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Emilio Campmany

La revolución rusa

¿Estuvieron relacionadas la revolución rusa y la Gran Guerra? ¿O hubiera la revolución estallado de todas formas, dadas las condiciones sociales en Rusia?

¿Estuvieron relacionadas la revolución rusa y la Gran Guerra? ¿O hubiera la revolución estallado de todas formas, dadas las condiciones sociales en Rusia?

(Las fechas que se citan son del calendario gregoriano y no del juliano, que era el oficial en Rusia y que en 1914 iba con un retraso de 13 días).

Examinar la revolución rusa desde el punto de vista de la Primera Guerra Mundial constituye un desafío para el historiador. ¿Estuvieron relacionadas? ¿O hubiera la revolución estallado de todas formas, dadas las condiciones sociales en Rusia? Como ocurre algunas veces, curiosamente la respuesta a una cuestión tan general ha de buscarse en un lugar y una fecha concretos, el 12 de marzo de 1917 en Petrogrado, el día en que se sublevó su guarnición. A partir de ese momento no hubo para los soldados y oficiales rebeldes posibilidad de marcha atrás, so pena de un consejo de guerra, y la revolución fue ya imparable. Es verdad que las manifestaciones y huelgas empezaron antes, el 8 de marzo. Y aunque los motivos de las mismas, la escasez y la carestía de los alimentos, estaban directamente relacionados con la guerra, pues las necesidades del frente habían hecho que escaseara la harina y que no hubiera trenes suficientes para transportarla, lo cierto es que en Petrogrado las huelgas y manifestaciones habían sido ya muy frecuentes desde antes de la guerra. No obstante, David Stevenson sostiene que la diferencia entre marzo de 1917 y las ocasiones anteriores fue que en esa fecha las tropas recibieron la orden de disparar contra la multitud. Fue así porque el zar exigió que se acabara inmediatamente con los desórdenes, dado que Rusia estaba en guerra. Nunca antes había ocurrido nada parecido. Puede deducirse entonces que, sin guerra, el zar no hubiera sido tan exigente y los militares no se hubieran visto obligados a ser tan crueles. En cualquier caso, amotinada la guarnición de Petrogrado, la revolución estuvo inevitablemente en marcha y Nicolás II se vio obligado a abdicar el 15 de marzo, siete días después de las primeras manifestaciones.

De todas formas, la guerra iba mal para Rusia. En el frente, las cosas estaban mejor de lo que parecía. Había tenido que ceder el saliente polaco a los alemanes, pero éste constituía una debilidad estratégica y el nuevo frente, rectilíneo, era más fácil de defender. La ofensiva Brusilov había demostrado que el ejército ruso quizá no pudiera vencer a los alemanes, pero sí podía derrotar a los austriacos y de ella se hubiera podido obtener algún beneficio de no haberse empeñado los aliados occidentales de la Entente en arrastrar a la débil Rumanía a entrar en guerra, obligando a los rusos a defender un frente más amplio. Pero el verdadero problema de Rusia era que estaba combatiendo una guerra para alcanzar unos objetivos que la propia guerra, tal y como había evolucionado, no permitía alcanzar. Rusia había decidido en 1914 defender a Serbia de la agresión austriaca por una razón oficial y un motivo oculto. La razón oficial era defender a sus hermanos eslavos y conservar su influencia en los Balcanes frente a la rival monarquía austro-húngara. El motivo oculto era aprovechar la oportunidad que se le brindaba de apoderarse de los estrechos y tener finalmente para su armada del Mar Negro una salida al Mediterráneo.

Italia entró en guerra en 1915 precisamente para imponer su presencia en los Balcanes en perjuicio, desde luego, de Austria, pero también de Rusia. Luego, el fracaso de sus aliados occidentales en Galípoli, la derrota de Serbia y el fracaso de la ofensiva aliada desde Salónica alejaban toda posibilidad de hacerse con los estrechos o de establecer ninguna clase de influencia en los Balcanes. En esas condiciones, eran pocos los oficiales que en el frente estaban en condiciones de explicar a sus hombres por qué debían continuar luchando cuando además las armas de la época se cobraban un altísimo peaje en vidas.

Al poco de estallar la revolución en Petrogrado surgieron dos entes rivales que se disputaron el poder. El primero fue el Gobierno Provisional, hijo de los partidos críticos de la Duma, que aspiraban a que Rusia se dotara de un régimen liberal similar al de sus aliados occidentales. El segundo fue el Sóviet, una especie de órgano representativo de obreros y soldados, que ya jugó un papel importante durante la revolución de 1905, donde se organizaron todas las facciones socialistas, incluidas la menchevique y la bolchevique.

Desde el principio, estos dos focos de poder mantuvieron un pulso en todos los órdenes, especialmente en el de la política exterior. Pavel Miliukov, ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno Provisional y prominente figura del mismo, creía que la revolución tan sólo debía afectar a cuestiones internas. Una Rusia liberal sería, según él, un aliado de la Entente mucho más fiable y eficaz de lo que lo había sido la Rusia zarista porque habría una complicidad ideológica que antes no existía y que tendría como fin común derrotar a las dos trasnochadas autarquías de Europa Central. Este planteamiento es coherente con la progresiva interpretación de la guerra como un conflicto ideológico. Una guerra del progreso contra la reacción y de la democracia contra el despotismo no hubiera sido creíble si en el bando del progreso y de la democracia hubiera estado la Rusia zarista. En cambio, con una república liberal rusa el planteamiento era perfectamente admisible. Aunque parezca increíble, en París y en Londres llegaron a convencerse de que la república rusa, no obstante el azote de la revolución, sería más eficaz combatiendo a alemanes y austriacos de lo que lo había sido la Rusia gobernada por Nicolás II.

En el Sóviet pensaban de manera muy diferente. Creían que la revolución había puesto fin a la tregua alcanzada por los socialistas de toda Europa con sus respectivos Gobiernos y que había llegado el momento de obligarles a acordar la paz. La idea era que la guerra era fruto de las rivalidades capitalistas y tenía poco que ver con los intereses de la clase obrera. Era tan sólo cuestión de tiempo que esta idea se afirmara en todos los países beligerantes. Pero mientras las masas lograban imponer su exigencia, Irakli Tsereteli, un menchevique que logró que su punto de vista fuera aceptado por la mayoría de los miembros del Soviet, creía que no había otro remedio que seguir combatiendo para evitar que las potencias capitalistas enemigas se apoderaran de nuevos territorios pertenecientes a Rusia. A ello se oponía Lenin, llegado desde Zurich en abril en un tren fletado por Berlín y cabecilla de la minoría bolchevique, que defendía que había que alcanzar la paz a toda costa para poder desarrollar la revolución en el interior y concentrar los esfuerzos en derrotar a las fuerzas contrarrevolucionarias.

En el Gobierno Provisional también había rivalidades. Alexander Kerensky y Mijail Tereshenko simpatizaban con el planteamiento menchevique y creían que el objetivo tenía que ser una paz en la que no hubiera ni vencedores ni vencidos. Las tensiones estallaron finalmente en mayo. Miliukov salió del Gobierno, Kerensky fue nombrado primer ministro, Tereshenko se hizo cargo del ministerio de Asuntos Exteriores y Tsereteli fue puesto al cargo de la cartera de Correos y Telégrafos. En el mismo momento en que el planteamiento de Kerensky y los mencheviques fue puesto en práctica se hicieron evidentes sus contradicciones. Ni en Alemania ni en Austria estallaba ninguna revolución y sus Gobiernos es esforzaban cuanto podían en derrotar a los rusos sin estar dispuestos a escuchar nada que viniera de Petrogrado que no fuera una rendición. Kerensky planeó una ofensiva para julio a fin de estimular los deseos de negociar de los enemigos, pero fue un completo fracaso debido a la negativa de los soldados rusos a combatir. Una negativa por otra parte muy comprensible una vez que la idea de la paz y de poner fin a la guerra se había convertido en uno de los pilares de la revolución. En esas condiciones, lo que se esperaba recibir en el frente no era precisamente la orden de atacar sino la de desmovilizarse.

Incapaces Kerensky, Tereshenko y Tsereteli de formular una política exterior coherente con el objetivo de lograr la paz, se vieron obligados a seguir más o menos el camino un día marcado por el denostado Miliukov haciendo patente que los únicos capaces de lograr de verdad la paz eran los bolcheviques con su plan de firmarla a cualquier precio. Cuando el general Lavr Kornilov dio la orden de marchar contra Petrogrado, quien salvó al Gobierno Provisional fue la Guardia Roja bolchevique. A las pocas semanas, estalló la revolución dentro de la revolución, Lenin se hizo con el poder e inició las negociaciones con los alemanes hasta firmar la paz de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918 después de unas durísimas negociaciones con Berlín.


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