pues recibió el encargo del Gobierno británico después de que en los 80 se opusiera a las políticas de Thatcher. Hasta su publicación el consenso entre los economistas especializados en medio ambiente indicaban que los costes de adaptarse al cambio climático eran muy inferiores a los de evitarlo. Pero el informe Stern contradijo todas las evidencias anteriores sustituyéndolo por un nuevo mantra que desde entonces vienen repitiendo todos los ecologistas: por un 1% del PIB mundial todos los años, nos ahorramos unos gastos del 20% del PIB mundial dentro de unas décadas.

Para llegar a esa conclusión, el informe Stern exageró los costes de no hacer nada y disminuyó los de actuar hoy. El principal truco fue emplear una tasa de descuento de un 0,1%, lo que supone en la práctica considerar que un ahorro de 100 euros dentro de cien años merecería la pena aunque nos costara 99 hoy. Además, entre todas las opciones que tenía a su disposición escogió siempre la peor.

Demográficamente, elige un modelo del IPCC tremendamente irreal, con muy poco crecimiento per cápita pero mucho aumento de la población, especialmente en latitudes bajas donde sería más perjudicial el calentamiento global. No tuvo en cuenta la capacidad de adaptación del hombre hasta el extremo de ignorar la posibilidad de que se construyan presas contras las inundaciones, o que los granjeros cambien los granos que siembran al no ser los actuales adecuados para el nuevo clima o que la gente no se morirá de calor porque se adaptará progresivamente a la temperatura.

Con trucos de este género fue como logró vender que el aumento del intervencionismo de los gobiernos en la economía con la excusa del calentamiento global sería un gran negocio para todos.

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