Menú
Amando de Miguel

Aprender y enseñar

El dominio de una lengua es el cuento de nunca acabar.

El dominio de una lengua no es un fin en sí mismo, salvo quizá para ciertos candidatos a catedráticos de Lengua y Literatura. Se trata más bien de un aprendizaje que resulta conveniente para muchos otros aspectos de la vida. Se dirige especialmente a la tarea de comunicar ideas o enseñar algunas disciplinas. Me consta que muchos de los corresponsales de esta seccioncilla son profesores, como yo mismo. Se nos nota enseguida.

El dominio de una lengua es el cuento de nunca acabar. El aprendizaje de cualquier cosa recuerda el mito del tonel de las pobres Danaides, que nunca se llenaba. Se trata de hacerlo más efectivo si se siguen algunas recomendaciones.

En los milenios pasados y hasta hace unos pocos lustros el aprendizaje consistía fundamentalmente en succionar la información que proporcionaban los maestros. La facultad principal era la memoria, una cualidad que nos distingue de los otros mamíferos. Pero de repente hemos entrado en una etapa soberbia en la que la información nos la proporcionan generosamente las máquinas.

La ley de la inercia es bien humana. Seguimos aprendiendo y enseñando como los habitantes de la época anterior a los ordenadores y sus derivados. Es decir, el aprender y enseñar siguen siendo procesos rutinarios con escasa eficacia. Lo cual no quiere decir que la memoria no sea una capacidad útil. Se trata de algo superior: manejar bien los abundantes datos que están a disposición por todas partes.

¿Qué hacer con tanta información como nos desborda? Establecer comparaciones, seleccionar las pocas de los trillones posibles. El arte de comparar es la cualidad que definitivamente nos distingue de los otros mamíferos.

La comparación adecuada debe salvar varios escollos. Primero, hay que medir bien los términos de la comparación. Por ejemplo, los médicos miden bien la fiebre pero no el dolor. El segundo paso consiste en superar las apariencias, las observaciones a primera vista. La divisa de "no es lo que parece" se encuentra en la base de muchos desarrollos científicos. Bien lo sufrió Galileo. Efectivamente, la Tierra giraba alrededor del Sol, no al revés, como parecía.

Para ponerse a comparar, el sujeto debe practicar la virtud de la curiosidad. Desgraciadamente, en la cultura española se trata más bien de una tacha. La persona que manifiesta cuidado por saber puede resultar sospechosa. Nada menos que ahí residió el misterio del pecado original. Pero sin el desarrollo de esa capacidad la especie humana habría desaparecido hace mucho tiempo.

En las empresas científicas aparece la falacia de la correlación. La primera interpretación de dos fenómenos que se asocian positivamente ("cuanto más del uno más del otro") es que uno es la causa del otro. No tiene por qué ser así, pero la natural pereza nos lleva a presumir que la corfrelación significa casualidad. En todo caso puede servir como pista para establecer las verdaderas causas, aunque muchas veces son múltiples. Por eso mismo, el proceso de aprender no termina nunca. Ese es su encanto.

En Cultura

    0
    comentarios