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Camilo José Cela intentó ser torero

Intervino en varias becerradas siendo treinteañero.

Una de las páginas más insólitas en la vida de Camilo José Cela fue cuando en la década de los 40 del pasado siglo hizo sus pinitos taurinos, con ánimo de emular las glorias del único matador de toros gallego que se recuerda, su paisano curiosamente apodado "Celita", sin parentesco alguno. Ocioso es decir que en tierras galaicas la afición a la Fiesta Nacional es muy escasa y sólo se dan festejos en las ferias de Pontevedra y La Coruña, allá por el mes de agosto, la primera en su coqueto ruedo y la segunda en su Coliseo multiusos.

Ahora acaba de inaugurarse en la Casa de Correos, sede de la Comunidad de Madrid la exposición "Camilo José Cela y los toros" que evoca la afición taurómaca del ilustre escritor a través de su correspondencia con algunos toreros como Manolo Vázquez, y Luis Miguel Dominguín y el rejoneador y ganadero Álvaro Domecq, de tratadistas como Andrés Amorós (del que se incluyen algunos libros, y una carta al Nobel felicitándolo por su galardón sueco, donde se alude a cuantos intelectuales apoyaron siempre las corridas de toros) y de dibujos, pinturas y otros valiosos documentos, en particular fotografías que nos remiten a diversos festejos. Como es natural, las imágenes que el visitante busca son las del propio homenajeado en sus tardes de ocasional becerrista o aficionado práctico en algún tentadero. Pasamos a comentarlas.

La primera de ella, fechada en 1943, corresponde al día en el que un espigado Camilo, en mangas de camisa, a la sazón con veintisiete años, intenta un pase estatuario a una becerra en una calle céntrica de Cebreros, el pueblo abulense de Adolfo Suárez, donde veraneaba de vez en cuando el novelista. Lo curioso de esa fotografía es que sucede a dos metros de unos transeúntes que, como si tal cosa, muy tranquilos, presencian la escena delante de una sucursal del Banco de Santander, pero sobre el asfalto, como si pasaran por allí, paseando. Venía a ser un ensayo seudosanferminero, claro está, con un "churro" por enemigo. Aun así, quienes alguna vez como quien esto firma se puso delante de unas becerras, pesando desde luego mucho menos de cien kilos, sabemos que cuando una de ellas se arranca, lo hace directamente hacia tu cuerpo, a una endiablada velocidad, y si tropieza contigo, ya puedes rezar, porque te tira al suelo (no fue mi caso, tengo pruebas); no olvidamos de qué manera tan absurda encontró la muerte Antonio Bienvenida a merced de una, en teoría, inofensiva vaquilla, no por su menguadísima cornamenta, sino porque lo lanzó al suelo provocándole una fatídica lesión en la columna vertebral. O sea que Camilo José Cela "se la jugó" de alguna forma en su debut taurino. Luego, en esta exposición a la que nos referimos, aparece de nuevo toreando en Navas del Marqués, también provincia de Ávila, año 1948, ya en una plaza de talanqueras, durante las fiestas de la localidad.

Ignacio González en la exposición de Camilo José Cela | Efe.

Ensaya allí una presunta verónica, más propia de un peón que de un capotero estilo Morante de la Puebla. El resto de fotos de Camilo se completa con una visita a "La Companza", finca toledana de "los Dominguines". Mantenía el escritor buena amistad con Luis Miguel, y le proporcionó aquel día unos zahones y un capote para encerrarse con un becerro, misión que cumplió con su mejor intención, ya barrigudo, luciendo luengas barbas, en su época de neófito académico de la Lengua, cubierta su cabeza con una boina bilbaína. Contaba por aquellas calendas cuarenta y un años. Y ahí se acaban esas instantáneas. Hemos de remitirnos entonces al libro que su hijo escribió, "Cela, mi padre" , evocando aquellas correrías taurinas por los pueblos de Hoyo de Pinares, Las Navas del Marqués y Cebreros, donde "por mucha voluntad y empeño que le echó a lo del estoque, no consiguió despachar ninguno de los tres erales que le cayeron en suerte, o en desgracia, vaya usted a saber. En todos los casos, con una regularidad digna de ser resaltada, a los becerros tuvo que matarlos a tiros, la Guardia Civil". Cela Conde escribía también: "La corrida de Cebreros acabó con las más remotas posibilidades de que llegase a tomar la alternativa. Mi padre dice que la culpa fue, por completo, del becerro, un morucho asqueroso que, en vez de ir a la muleta, iba a la ingle". De aquella encerrona, nuestro futuro premio Nobel quedó maltrecho, enganchado por los sobacos, volando por los aires, aguantando un topetazo sobre su tripa y, cuando fue a matarlo, el animal se defendió, revolviéndose “… y enganchó de nuevo a C.J.C en un lío de piernas, astas, muleta y estoque. En la plaza se armó, como suele decirse, la de Dios”.

Camilo José Cela abandonó un día aquellas veleidades de torero práctico para ser mero espectador de corridas en barrera, donde más de una vez Espartaco, Paquirri, Morenito de Maracay y otros diestros le brindaron alguna faena. Y, eso sí: dejó para la eternidad su peculiar prosa en artículos de prensa, cuentos y en libros alusivos a su afición, tales como "Toreo de salón"y "El gallego y su cuadrilla". No es usual que un hombre de Letras se haya medido alguna vez ante una res (sí nos viene también a la memoria la ocasión en la que lo hizo Ortega y Gasset) pero por cuanto hemos relatado, lo del escritor de Iria Flavia fue punto y aparte. De vuelta al ruedo, vamos. Aunque fuera con división de opiniones.

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