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Juan Manuel González

Crítica: 'Corazones de Acero', con Brad Pitt

'Corazones de Acero' es un durísimo entretenimiento, dos horas de salvajadas que pasan en un suspiro.

'Corazones de Acero' es un durísimo entretenimiento, dos horas de salvajadas que pasan en un suspiro.

Corazones de Acero, ceremonioso y cursi título español para el original Fury, sitúa a Brad Pitt y cuatro soldados en el interior de un tanque Sherman en plena Segunda Guerra Mundial. Se trata de la primera entrada en el cine de gran presupuesto del antaño sólo guionista David Ayer, responsable de los libretos del primer The Fast and the Furious y Training Day, que este mismo año presentó en su faceta de director la infravalorada Sabotage, un thriller con Arnold Schwarzenegger mucho más negro de lo que se podría esperar en el cine de su estrella.

Digo esto porque, en fondo y forma, el pedregoso viaje al corazón humano que propone "la película del tanque" de Brad Pitt no se distingue demasiado de las anteriores aventuras en el thriller de acción de Ayer, quien podría estar ya llamando la puerta del pabellón de los grandes autores que trabajan en el corazón de Hollywood antes de dar el gran campanazo. Como en aquellas, en ella hay un apego al género como prueba de humildad autoral, pero no de sus limitaciones artísticas. Y también, una aspereza y amargura que delatan un punto de vista humano y que, por su adscripción al género bélico, acerca la película a las incursiones en el género de Steven Spielberg con Salvar al Soldado Ryan a la cabeza de la lista.

Dicho esto, lo cierto es que Corazones de Acero se queda un tanto lejos de la película protagonizada por Tom Hanks y Matt Damon. Pero el impacto de sus impecables escenas de acción, su violencia descarnada y la eficacia de sus episodios dramáticos remiten directamente a ella.

Corazones de Acero es, aunque no lo parezca en absoluto, un relato triunfal. La película comienza en los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados han penetrado en territorio alemán y están ganando pueblo a pueblo el territorio a los nazis. El sargento "Wardaddy" (Brad Pitt) y sus cuatro hombres, a bordo del tanque Sherman apodado "Fury", es una de las unidades encargadas para ello. El enemigo, sabedor del inminente fracaso, arremete contra los soldados e incluso su propia población como un perro rabioso. Como dice el sargento "Wardaddy" encarnado por Pitt, la guerra está ganada pero todavía tiene que morir mucha gente.

Ayer nos introduce en la historia a través de los ojos del novato Norman (Logan Lerman), lo que le sirve para repetir el esquema de Training Day y enfrentar al público con un mundo regido por otras reglas (sin reglas) en el que el bien y el mal están ya difuminados. Con dureza, pero sin cinismo. Lo que funciona en Corazones de Acero es precisamente esa historia de maduración a hachazos introducida en una mecánica de intenso thriller de acción (y por extensión, casi de western) que Ayer aplica esta vez a los modos y motivos del cine bélico. Su cariño y respeto al retratar la mecánica del trabajo en el campo de batalla aproxima la película a los thrillers de Michael Mann, su violencia y dramatismo al mejor Spielberg. Ambos extremos se entretejen en una película que no ofrece demasiados descansos ni asideros morales al espectador.

El que la película no llegue al nivel de las mejores obras de esos directores no resulta esta vez tan grave. Es evidente que el guión de Ayer se queda corto en materia dramática, que la sucesión meteórica de misiones perjudica la definición de los personajes encarnados, por suerte, por un excelente reparto. A Ayer, al fin y al cabo, le bastan dos secuencias cerca del final para crear esa sensación de camaradería masculina con la que ha construido casi toda su filmografía, justo antes de que el verdadero drama haga su aparición. Atención aquí a Shia LaBeouf, a quien le bastan dos planos para construir el personaje desde un segundo plano, e incluso Jon Bernthal, que sabe extraer partido de la caricatura.

Pese a que el resultado no sea memorable, Corazones de Acero son dos horas intensas, una montaña rusa de horrores que se pasan en un suspiro.

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