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Amando de Miguel

Confusiones deliberadas

El idioma está para comunicarse, pero también para ocultar, despistar, engañar.

Es un hecho conocido que ciertas voces del idioma resultan polisémicas, esto es, cada una de ellas contiene significados distintos. Pero lo que parece una tacha resulta muy útil para poder hablar o escribir con propiedad, con alguna riqueza de matices. Ocurre también que en el transcurso del habla unos significados adquieren notoriedad, mientras que otros se olvidan. El proceso puede llevar a una notable confusión. Recuerda el mito de Babel.

Me temo que muchas de las polémicas y debates que adornan la vida pública desconcierten al personal por ese efecto que digo. Después de todo, el idioma está para comunicarse, pero también para ocultar, despistar, engañar.

Pongamos el caso de la palabra diálogo, que ahora repiten los políticos con sospechosa frecuencia. En mi ordenador de la última generación dispongo de una maravillosa aplicación que permite adivinar qué hay detrás de las voces sustantivas que se repiten mucho. Pues bien, quienes se refieren con profusión al "diálogo" realmente esconden su verdadero propósito. A saber, anhelan mandar a toda costa o conservar el poder que tienen.

Una confusión más general es la de los términos escuchar y oír. No son intercambiables, como a veces se cree, entre otras razones porque en el lenguaje no hay verdaderos sinónimos, sino voces afines. En buena lógica la acción de escuchar significa prestar atención o el oído a algunos inminentes sonidos. En cambio, oír equivale a la percepción de esos sonidos. Pues bien, en el habla actual de los españoles (y más aún de los hispanoamericanos) el verbo oír casi ha desaparecido. Se ve sustituido bonitamente por escuchar. Especialmente es así cuando nos referimos a las voces y sonidos que llegan por la radio, la tele u otros dispositivos similares. La confusión que genera tampoco es que sea babélica; simplemente se acepta la sustitución con naturalidad y la cosa resulta por lo menos divertida.

Una variación de lo anterior la tenemos en los espectáculos populares que ahora se presentan con un alarde de luz y sonido. Los cantantes más afamados lo que hacen realmente es gritar y contorsionarse, al tiempo que la música atruena los oídos. Encima muchos espectadores creen que simplemente escuchan. En realidad, ni escuchan ni oyen, solo se emborrachan de decibelios y luces, fundidos en el mismo placer que siente la masa.

Hay más ilustraciones de la confusión que se organiza con verbos cercanos. Por ejemplo, no es lo mismo mirar (prestar la atención a algo que merece ser visto) que ver (percibir realidades a través de los ojos por medio de la luz). Es otra vez la diferencia entre la disposición o capacidad y el ejercicio de los sentidos. Se podría suponer que algo parecido sucede con estudiar y aprender. La equiparación entre esas dos acciones supone la desesperación para alumnos y profesores.

En política hay palabras traicioneras, como por ejemplo independencia, ahora tan de moda, quién lo diría. Si bien se mira, la mayor parte de los Estados actuales ya no pueden ser plenamente independientes, aunque presuman de ello para satisfacción de los que mandan. Veamos el caso de España, que es el que tenemos más cerca. Es evidente que el Gobierno español no puede establecer una moneda propia o una política económica mínimamente autónoma. Muchas de las normas de funcionamiento de la Administración Pública española tienen que atemperarse a las directivas (una especie de superleyes) de la Unión Europea. En tales condiciones, ¿cómo se puede pretender que una región pase a ser un Estado independiente? Por eso lo que pretendió ser una revolución secesionista, la de Cataluña, se queda en una revuelta sediciosa.A veces solo hay un paso entre lo grandioso y lo ridículo.

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