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El Thyssen inaugura la mayor muestra de Munch en España en 30 años

En las 80 obras (54 pinturas y 26 grabados) que conforman Edvard Munch. Arquetipos encontramos una vivisección global de las pulsiones humanas.

En las 80 obras (54 pinturas y 26 grabados) que conforman Edvard Munch. Arquetipos encontramos una vivisección global de las pulsiones humanas.
Munch, contra su estereotipo

Uno acude a la presentación de la exposición Edvard Munch. Arquetipos –organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza y la "generosa colaboración" del Museo Munch de Oslo, del 6 de octubre hasta el 17 de enero- en contra de la corriente general que ha mantenido, sobre la muestra, la opinión publicada –que no pública-, como el niño que tiene un álbum de cromos casi completo, pero, ay, le falta el de Cristiano Ronaldo. ¿Por qué?

No está ninguna versión definitiva de El grito, la obra más mainstream del pintor noruego, esa expresión implacable, deforme y nítida de horror, angustia, espanto. Con su atmósfera roja. Con esa gente de atrás, sorda e inútil –"People they ain’t no good", diría Nick Cave–. En su lugar, encontramos una litografía que, según la nota de prensa, "contiene todos los elementos de angustia existencial de la obra original". Pues no, oigan: "El grito", sin color, pierde.

Una vez hecha esta advertencia, se aconseja al lector que: 1) visite la exposición, y 2) lo haga sin prejuicios. Tras disfrutar sí, ese es el verbo- la muestra, a quien escribe no le queda otra que caer, con perdón, en el tópico, y señalar eso de que Munch va más allá de "El grito". Dice este lunes el director artístico del Thyssen, Guillermo Solana, que la reputación del pintor noruego se ha construido "a base de simplificaciones y estereotipos", que su "iconización" se ha concentrado en torno a "una, dos o tres figuras", y que "eso no hace justicia a la complejidad y vastedad de la obra de Munch".

En uno de sus 15.000 textos que dejó como legado literario, el artista escribió: "Lo que hay que sacar a la luz es el ser humano, la vida. No la naturaleza muerta". Ese es el eje sobre el que vertebra Edvard Munch. Arquetipos. La exposición se divide en nueve partes –"Melancolía", "Desnudos", "Melodrama" o "Nocturnos"-, arquetipos, en definitiva, y, si bien –es inevitable- encontramos obras, digámoslo así, malditas –"Agonía, "La niña enferma", "Ansiedad"-, también contemplamos piezas luminosas, vitalistas, amables –"El beso", "Verano en Kragerø", "Las niñas en el puente". Insiste una de las comisarias, Paloma Alarcó: "Hay que quitar la carga de grandes tópicos". ¿Lo consigue la muestra? Pongamos que sí.

Escribe Karl Ove Knausgård en La muerte del padre (Anagrama, 2012):

"En la historia del arte noruego, la ruptura llegó con Munch, fue en sus cuadros en donde el ser humano llegó a ocupar todo el espacio por primera vez. Hasta la Ilustración, el ser humano estaba subordinado a lo divino, y en el Romanticismo, el ser humano estaba subordinado al paisaje en el que estaba retratado, pero en Munch es justo al revés. Es como si lo humano devorase todo, lo convirtiera todo en suyo".

En las 80 obras (54 pinturas y 26 grabados) que conforman Edvard Munch. Arquetipos encontramos una vivisección global de las pulsiones humanas. "Sabe romper las barreras –dice Alarcó- entre lo personal y lo universal, transforma experiencias personales en verdades universales". La muestra ofrece un chute de muerte, estrés, angustia, ansiedad, amor, deseo, vitalidad y erotismo. Las piezas imponen, tratan al espectador de tú, sus personajes miran de frente, entre el desafío y la indiscreción, ofrecen finales abiertos.

"Es imposible explicar un cuadro –escribe Munch, se ha pintado precisamente porque no puede explicarse de otra manera". Aprovechen esta somera munchmanía –además de la exposición, en septiembre, Nórdica Libros editó El friso de la vida, una selección de textos del noruego-, visiten la exposición –la mayor que se ha hecho en España sobre el pintor desde 1984- y, si echan de menos El grito, pongan la debida reclamación en alguna red social.

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