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Cinco aspectos que hay que conocer de santa Teresa de Jesús, una adelantada a su tiempo

Mística, apóstol insaciable y una de las grandes plumas de la literatura. Su vida fue como un libro de aventuras que se escribió hace cinco siglos.

Mística, apóstol insaciable y una de las grandes plumas de la literatura. Su vida fue como un libro de aventuras que se escribió hace cinco siglos.
Escultura de santa Teresa en Ávila | Cordon

Poco se puede decir de santa Teresa de Jesús que no se sepa ya. Este sábado se cumple el quinto centenario del nacimiento de una una de las mujeres más importantes de los últimos siglos. Una adelantada a su tiempo que abrió camino y que renovó el mundo en el que vivía. Poeta, mística, apóstol insaciable y maestra espiritual que siglos después sigue siendo un referente y cuyo ejemplo ha cambiado la vida de reyes, nobles y gente sencilla. Es Santa Teresa, una de las grandes figuras de la Iglesia y de la literatura.

La santa nacida en 1515 tuvo una vida de aventura. Conoció a varios de los que más tarde serían también grandes santos de la Iglesia, quiso de niña ir a la tierra ocupada por los musulmanes para ser mártir, tuvo una vida de fe convulsa hasta que se encontró con Cristo en sus visiones místicas y en la oración de la que tanto habla en sus textos. Y pese a su santidad también sufrió mucho por las persecuciones internas en la Iglesia, incluso por la Inquisición. Para la posteridad queda la fundación de las carmelitas descalzas y sus numerosos escritos. Una santa a conocer y a continuación leerán cinco aspectos que muestran la grandeza de esta mujer justo cuando se cumple el V Centenario:

1. Una mujer avanzada a su tiempo

Santa Teresa fue una mujer adelantada a su tiempo. Hizo cosas impensables para una mujer hace cinco siglos. Impulsó una orden, abrió numerosos conventos y renovó a la Iglesia gracias a su ímpetu y personalidad arrolladora.

La santa española es doctora de la Iglesia, es más, fue la primera doctora de la Iglesia. Teresa recibió este título en 1970 impuesto por el papa Pablo VI. Este título de la Iglesia otorga oficialmente a ciertos santos para reconocerlos como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Ella fue la primera mujer. Ahora son ya cuatro junto a santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Lisieux y Santa Hildegarda de Bingen. En total, hay 35 Doctores y santa Teresa comparte esta distinción con eminencias como san Agustín, santo Tomás de Aquino o su querido san Juan de la Cruz, entre otros.

Pero si es reconocida en el seno de la Iglesia no lo es menos fuera de ella. Su importancia en la historia, especialmente en la de España es evidente. Hasta en tres ocasiones ha sido proclamada copatrona de España, con permiso de la actual patrona, la Inmaculada. En primer lugar Felipe III emitió un real decreto en 1617 nombrándola patrona del reino aunque ni siquiera era santa pues sólo era beata. Por ello, en cuanto fue canonizada Felipe IV volvió a retomar este asunto y en 1627 fue nombrada "sin perjuicio o innovación alguna del Patronato de Santiago Apóstol en todos los reinos de España", firmaba el Papa Urbano VIII. Por último, las Cortes de Cádiz decidieron reestablecer por unanimidad el 28 de junio de 1812 el título de patrona a Teresa. Además, en estos siglos numerosos colectivos la han reclamado para su protección. Es patrona de los escritores y en este tiempo lo ha sido igualmente de abogados o ajedrecistas....

2. Una gran santa amiga de grandes santos

La vida de santa Teresa coincide con el siglo de Oro, del que ella es una de sus protagonistas, y es también un tiempo en el que España dio grandes santos a la Iglesia. La santa abulense se rodeó de algunos de ellos. En su camino se cruzaron y tuvieron gran importancia personajes como san Juan de la Cruz, con el cual colaboró estrechamente, así como san Pedro de Alcántara y san Francisco de Borja.

Con san Juan de la Cruz, el otro gran maestro del misticismo, realizó la reforma del Carmelo. El encuentro entre ambos fue providencial y aunque 25 años más joven que ella llevaron una gran obra de renovación en la Iglesia. "El padre fray Juan de la Cruz es una de las almas más puras que Dios tiene en su Iglesia. Le ha infundido nuestro Señor grandes riquezas de sabiduría del cielo", escriba santa Teresa de él.

San Pedro de Alcantara fue un gran amigo y su consejero que la ayudó y dio paz a la hora de lanzarse a la reforma del Carmelo. Fue el primer biógrafo de la santa tras su muerte dedicándola tres capítulos en su autobiografía. Con Francisco tuvo también varios encuentros antes de que fuera elegido como el tercer capitán de los jesuitas.

3. Admirada y perseguida por su renovación

Su obra vista ahora se ve bonita y encomiable pero la realidad es que fue dura, muy dura para ella. En el siglo XVI ser mujer no ayudaba en su misión. Tras ver de Dios que debía hacer la reforma del Carmelo encontró la incomprensión en una parte de la Iglesia. De hecho, la obra misionera que estaba realizando fue perseguida llegando incluso Teresa a comparecer ante el Tribunal de la Inquisición en 1575. Finalmente, el Papa la apoyó y su misión pudo florecer.

También tuvo problemas por sus numerosos escritos. De hecho, se quemó uno de sus libros tras la petición de su confesor. Pero a pesar de los sufrimientos que tuvo por la persecución y debido a su precaria salud, santa Teresa no se dejaba amilanar, sobre todo cuando de lo sagrado se trataba. De este modo, para defender su obra trató con reyes y la nobleza y fue hasta donde hizo falta para proteger los conventos que sembró por toda España.

4. Apóstol insaciable; escritora para la eternidad

Era monja pero sobre todo tenía un alma de misionera, que conjugaba a la perfección con su maestría para la vida espiritual. Además, a todo esto unía su magistral pluma. Ya fuera sobre su experiencia vital o para la formación de sus monjas la obra de santa Teresa es prolija y misionera.

En su vida escribió varios libros y cientos de cartas además de sus bellas poesías. Pese a su intensa actividad en la que no paraba de fundar conventos y viajando por todos los rincones tuvo tiempo para dejar para la historia obras como Libro de la Vida, Camino de Perfección, Meditación sobre los Cantares, Exclamaciones, Fundaciones, Constituciones, Moradas del castillo interior.

Su vida literaria iba unida a su vida misionera. En 1562 el papa Pio IV le permitió trasladarse al convento de San José en Ávila surgiendo así la reforma del Carmelo. Teresa no perdió el tiempo y en apenas veinte años fundó hasta 16 conventos por toda España hasta que en 1582 falleciera en Alba de Tormes.

5. Una vida de película

La vida de santa Teresa es digna de una película de aventuras. Fue intensa, agitada, con grandes alegrías y sufrimientos. También de dudas existenciales pero curadas con creces por el amor de Dios. Un amor que ya manifestaba desde niña. Su celo apostólico ya quedó de manifiesto a la corta edad de seis años cuando junto a su hermano Rodrigo se escapó de casa para ir a tierra a la tierra ocupada por los musulmanes y ser mártir por la fe. Su adolescencia la pasó entre libros de caballería, de ahí quizás ese espíritu valiente.

En su vida había una gran relación con la vida religiosa pero no le atraía e incluso le gustaba algún chico. "Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta", escribiría más tarde la santa. Ante esto, su padre decidió internarla en un convento pero una grave enfermedad la devolvió a su casa. Un tiempo más tarde ingresó en el convento de la Encarnación y de nuevo una enfermedad que a punto estuvo de matarla volvió a obligarla a volver con su padre.

Tras volver al convento vivió unos años oscuros y de grandes dudas. Muy duros para ella. Y fue a la edad de 40 años cuando tuvo su gran conversión. Aquí comenzaron sus visiones místicas, y sus miedos a que proviniesen del demonio, y también sus grandes escritos que nos dejaron algunas de las frases más bellas que existen: "vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero".

En esta nueva vida surgió también su idea para reformar la Iglesia y así emprendió la difícil tarea de ser una adelantada a su tiempo y regar de conventos España, creando una orden y luchando contra viento y marea. Solo tuvo un pero. Su alma era tan misionera que lloró amargamente pensando en la necesidad que había de evangelización en la recién descubierta América, un lugar al que soñaba con ir pero que no pudo conocer.

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