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¡Cómo olvidar Auschwitz!

Mientras los nazis envenenaban el lenguaje y el alma alemana, a seis millones de judíos les eran arrebatadas sus vidas, sus sueños, su futuro.

Mientras los nazis envenenaban el lenguaje y el alma alemana, a seis millones de judíos les eran arrebatadas sus vidas, sus sueños, su futuro.
Los hermanos judíos Abraham e Inmanuel, dos víctimas de la Shoah (fuente: blog Made in Auschwitz

Victor Klemperer en su excelente ensayo La lengua del tercer Reich escribió que el lenguaje nazi "era un lenguaje carcelario (de los carceleros) y del lenguaje de las cárceles forman parte necesariamente las alusiones veladas, las ambigüedades, las falsificaciones, etc". Por eso los nazis nunca hablaron de exterminio de judíos sino de "Solución Final" o de "erradicar los fundamentos biológicos del judaísmo".

Y mientras los nazis envenenaban el lenguaje y el alma alemana, a seis millones de judíos les eran arrebatadas sus vidas, sus sueños, su futuro, su descendencia… por eso somos muchos los que no permitiremos que se olviden sus nombres. El Yad Vashem, monumento vivo del pueblo judío al Holocausto, encabeza su página web con una cita del profeta Isaias 56,5: "Y les daré a ellos en mi casa y dentro de mis muros un monumento y un nombre (un "yad vashem")... que no serán arrancados".

Auschwitz, el producto más tangible de la tóxica lengua nacionalsocialista diseccionada por Klemperer, fue evacuado por los nazis a mediados de abril de 1945, poco antes de que Hitler tomara la mejor decisión de su vida: volarse los sesos. La evacuación tenía su lógica: Las tropas soviéticas estaban muy cerca y no era cuestión de quedarse en aquel campo de los horrores para explicar a los rusos la razón de la gruesa capa de ceniza que cubría toda la zona. ¿Ceniza? Un preso le dijo irónicamente a Viktor Frankl nada más llegar a Auschwitz que "la única forma de escapar del campo era con el humo de las chimeneas". La evacuación supuso en realidad una nueva forma de exterminio: Los prisioneros que milagrosamente habían sobrevivido en Auschwitz murieron en gran parte durante las "marchas de la muerte" o lo hicieron nada más llegar a otros campos de exterminio más alejados del Ejército Rojo y, por lo tanto, aún en funcionamiento.

Cuando el 27 de enero de 1945 las tropas soviéticas liberaron (1) Auschwitz encontraron un inmenso cementerio en el que agonizaban lentamente 7.500 prisioneros. ¡7.500 supervivientes de 1.300.00 prisioneros que pasaron por Auschwitz!. La niña Ana Frank había muerto pocos meses antes. Un nombre conocido entre más de un millón de víctimas, casi todas anónimas, sin nombre, sin yad vashem. Los supervivientes estaban lo suficientemente enfermos, desnutridos y débiles como para que en el último momento fueran abandonados por los nazis con la seguridad de que no sobrevivirían muchos más días. Había que ahorrar munición y 7.500 balas en los momentos finales de la guerra eran muy valiosas como para ser desgastadas con aquellos cadáveres andantes a los que en la jerga del campo se conocía como "musulmanes" (otra trágica ironía teniendo en cuenta que el 92% de los muertos en Auschwitz eran judíos, según los cálculos de Georges Wellers).

La mayoría de supervivientes que encontraron las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945 llevaban menos de seis meses en el campo de exterminio. Leon Poliakov en su obra de referencia Auschwitz: documentos y testimonios del genocidio nazi (Orbis) estima que la esperanza media de vida en el campo en 1944 era de algo más de seis meses (en 1943 no llegaba a los 4 meses). La fórmula de exterminio era sencilla y estaba perfectamente calculada: ofrecer a los presos una dieta con muchas menos calorías que las quemadas durante los trabajos forzados en el crudo invierno polaco. De esa forma la muerte por desnutrición llegaba entre los 4 y 6 meses matemáticamente (causa escalofríos analizar los gráficos aportadas por Poliakov) desde que el prisionero ingresaba en Auschwitz y leía su obscena bienvenida: "El trabajo libera". Y eso en el supuesto de que al descender del tren tuviera la fortuna de no ser calificado como "no apto para el trabajo" (niños, mujeres embarazadas, ancianos, heridos o enfermos). Como es bien sabido los "no aptos" eran enviados inmediatamente a las cámaras de gas para ser envenenados con el Zyklon B tan lucrativamente proveído a Auschwitz y otros campos de exterminio nazis por la empresa alemana IG Farben (en los procesos de Nuremberg se juzgó a un puñado de sus directivos, algunos de los cuales fueron condenados a irrisorias penas de entre uno y ocho años).

Violeta Friedman, una de aquellas supervivientes fortuitas de Auschwitz, explica en sus Memorias (editorial Planeta) como el trabajo forzado era empleado para asesinar: "durante los meses de noviembre, diciembre y hasta el 20 de enero de 1945 fuimos obligados a realizar durísimas tareas. Es evidente que era otro método para eliminarnos aunque esta vez con mayor disimulo". Fue precisamente la Sra. Friedman quien, muchos años después, se querelló en España contra el nazi Leon Degrelle a raíz de unas irónicas declaraciones suyas negando el Holocausto. El proceso fue largo pero la razón de la víctima se impuso sobre la podredumbre del verdugo ¡Bien por Violeta Friedman!

Viktor Frankl también sobrevivió a Auschwitz. En su maravilloso ensayo EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO (editorial Herder) llega a afirmar que "los mejores no sobrevivieron a Auschwitz". Al leer su obra se entiende lo que quiere expresar pero creo que su afirmación resulta exagerada y acaso injusta. Sobrevivir a Auschwitz tuvo numerosos componentes: tiempo de estancia en el campo, sexo (las mujeres demostraron una mayor capacidad de adaptación a las horribles condiciones del campo), fortaleza espiritual (es curioso comprobar cómo los físicamente más fuertes morían antes que quienes se refugiaban en su mundo interior) y, sin duda, la simple y caprichosa suerte.

Es bueno recordar Auschwitz, es necesario recordar a las víctimas y conocer a los verdugos. Nunca se escribirá lo suficiente sobre aquel crimen sistemático perpetrado con la complicidad de numerosos países y millones de personas. Si por un momento dejamos las cifras y nos centramos en las personas es cuando realmente nos "duele" Auschwitz. Cuando escribía mi DICCIONARIO BIOGRÁFICO DE NAZISMO Y TERCER REICH (editorial Sepha) localice una vieja fotografía del "álbum de recuerdos" de un nazi: un SS apunta su arma a la cabeza de una madre y su hijita. Están de espaldas al verdugo. La madre, encogida, abraza a una niñita de apenas unos pocos años. Ambas juntan sus caras y parecen protegerse mutuamente, como tratando de que su aliento y calidez borrara la inminencia del horror. Al mirar esa foto no puedo dejar de pensar ¿Qué sentía esa madre? ¿Cuál no sería su angustia? La niña, en esa magia infantil que nos cree a los padres divinos e indestructibles, quizás pensó hasta el último segundo "mama me salvará…" Pero la madre sabía que ambas iban a morir inmediatamente y que nada podría hacer por su hijita, salvo apretarla fuerte. ¡Cómo tuvo que sufrir aquella víctima anónima! Su sufrimiento pervive a través del tiempo y del espacio por mor de una simple foto, tomada por el cómplice de un asesino. Quizás porque soy padre no puedo evitar una difusa tristeza cada vez que miro esa imagen y percibo todo el horror que subyace en ella y lo multiplico por millones de víctimas. Quizás porque soy padre sufro con aquella familia truncada por uno de los totalitarismos más sangrientos del siglo pasado y es entonces cuando creo que nunca se escribirá suficiente sobre el Holocausto.

Hay muchas fuentes solventes sobre el Holocausto y Auschwitz. En mi artículo he citado algunas de ellas, pero no quiero terminar sin recomendar Made in Auschwitz de Carlos Morales, un interesante, sensible y juicioso blog que lleva años recordando a las víctimas de Auschwitz con la fuerza de las palabras y el poder de la poesía. Y así, entre todos, impediremos que el nombre de las víctimas, de nuestros hermanos, sea profanado con el olvido.


(1) No hay espacio en estas líneas para analizar el terrible destino que sufrieron muchos de los supervivientes "liberados" por el Ejército Rojo y que fueron enviados inmediatamente a los Gulags o campos de concentración soviéticos.

Fernando Navarro García. Autor del Diccionario Biográfico de Nazismo y Tercer Reich y director de la colección "Flores del Mal" de la editorial Sepha.

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