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Juan Manuel González

'El lado bueno de las cosas'

Póster El lado bueno de las cosas

Abordar un comentario sobre El lado bueno de las cosas, la nueva película del habitualmente notable David O. Russell, tiene algo más de truco de lo que parece. ¿Dramedy sobre los desequilibrios y desajustes de quien, simplemente, no puede con la vida, o comedia romántica de privilegiada factura artística? ¿Cine "premiable" y de prestigio, merecedor de nada menos que ocho nominaciones al Oscar, o comedia dramática de usar y tirar?

Lo cierto es que de todo ello hay en una cinta basada en una breve novela de Matthew Quick, y en la que de todas formas destaca un equipo actoral sin fisuras, desde un Bradley Cooper que reivindica cierta talla artística más allá de sus habituales papeles de galán simpático, a un adelgazado Robert De Niro que, pese a su aparición secundaria, parece reconciliarse con su propio currículo tras más de diez años de interpretaciones mediocres.

El lado bueno de las cosas es la historia de un hombre bueno, Pat, que sale de un hospital psiquiátrico tras una agresión al amante de su esposa que más tarde descubriremos como brutal. El joven, un pacífico profesor, padece un trastorno bipolar recién diagnosticado, y no tiene más remedio que regresar a casa de sus padres dispuesto a recuperar su antigua vida, desde su trabajo en el mismo instituto hasta su esposa, que ha puesto pies en polvorosa. Pero a Pat nada le va a salir como tiene pensado...

El lado bueno de las cosas, convencional título del original Silver Linings Playbook, comienza con un fenomenal retrato de un individuo obsesivo y negativo. El realizador de The Fighter adopta, como en aquella, un tono realista pero cómico y patético cuyas variaciones constantes de tono se adaptan a la perfección a los desequilibrios del entrañable Pat. Pero pese al acierto a la hora de delimitar el personaje, la película es de todo menos un retrato psicológico de éste: la historia de Russell retrata muy bien las emociones contrapuestas del personaje, pero una vez entra en escena la viuda interpretada por Jennifer Lawrence ésta amplía sus miras (o las reduce) para contar lo que al fin y al cabo es un romance entre dos personas excluidas.

Echar abajo El lado bueno de las cosas por ser eso, una comedia romántica, o por su éxito en las nominaciones a los Oscar (gracias al empeño y la mano de su productor, Harvey Weinstein, con los miembros de la Academia) resultaría francamente injusto y una tarea inútil. La habilidad de David O. Russell es precisamente darle un necesario baño a las convenciones de ese género sin ofender al espectador algo más –digámoslo así– erudito. En El lado bueno de las cosas sólo falta el beso bajo la lluvia, pero otros atributos y lugares comunes del romance (los habituales secundarios cómicos, el montaje de aprendizaje musical, los giros dramáticos e incluso el baile final) aparecen revigorizados y dignificados sin narcisismo alguno gracias al guión, la ágil dirección y, sobre todo, sus actores, que hacen parecer fácil lo difícil: la pura y frágil química.

Su acertada construcción de personajes, repleta de detalles significativos (Pat y su obsesión por correr, la complicada relación de éste con su padre) parecen darse la mano con lo convencional de su desarrollo, que se deleita en lo excéntrico pero carece de toda sorpresa tras su excelente primer acto. Pero por el camino encontramos momentos entrañables, como esa conversación de De Niro, Pat padre, con su hijo, Pat Jr, y otros tan gozosos como los de su desenlace, tan dulce y cercano que no puede hacer daño.

Ojo: David O. Russell no ignora las implicaciones de la enfermedad, pero nos dice que puede que no sea tan extraña, o al menos no tan difícil convivir con ella. El lado bueno de las cosas es una comedia excéntrica pero amable y convencional, aunque a la vez siempre digna de verse, y en la que –efectivamente– su director quizá da un paso atrás en su intento de retratar las complejidades del universo, cual genial Paul Thomas Anderson –algo que estoy seguro que él mismo querría para sí–. Pero por el camino ya, ahora, los espectadores hemos ganado un artesano de enorme inteligencia.

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