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'La isla mínima' y el Opel Kadett de Dani Rovira destacan en unos Goya eternos

Los Goya de la recuperación no nos dieron disgustos, pero la gala fue letárgica.

Los Goya de la recuperación no nos dieron disgustos, pero la gala fue letárgica.
La gala

En el mejor año del cine español en cifras, y la Academia podía sacar músculo frente a la adversidad. Su disyuntiva era premiar ese cine comercial que en 2014 consiguió devolver el público a las salas en las peores circunstancias posibles, o bien ese con vocación de autor que todavía caracteriza el cine patrio. En realidad, no había discusión posible: este año teníamos un mamut como La isla mínima, un thriller perfecto que bascula entre esas dos incertidumbres eternas del cine español y que arrampló con todo, incluyendo lo que tenía que ofrecer la gala. Una fiesta que, pese a la buena labor de su conductor, el cómico Dani Rovira, resultó larga, previsible e inexpresiva.

Rovira salió al escenario tenso y a la defensiva, tras un número musical que hacía temer lo peor. Todos sabíamos qué era lo que pasaba: era el momento de reivindicar y lanzar la previsible bronca a Wert, cuyo rictus indicaba que ha tenido sesiones en el dentista más reposadas. Por suerte, Rovira se relajó en cuanto pasó al registro cómico, que fue pronto, y nosotros también. Casi siempre lo hizo bien, y sin duda dio todo lo que sus predecesores inmediatos no aportaron: una presencia cálida, afable y carismática capaz de dar la campanada. Ganó premio, y su beso con Clara Lago no llegó a icónico sólo porque en España ya no nos creemos nada. Sus apariciones fueron constantes, quizá demasiado, pero en lo que a él respecta todo se movió en los márgenes de lo ameno. Da la impresión de que por fin hemos encontrado a nuestro Chico de Oro, y de que el futuro le sonríe.

Aunque a nosotros, un poco menos. El presentador acaparará, seguro, la mayoría de los halagos de una fiesta que en términos generales fue un total y absoluto peñazo. Nadie dice que hacer una gala corta sea fácil, pero tres horas y media son simplemente too much, que diría Banderas. El humorista trató de sacarnos del pozo dialogando con la platea a lo Ellen DeGeneres. "Colocó" a Penélope Cruz su Opel Kadett de segunda mano, mostró su habilidad tanto en el claqué y los chistes y combinó bien sus monólogos con los requerimientos de un mamotreto de esta índole. Hubo réplicas suficientes para exiliar a Manel Fuentes a otro continente y demostró clase abrazando a su contendiente Jesús Castro. Pero los números musicales lo hundieron todo. Numerosos, innecesarios, aburridos, alargaron aún más una gala eterna que duró más de tres horas y media.

A ello no ayudaron unos premios justos pero previsibles, en los que enseguida empezó a despuntar la película más nominada y, también, favorita en las quinielas. Actriz revelación, dirección artística, montaje, fotografía, actor, director y película... La isla mínima ha resultado ser una muy grande, y todo esta noche (10 de 16) fue a parar al thriller andaluz de Antonio Rodríguez. Que al menos, dejó algo de espacio para que El Niño de Daniel Monzón recogiera los restos y el reparto de Ocho apellidos vascos se hiciera hueco, Rovira incluido.

El músculo reivindicativo se limitó a puyas por el tremendo IVA, subrayadas por Enrique González Macho -cuya capacidad para interactuar es la de un chipirón- y sí, el eterno enfado de Almodóvar. El manchego dio el Goya de Honor a Antonio Banderas y retiró el saludo a Wert por la abusiva tasa, pero en realidad parecía que nos estaba regañando a nosotros. Almodóvar Fast, Almodóvar Furious. Antonio no, él siempre es simpático y casi lo arregla, pero luego se perdió en un discurso eterno. Dijo que se sentía joven, aunque su batallita fue de señor mayor. Pero ojo, hubo perlas: desveló que a la abuela de Taylor Swift le gustan sus películas; opinó que la mediocridad es el mayor negocio de nuestros tiempos y dejó lo mejor para el final, dedicando el premio a su hija Stella del Carmen, a quien pidió perdón por el tiempo perdido. Fue auténtico.

Y casi nada más que fuera memorable. Dicen que hubo muchas transparencias, tras la campanada de la Pedroche. Yo no las vi y sigo teniendo frío. Nada me quitó la sensación de ya visto, de aburrimiento. A lo mejor es que estamos acostumbrados, pero es que esta vez los Goya ni siquiera fueron especialmente reivindicativos. Aunque a lo mejor es que incluso en eso ya nos conformamos.

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