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Juan Manuel González

Wall Street. El dinero nunca duerme. ¿La avaricia sigue siendo buena?

Póster Wall Street: El dinero nunca duerme

Wall Street fue una de las películas paradigmáticas de la década de los ochenta, un animado retrato de las expeditivas élites del barrio financiero que, aunque vista hoy pierde algo de su garra (sobre todo por su desabrido desenlace), sí sigue destacando por su puesta en escena y, sobre todo, la interpretación de un excelente Michael Douglas en el papel del villano Gordon Gekko, que le valió un merecido Oscar de la Academia. Después de los históricos acontecimientos de los últimos años, Oliver Stone consideró que una secuela de su película era viable. El resultado, Wall Street. El dinero nunca duerme, reubica a un excarcelado Gekko en un filme apasionado y veloz, aunque a la vez falto de verdadera emoción y suspense.

No obstante, hay algo indiscutible. Aunque la intriga del filme es previsible desde el comienzo y Stone no consigue inquietarnos acerca de las verdaderas intenciones de sus personajes, nos encontramos ante una secuela espectacular. El director saca todas sus herramientas y confecciona una historia repleta de personajes con intereses encontrados, cartas escondidas y sentimientos ocultos, un culebrón musculoso con una puesta en escena que privilegia el espectáculo y la agilidad narrativa por encima de todo. Y aunque uno nunca se conmueva del todo por los dramas de sus personajes y las traiciones nunca sorprendan, el equilibro y ritmo logrado por Stone a la hora de armonizar en una misma historia el drama familiar, el relato de la reciente crisis bancaria y la intriga pura y dura a lo largo de una historia sin fisuras es, simplemente, admirable.

Wall Street. El dinero nunca duerme es, en definitiva, una muestra del dominio técnico y narrativo del director, que dicho sea de paso, ha sido capaz de rebajar su discurso izquierdista para adecuarlo a una superproducción de estudio. El filme no resulta nunca discursivo, ni se pierde en disquisiciones políticas sobre su materia prima argumental. Lo que atrapa de él es su retrato humano y la forma de hilar un guión complejo en un conjunto muy equilibrado.

Destaca de nuevo un Michael Douglas completamente consciente de que tiene un caramelo entre las manos. El actor se adueña del cotarro cada vez que aparece, consciente de que Gordon Gekko ha perdido algo de su energía con los años tras haber sido encarcelado (memorable el comienzo del filme, donde recoge sus posesiones al salir de prisión), pero a cambio tiene otro tipo de ases guardados en la manga. Por su parte, Shia LaBeouf retoma las maneras enérgicas con la que inició su carrera -superando a su predecesor Charlie Sheen- y conduce al espectador por la historia como el verdadero protagonista que es. Gracias a ellos y a toda una galería de brillantes secundarios, Wall Street. El dinero nunca duerme es un filme adulto, entretenido y en ocasiones brillante.

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