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¿Qué compraría Mr.Spock en ARCO 2015?

Iconoclastas y primitivos nos recuerdan que el arte es sobre todo una forma de extender las puertas de percepción y la reflexión.

Visito ARCO al mismo tiempo que me entero de la muerte de Leonard Nimoy, más conocido por su interpretación del vulcano-humano Spock en la saga de Star Trek. Los vulcanos puros son seres hiperracionales en los que no existe grado de emoción a la hora de emitir juicios ni dejarse llevar en la acción. Salvo Spock, que al tener parte humana está contaminado en cierto grado de sentimentalidad.

Al pasear por la Feria de Arte Contemporáneo ARCO Madrid 2015 tengo presente lo que explicaba Kant en su Crítica del Juicio: "El juicio puro del gusto es independiente de todo atractivo y de toda emoción".

Lo que quería decir el "chino de Könisberg", como le llamaba Nietzsche, es que había que ser imparcial al juzgar una obra de arte y, de esta forma, alcanzar un juicio de gusto universal, lo que en principio parece imposible dado que para gustos, los colores. ¿Sería Kant también un vulcano? Es un lugar común que no hay que confundir valor económico con valor estético, precio con arte. Pero precisamente en una Feria de Arte se trata de llegar a establecer la mejor relación calidad (estética)-precio. Tú me das satisfacción (artística), yo te doy dinero. Como en cualquier intercambio de servicios y productos, ya sea con el director de la oficina del BBVA o la chica de la esquina. Sólo que en este caso todavía estamos dominados por prejuicios pseudo religiosos que hacen suspirar a algunos por una consideración mística del arte, cuando en realidad el valor estético es tan inmanente, aunque diferente a él, como el monetario.

Por el mero hecho de aceptar formar parte de la maquinaria industrial del arte, tanto galeristas como artistas firman un contrato de aceptación con el capitalismo como horizonte cultural de nuestro tiempo. Tienen otras posibilidades de expresión y difusión de su obra al margen del mercado (aunque de nuevo gracias a las posibilidades tecnológicas impulsadas por el capitalismo).

Por ejemplo, el crowdfunding. O sortear sus obras entre los interesados como si fueran magistraturas en la época de Pericles. Cuando el economista Don Thompson (en La supermodelo y la caja de brillo) afirma que "el mercado reemplazó a la crítica de arte" no está más que reconociendo la trivialidad de que el conocimiento medio del público ilustrado ya no necesita la guía de la casta de la crítica académica para hacerse con un juicio estético autónomo. Lo que resignadamente aceptan incluso los que como Lipovetsky y Serroy (en La estetización del mundo) todavía añoran el papel de gurús culturales y de tutores de un público heterogéneo, diverso, paradójico, efervescente, combativo y divertido ante artistas que tratan de hacer pensar, emocionar y entretener al mismo tiempo. Por cierto, en las Facultades de Bellas Artes se suele leer y citar más a los rizomáticos Deleuze y Guattari que al vulcano Kant. Y así les va…

Una de mis primeras obras de arte la compré precisamente en ARCO hace casi veinte años, un pequeño óleo de Ralph Fleck, una figuración abstracta de Nueva York en diversas tonalidades de azul. Posteriormente he comprado muchas más, de artistas callejeros a artistas consagrados o emergentes (sobre todo en mi galería favorita, la granadina Toro). En Madrid proliferan las galerías de arte (44 establecimientos se registran en Arte Madrid) de gran nivel en todo rango de precios, formatos y técnicas así que una Feria de Arte como ARCO es más un reclamo mediático para el turista artístico que para el flaneur habitual a la búsqueda de un genio picassiano, un revolucionario duchampiano o simplemente una bonita obra en tonos dorados que le haga juego con las cortinas del salón.

Por tanto en esta Disneylandia artística que es ARCO, a medio camino entre Ikea y el Thyssen -dicho sin ánimo peyorativo y espero que a estas alturas no haya ningún hipócrita y filisteo que proteste por la "mercantilización del arte" y la "banalización de la belleza"- se debe disfrutar en clave lúdica de la expansión de la imaginación estética y de percepción artística que proponen una serie de artistas que siguen creyendo en un sujeto creador digno de reclamar autoría, originalidad y, ¿por qué no?, dinero a los espectadores-compradores (ese "turista artístico" que gasta un 30% que un turista convencional). Buscando el término medio aristotélico entre el filósofo kantiano, a la búsqueda de lo sublime y desinteresado, y el coleccionista que se basa en la emoción y el vil parné, dispuesto a gastarme como máximo medio año de sueldo, estas son las propuestas que más me han convencido en ARCO 2015

  1. Colombia. Dado que arte es lo que un artista dice que es y que artista es cualquiera que haga arte (a Duchamp lo homenajean un par de veces en ARCO y no es de extrañar porque fue el que abrió las puertas a lo arbitrario), las ferias de arte se multiplican como hongos y es difícil encontrar un lugar al sol de la inversión artística. La vocación de ARCO, como la de España en general, es convertirse en el trampolín del arte hispanoamericano (y mediterráneo) de cara al mercado globalizado. Este año los artistas colombianos (20, repartidos en 10 galerías) son los grandes protagonistas y merece la pena la visita sólo por apreciar el nivel impactante y sanguíneo de unos artistas entre los que ha destacado el muy espectacular Repisa roja de Jorge Magyaroff.

  2. Arte digital. Hay artistas que sueñan con obras electrónicas. El anuncio de una próxima secuela de Blade Runner nos hace caer en la cuenta de que lo natural es que si estamos rodeados de pantallas, como los indios apaches cercaban a los carromatos que colonizaban el salvaje oeste, haya un arte electrónico que trepe a las mismas como ya lo han hecho el cine y los videojuegos. En ARCO la galería norteamericana Bitforms y el artista español Daniel Canogar presentan los mejores ejemplos de la integración de la tecnología en las nuevas formas artísticas. Por otro lado, uno de los grandes triunfadores de cara al público ha sido Julian Opie con sus esculturas visuales en movimiento, una combinación de pop art y leds.

  3. Artesanos. Hubo un momento en que los artistas, tipos que se dedicaban a pensar pero que no sabían coger un lápiz ni mezclar unos óleos, casi mataron a los artesanos, gente que, como John Ford en el cine, se "limitaban" a realizar su tarea con seriedad y profesionalidad sin arrebatos místicos ni merchandising mediático. Pero afortunadamente vuelve el placer por el trabajo bien hecho, el dominio de la técnica y poner el pincel o el lápiz a la altura de los ojos. Así me he enamorado del lirismo minimalista y metafísico del italiano Giorgio Griffa, en la galería de Rafael Pérez Hernando, en diálogo mediterráneo con Joan Hernández Pijuan. Con apenas tres rayas de colores, Griffa es tan elegante y evanescente como Rothko en sus obras más sutiles y delicadas. También del trabajo preciso, laborioso y orgánico de la canadiense Patricia Dauder, en la galería PROJECTESD, que juega fenomenológicamente con la materia dejando que se desintegre para al mismo tiempo integrarla en una dimensión conceptual sobre la tela. Por último, pero no en orden de importancia, el español Javier Garcerá, en la galería Álvaro Alcázar, que artesanalmente trabaja con el tiempo a través de una elaboración de los utensilios que encuentra en su estudio, atribuyéndoles una óptica tridimensional dando pacientemente capa tras capa de barniz. Tanto Griffa, como Dauder y Garcera tienen una concepción del arte en la que no cabe la ostentación y en la que se exige esa contemplación atenta y desinteresada que Kant ponía como requisito imprescindible del juicio estético.

Todo este arte, ya sea al óleo o al byte, es contemporáneo, es decir, vibra con la emoción de no saber todavía si en él anida el germen de lo perecedero o lo caduco. Pero en cualquier caso no es banal ni trivial. Para demostrarlo bastaría con traer a uno de esos talibanes que en estos mismos instantes está quemando libros o destruyendo obras de arte a miles de kilómetros. Iconoclastas y primitivos nos recuerdan que el arte es sobre todo una forma de extender las puertas de percepción y la reflexión. Y que incluso en la peor obra de arte, basta con que sea auténtica para que en ella lata el espíritu de la subversión y la vocación por la trascendencia.

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