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Juan Manuel González

Crítica: 'Bob Esponja. Un héroe fuera del agua'

La película de Bob Esponja cambia de géneros, motivos y hasta técnicas de animación con rica insolencia.

Póster Bob Esponja: un héroe fuera del agua
Puntuación: 6 / 10

Decir que Bob Esponja. Un héroe fuera del agua es una eficaz y tontorrona diversión familiar es sin duda una de las críticas más ligeras que se pueden hacer de la película, la segunda de las adaptaciones del personaje de Stephen Hillenburg a la pantalla grande. Estamos ante una de las películas más saludablemente anárquicas de la temporada, una demolición controlada de esquemas y géneros que no duda en cambiar de historia, técnica y hasta de público potencial en su acotado metraje, sólo que sin darse demasiada importancia por ello.

La nueva entrega del personaje de Nickelodeon comienza como una de aventuras piratas pero ya desde el principio viene con una pequeña bombita metalingüística a modo de McGuffin. Lo que viene a continuación es una tenue trama que guiña el ojo a cualquier thriller de espionaje empresarial que se les ocurra, sólo que en clave descaradamente cartoon, explotando nuestra perplejidad y resistencia en la mejor tradición esponjil. Hasta aquí, todo relativamente normal, (des)controlado, nada que se desvíe de la idea de lo que obtenemos en un capítulo televisivo del dibujo de Nickelodeon. Pero todavía queda lo mejor, con la película mezclando motivos y géneros con una sonrisa maníaca.

La segunda mitad de la película se tira de cabeza y sin red de seguridad a la ciencia ficción metafísica, abordando los viajes en el tiempo y las paradojas temporales con una divertida desfachatez que sólo genera ganas de más. Aún queda el tercer acto, después de varios cambios de imagen real a animación tradicional y digital, con la película adoptando los motivos de esa deforme versión del cine de superhéroes que ha centrado casi la totalidad de la campaña promocional, pero que resulta coherente con la incoherencia de la película: al fin y al cabo, los personajes salen del agua y por tanto cambian de mundo y aspecto, en total consonancia con el espíritu del trabajo firmado por Paul Tibbitt.

Entre medias tenemos a Antonio Banderas a tope, erigiéndose otra vez como un icono de la autoparodia desprejuiciada y compitiendo con Nicolas Cage por el puesto de friqui más entrañable del universo hollywoodiense. Casi tanto como el propio Bob Esponja, un ni-ni bienintencionado perfectamente analizable en términos psiquiátricos, un feliz inadaptado que vive ajeno a un mundo cruel y que da a entender una o dos cosas más de las que parece. En dos palabras, se lo resumo: muy entretenida.

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