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Póster Noche de fin de año

Por alguna razón que se me escapa, Historias de San Valentín cosechó un aceptable éxito comercial hace un par de años. Garry Marshall, director de Pretty Woman o Princesa por sorpresa, se apuntó otro mediano tanto comercial con una película coral y romántica que seguía los pasos de más de una decena de personajes, interpretados por más de una decena de estrellas, que se entrecruzaban entre sí según los dictados de la comedia romántica más convencional. Su secuela, Noche de Fin de Año, llega con la misma fórmula y la intención de repetir la jugada, aplicada a una celebración distinta, cosa que no ha podido producirse en la taquilla americana debido -quizá- a un estreno demasiado precoz a primeros del mes de diciembre.

Si en la citada Pretty Woman, uno de los mayores éxitos del Hollywood de los noventa, o incluso en algún otro título (justamente) olvidado, Marshall contó con dos estrellas carismáticas y un guión coherente con su propia actitud, en Noche de fin de año no hay ni rastro de esas supuestas virtudes. Noche de Fin de Año, por supuesto, no es un filme condenable por tratar de exhibir buenos sentimientos, ni siquiera por su descarada oda al product placement de Nivea o Warner Bros. Lo es por resultar chapucero, descuidado, infantil, convencional y estúpido.

Garry Marshall trata de evocar las comedias del Hollywood clásico y una clase de galantería exenta de todo cinismo, y sólo lo logra en puntuales instantes de la historia que envuelve a Zac Efron y Michelle Pfeiffer. El realizador se topa de bruces con un guión telegráfico y, sobre todo y fundamentalmente, su propia incompetencia: Marshall carece de la elegancia de sus referentes clásicos, no sabe crear imágenes perdurables, y cultiva el kitsch sin ser mínimamente consciente de ello, rueda con un desdén vergonzoso, y en su caída libre al ridículo arrastra a una larga larga lista de estrellas de cine, algunos de ellos actores de eficacia probada, con la convicción de que el público reirá y llorará con cualquier cosa que digan. El director de Pretty Woman consigue que Robert De Niro, Michelle Pfeiffer o Halle Berry pronuncien sus vacías frases con la conciencia de que hay una cámara observándolos, mientras recorre los tópicos del melodrama de sobremesa sin pudor ni emoción alguna. Sin duda, una de las peores películas del año.

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