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ARTE 'El rostro de las letras'

El nombre del artista

La exposición El rostro de las letras, en la Sala Alcalá 31 de Madrid, recoge algo de ese espíritu de inmortalidad de la obra de arte.

La exposición El rostro de las letras, en la Sala Alcalá 31 de Madrid, recoge algo de ese espíritu de inmortalidad de la obra de arte.
Retratos íntimos de escritores españoles universales

La desaparición del nombre en la obra es la máxima aspiración del artista. El poeta quiere ser recordado antes por su verso que por su nombre. El verso permanece eterno y el nombre es devorado por el tiempo. El poema, la novela, el drama, la pintura, la escultura, la fotografía, el cine, en fin, la obra artística hace inmortal al mortal. Gracias al arte los seres humanos se equiparan a los dioses inmortales. He ahí el genuino espacio-temporal, entre el cielo y la tierra, donde viven los creadores a imagen y semejanza del Creador. Ahí todos los hombres serían iguales si no fuera porque sus obras, sus creaciones, los convierten en seres singulares. Únicos. Ahí, precisamente, en el ámbito del trabajo creativo todos están dispuestos a renunciar a su nombre para que sus obras les sobrevivan, para que unan eternamente olvido y recuerdo. Es menester haber olvidado el nombre, o sea al hombre que lo lleva, para recordarlo de verdad a través de su obra. Jamás hay genuino recuerdo sin verdadero olvido. Recordemos la obra y olvidemos las limitaciones del hombre que las ha creado. Recordemos la eternidad de la obra y olvidemos los miedos de su hacedor.

La apuesta por la transustanciación del nombre del artista en su obra tiene sus riesgos. Merece la pena correrlos. Es una apuesta a favor del milagro de la belleza, la bondad y la verdad. Es una apuesta por el arte. La inmortalidad artística sólo se consigue a través de una "obra bien hecha". La exposición El rostro de las letras, en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid, recoge algo de ese espíritu de inmortalidad de la obra de arte a través de un diálogo, lleno de silencios sonoros, entre fotógrafos y escritores españoles. La muestra recoge fotografías y documentación que van desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914. Esta exposición, acompañada de un vídeo y un catálogo retrata a la inmensa mayoría de los escritores españoles del XIX y primera mitad del siglo XX.

Los retratados son escritores, pero, gracias a esta exposición, no quitan protagonismo a los retratistas; al contrario, merced a estas fotografías, algunas verdaderas obras de arte, podemos recordar la inmensa creación literaria de los retratados. Franzen, Marín, Alfonso, Miguel Cortés, Campaña, Gumbau, Portillo, Santos Yubero, Káulak, Muller y otros muchos nombres de fotógrafos, incluidas las fotografías anónimas, han conseguido la inmortalidad a través de sus "obras bien hechas". Vemos con fruición las fotografías de Galdós, Unamuno o Machado; algunas copias de esas fotos nos han acompañado en nuestras vidas, incluso han convivido con nosotros durante años en nuestra habitación de trabajo, pero desconocíamos el nombre de sus fotógrafos. Son luminarias sin nombre de nuestras vidas. ¡Cuántas veces habremos contemplado el rostro sereno de Antonio Machado, mientras descansábamos la vista del libro en que leíamos, sin saber que el original de esa "fotografía-poster" era de Alfonso! Miramos esas fotos de nuestros escritores preferidos y el mundo se nos presenta más amable y más cercano. Asistimos sin darnos cuenta a la humanización del mundo a través del retrato de los grandes creadores.

Aunque yo visité la muestra con poco entusiasmo, nada más entrar en la primera sala sentí que participaba en un grandioso espectáculo titulado diálogo entre generaciones. El tema de la conversación era sencillo: España es también una grandiosa literatura. Una gran cultura. Se hablaba sin engolamiento ni la pesadez que usan los "científicos" con joroba, o sea jorobados, por no levantar, como quería Nietzsche, de vez en cuando la mirada de los libros y ver que el mundo no acaba en un despacho académico o universitario. El coloquio entre esos retratados es irónico, alegre y próximo a la vida cotidiana. A la vida. Se diría por estas fluidas charlas que nuestra cultura no pesa ni agobia. Es amena. El poema de Juan Ramón es tan cautivador como sugestiva es la prosa de Marcelino Menéndez Pelayo. Nada tiene que envidiar nuestra literatura a otras grandes literaturas occidentales. Y sobre todo, ya digo, su grandeza reside en su amenidad. Es una literatura vital. El ser de nuestra cultura está al alcance de cualquiera que sea capaz de distinguir entre un saber alegre y la pesadez del obtuso "academicismo". La literatura y la filosofía españolas no son plomizas y menos aún engoladas y retóricas. La gravedad, el drama y la tragedia de nuestra historia son más llevaderas, más vivibles, con nuestra literatura a la que nunca le es ajena la voluntad de vivir bien. El anhelo permanente de felicidad es una de las señas de identidad de nuestra cultura.

Gracias a esta exposición he asistido a varios diálogos apasionados, a veces con gritos y otras con susurros, a veces con lágrimas y otras con risas, pero todos ellos siempre tocados por la voluntad de verdad de todos los dialogantes. Nuestra literatura tiene más, mucho más de lo que algunos presumen, de charlas apasionadas que de rencores y odios silenciosos. Nuestra literatura es, sí, de café y espacios abiertos a la crítica. Ay, amigos, sin tertulia no hay cultura en España, como muy bien recoge esta muestra de la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. Los retratos de algunas de estas tertulias son antológicos. Algunas de esas tertulias, de esas conversaciones apasionadas por hallar una pizca de verdad, tienen que ser aquí recordadas para que otros más inteligentes y sabios que este cronista las cuente con detalle.

Esta muestra es una imagen color sepia de nuestra literatura, o sea, he sentido nostalgia, mucha nostalgia, de una época que, a veces, exhala belleza por todas partes. Belleza no exenta de inquietud y vértigo, porque lo nuevo muy pronto se hizo viejo y ajado; me refiero sobre todo a ese período de nuestra historia, la Segunda República, que tanta ilusión generó al principio y que terminó en tragedia. Entre el ensimismamiento y la alteración por lo que pudo haber sido y no fue esa época de nuestra cultura, esta exposición invita al diálogo melancólico con los retratados. Esos artistas y artesanos de la fotografía nos invitan a hablar, a tomar notas y, sobre todo, a preguntarles por todo lo divino y lo humano acerca de nuestra nación, España. Los observamos con atención y queremos que su época pueda iluminar la nuestra.

El rostro de la cultura oficial

Es recomendable por muchas razones esta exposición, pero no todo en ella es, ciertamente, verdadero, bueno y decoroso. Independientemente del tufillo oficialista, o sea de "evento" políticamente correcto, que desprenden los comentarios a algunas fotografías procedentes de la época de la Segunda República y de la época de Franco, es menester poner en evidencia algunos errores que deberían ser corregidos con muy poco esfuerzo. Error es, en efecto, ponerle fechas inexactas a algunas fotografías que son de gran relevancia para entender la historia reciente de España. Error es, en verdad, llamarle "pusilánime" al escritor que limpió de exageraciones barrocas al castellano del siglo XIX y aún antes. Error es, sin duda alguna, manipular una cita de uno de los más grandes pensadores de España del siglo veinte.

Mientras llegan más observaciones y mejores críticas que las de este espectador, me atrevo a sugerirle al responsable de la exposición y el catálogo que rectifique tres errores. Aunque son fáciles de encontrar, aquí le ofrezco mi ayuda; el mencionado en primer lugar se refiere a la fecha del primer acto público de la Agrupación al Servicio de la República, asociación clave para entender no sólo la llegada de la Segunda República sino también sus principales defectos. Esa gran asamblea no fue en 1930, como se dice en la Exposición y también en la página 360 del catálogo, sino que tuvo lugar el 14 de febrero de 1931 en el teatro Juan Bravo de Segovia. Cuatro días antes, el 10 de febrero, Marañón, Pérez de Ayala y el propio Ortega habían decidido escribir un manifiesto, que salió publicado en El Sol, constituyendo así la Agrupación al Servicio de la República, cuyo único objetivo era preparar su triunfo en unas elecciones constituyentes. La historia de esta Agrupación fue breve pero intensa, muy intensa y profunda para el devenir de la vida española; me atrevería a decir que solo quien lea de modo preciso el relato de la historia de esta Agrupación, desde su fundación hasta su desaparición, pasando por la etapa crucial que llevó a 13 de sus miembros al Parlamento en las elecciones de 28 junio de 1931, entenderá no sólo la llegada de la Guerra Civil, sino la etapa de Franco. No es, pues, una cuestión menor y sin importancia la fecha de ese acto en Segovia. Cuando se tomó la foto, estaba en el uso de la palabra Antonio Machado, en primera fila, a su derecha, se halla el principal responsable de la Agrupación, José Ortega y Gasset, y a la izquierda del poeta se encuentran Marañón y Pérez de Ayala, detrás de ellos aparecen muchos otros asistentes al acto. Las famosas palabras de Ortega, Delenda est Monarchia, aparecían en la embocadura del telón. La foto es histórica y pertenece a la colección de Pedro Fernández Melero. Por cierto, y dicho sea con toda intención, merece la pena citar las palabras de presentación de Antonio Machado. Quizá fue una premonición de lo que vino después. "La revolución –dijo Machado- no consiste en volverse loco y lanzarse a levantar barricadas. Es algo menos violento pero mucho más grave. Rota la continuidad evolutiva de nuestra historia, sólo cabe saltar hacia el mañana, y para ello se requiere el concurso de mentalidades creadoras (…). Saludemos a estos tres hombre como verdaderos revolucionarios, como los hombres del orden, de un orden nuevo".

El segundo error es llamar "pusilánime" a Azorín, quizá el primer autor del 98 que ha enseñado a escribir bien a varias generaciones de nuestra época; aunque bien mirada la cosa, quizá no sea un error sino algo peor: una manifestación íntima del resentimiento de un analfabeto. No entiendo el insulto y menos su gratuidad. ¿Quién si no un estulto podría decir que "Azorín se convirtió en un anciano enjuto y pusilánime, que sólo salía de su casa en la calle Zorrilla para ir al cine"? Por favor, señores de la cultura oficial, retiren esa barbaridad de la muestra. Tengan en cuenta que en 1950, cuando el gran fotógrafo Nicolás Muller retrató a Azorín en la calle del Marqués de Casa Riera, el maestro seguía escribiendo magistralmente. Repasen, por favor, la obra de Azorín de esa época y lo comprobarán. Espero que este pequeño detalle sea suficiente para que la próxima edición del catálogo elimine de la página 384 el adjetivo "pusilánime" aplicado a Azorín.

No diré nada de las últimas líneas del catálogo, propias de sectarios ignorantes que dan lanzadas a moro muerto, pero sí denuncio las penúltimas que se ponen en boca Ortega. Era innecesario hacerle decir al filósofo lo que no dice. Son una manipulación ridícula y artera de la introducción que hizo Ortega a su conferencia titulada Idea del teatro, pronunciadas en el Ateneo de Madrid el 4 de mayo (y no el 4 de marzo como se dice en el catálogo) de 1946. Es cierto que el público esperaba una conferencia política, pero Ortega se lanzó al ruedo a porta gaiola, según sus palabras, para hablar del teatro; sin embargo, algo dijo de política, algo muy importante, que olvida el responsable del catálogo. Sí, sí, Ortega había vuelto a su patria, España, "para no ser reaccionario", para hacerse creíble como filósofo, para equiparar su vida con su pensamiento, para dar continuidad, sí, a una cultura: "Continuar no es quedarse en el pasado ni siquiera enquistarse en el presente sino movilizarse, ir más allá, innovar, pero renunciando al brinco y al salto y a partir de la nada (…). La continuidad (…) es la única manera eficaz de no ser reaccionario". Y, además, se atrevió a decir que nadie debería ser excluido y solicitó el regreso de los que se habían marchado: "Esa inesperada salud histórica –digo histórica, no pública-, esa inesperada salud con que nos encontramos la perderemos nuevamente si no la cuidamos –y para ello es menester que estemos alertas y que todos, noten ustedes la generalidad del vocablo, noten el vocablo generalísimo, todos tengamos la alegría y la voluntad y la justicia, tanto legal como social, de crear una nueva figura de España apta para internarse saludable en las contingencias del más azaroso porvenir".

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