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Juan Manuel González

Crítica: 'Puro Vicio', de Paul Thomas Anderson

La vida es como un buen porro, son dos caladas y después todo se acaba. Menos el vicio.

Póster Puro Vicio
Puntuación: 6 / 10

Puro vicio es una película frustrante. En manos de otro escritor que no fuera Thomas Pynchon (autor de la novela original) y otro director que no fuera Paul Thomas Anderson (responsable de The Master o Boogie Nights), su trama podria haber dado lugar a una exhibición de gamberrismo pulp vibrante, un neonoir complejo y (post)moderno perfectamente apto para estos tiempos paranoicos y apresurados. En lugar de eso tenemos una obra tan brillante como inclasificable en su apuesta artística, aunque también emocionalmente distante e inalcanzable en varias de las acepciones de este último adjetivo.

Para empezar, inalcanzable por cómo está confeccionado su brillante y complejo guión, que necesita dos horas y media para solucionar el lío sin que a Anderson le tiemble la mano en el libreto tanto como a nosotros seguirle los pasos a medida que la cosa se complica; pero también por la mano maestra en la dirección del firmante de Boogie Nights, cuya puesta en escena huye de lugares comunes a la vez que maneja con apabullante seguridad los tropos habituales de la novela negra. Pero también por la dificultad para llegar hasta ella, identificarse con sus personajes, discernir las motivaciones de su complicada trama de intereses. Anderson no se lo pone fácil a nadie, oculta el significado último de las cosas entre nubes de humo tóxico, y la ausencia de toda nostalgia y verdadero romanticismo que la materia prima parece evocar (pero solo parece) nunca llegan a materializarse en pantalla, a enganchar al espectador de una manera directa o visceral. Claro que dos emociones tan aparentemente ingenuas como nostalgia y romanticismo son dos términos que no se llevan particularmente con la personalidad de sus dos autores...

El argumento de Puro Vicio sigue los confusos pasos del peculiar detective privado Doc Sportello (Joaquin Phoenix), un fumeta que se pasa el día añorando a su exnovia Shasta (Katherine Waterston) y fumando porros. Todo cambia en la primera escena, cuando la joven reaparece inesperadamente en su despacho (léase salón de casa) para contratar sus servicios y encontrar a quien se ha convertido en su amante, un rico constructor inmobiliario desaparecido en misteriosas circunstancias. La investigación, o más bien el cúmulo de casualidades e intereses creados que envuelven a Sportello, destapará un monumental lío en el que Shasta también acabará en paradero desconocido y que envuelve a un agente con métodos extremos, un "topo" infiltrado y hasta bandas neonazis, todo ello entre fiestas, sectas, engaños y -sobre todo- muchos, muchos porros...

Si han llegado hasta aquí tras el disuasor primer párrafo, enhorabuena. Porque si han abandonado entonces, desde luego Puro Vicio no es su película. Puede que estemos ante la obra más fácil de P.T. Anderson y la novela más accesible de Thomas Pynchon, un thriller negro con altas dosis de comedia y hasta romance, pero de todas formas estamos ante un hueso duro de roer. Puro Vicio recoge todos los elementos de un cine que llamaríamos comercial, pero en su ADN hay un animal independiente, exige predisposición al espectador y ni siquiera puede tirarse a la basura a la ligera, si es eso lo que desean.

Para empezar, su voluntad de transgresión, amargura y extravagancia la emparentan directamente con el añorado cine de los 70 (durante unos instantes vino a mi memoria Punto Límite: Cero, pese a sus evidentes diferencias), al fin y al cabo aquel que comenzó a analizar con desencanto la caída del sueño americano y de toda una generación de idealismo. Y la complejidad de su intriga, envuelta en conspiranoia y hasta visiones demenciales, se desenreda en un guión que remite directamente a la novela y el cine negro más sui generis (referirnos aquí a Chinatown resultaría obvio, pero ahí queda) en su retrato de las fuerzas ocultas que subyacían tras los choques culturales de los 60. Todo esto, que en manos de otro podría haber sido un intrascendente pastiche, Anderson lo pone en escena sin concesiones a la galería, huyendo de lugares comunes (olvídense de planos de recurso de playas, olas y mujeres descaradas) pero con una seguridad y talento apabullantes.

Una pena que Puro Vicio carezca de ese espíritu y magia que convierte una buena película en aquella que deseamos ver una y otra vez. La de Anderson es, en este sentido, como contemplar desde fuera una fiesta a la que no hemos sido invitados, y justifica el adjetivo que abría este comentario. La sabiduría de Anderson está en no depender del pie de la letra (pese a que la adaptación de la novela de Pynchon es más literal de lo que podría parecer) sino de los conceptos e ideas que se disciernen en la lejanía, entre el humo, más allá de su hibridación de códigos de género y personalidades. Y sobre todo, saber apoyarse en un reparto sin fisuras en el que brilla un impresionante Joaquin Phoenix, su némesis Josh Brolin (hubiéramos deseado más de su personaje) y un descubrimiento, Katherine Waterston, cuya enfermizamente atractiva interpretación aporta el foco humano y la justificación a semejante locura. Porque la vida es como un buen porro, son dos caladas y después todo se va quemando... menos el deseo, el vicio y el absoluto sentimiento de pérdida que despierta una buena Femme Fatale.

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