El colombiano Andrés Baiz ha realizado una película que no está lograda al cien por cien, pero que sí resulta sorprendente dado su punto de partida y lo pautado de su género. No tanto por su combinación de ellos, siempre a caballo entre el thriller y el drama romántico, sino por su triple cabriola a la hora de pasar de uno a otro de forma convincente y en el momento adecuado.
Lo que en principio parece un intento de psycho-thriller al uso -una heroína sola en una mansión, con un posible invitado sorpresa y un acompañante masculino de intenciones dudosas-, amenaza con tornarse después en un torpe filme de fantasmas. Nada de eso le interesa a Baiz, o no demasiado, ya que después de guiñar el ojo al clásico ¡Suspense! de Jack Clayton y al Robert Zemeckis de Lo que la verdad esconde, el director aporta, precisamente, una nueva vuelta de tuerca hacia el drama romántico que explica ambas referencias, y algunas otras, de manera extrañamente natural.
Lo cierto es que la situación del personaje de Clara Lago, encerrada en una habitación sin aparente posibilidad de salida, obligada a presenciar los sucesos fuera de ella sin que los que ocupan el exterior se percaten, no es tanto una metáfora sobre la naturaleza de la mirada y con ello del cine, que lo es, sino que funciona dentro de la película como expresión visual de la importancia del reverso de cada personaje. La cara oculta es también la de aquello que sucede fuera de la estancia, una historia de amor y en contrapartida también de celos, las dos caras de una relación tempestuosa.
La cara oculta triunfa cuando permanece fiel a ese concepto, y fracasa cuando toca pagar el peaje de un filme de terror. Sus secuencias de suspense abusan del tópico, del susto barato y no ofrecen nada nuevo, y existen algunos elementos de guión forzadísimos. Pero si pasamos por encima de eso, del molesto artificio de su estructura y lo inverosímil de algunas situaciones, La cara oculta resulta honesta y mantiene el tipo bastante bien, y acaba resultando un thriller bien armado, estimulante, repleto de giros de guión y en el que lo todo lo importante acaba cuadrando.