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Juan Manuel González

Crítica: 'El Niño 44', con Tom Hardy

El Niño 44 trata de encajar los horrores del comunismo en una trama de thriller, pero se confunde por el camino.

El Niño 44 trata de encajar los horrores del comunismo en una trama de thriller, pero se confunde por el camino.
Tom Hardy y Gary Oldman | Archivo
Póster El niño 44
Puntuación: 4 / 10

Si la dispersión narrativa tuviera nombre de película, bien podría ser El Niño 44. La adaptación del best-seller de Tom Rob Smith, que por cierto fue el origen de una valorada trilogía literaria de misterio, tiene los mismos defectos que Dinero Sucio y El Invitado, las anteriores obras del director chileno-sueco Daniel Espinosa. También de algunas de las películas recientes de Ridley Scott, que aquí ejerce de productor a través de Scott Free. Es decir, una excelente premisa, sólidos valores de producción y una buena ejecución visual, pero también una ambición de trascender otros ejemplares del género que, lejos de elevar el resultado, acaba dando al traste con las buenas intenciones, sumiendo el producto en una indecisión que en este caso resulta tóxica por el exceso de frentes argumentales abiertos.

Pero la carta de presentación de El Niño 44 es su historia, y en este sentido es inmejorable. En la Rusia comunista de los años 50, un brutal asesino de niños opera con total libertad ante el desinterés de la policía de Stalin, más ocupada en eliminar cualquier intento de disidencia entre la población que en la desaparición de inocentes. Precisamente un oficial de las checas, Leo Demidov (poderoso Hardy) se sentirá interesado en el caso (por razones que la película de Espinosa no acierta a redondear) mientras lidia con un grave problema personal, la oposición de sus superiores y -sobre todo- la brutal enemistad de su compañero Vasili (Joel Kinnaman, actor fetiche del director).

Espinosa dilata los prólogos y nos entrega más de media hora de justificaciones hasta llegar a lo que finalmente acaba importando, esa trama de thriller con asesino psicópata de por medio que aparece demasiado tarde y que pierde efecto sorpresa y potencia por esa voluntad del director de 1) detenerse en los horrores de la guerra y la dictadura comunista (indiscutibles) y 2) justificar aquello que ya hemos aceptado, parándose a contar aquello que el espectador sabe deducir. La película insiste en contar en lugar de mostrar, y el resultado son minutos y minutos de penosa contextualización que se acumulan en una narración larga, con demasiado afecto por el mostrar lo patético pero nunca realmente inquietante. Si a Jonathan Demme le bastaron 110 minutos para mostrar todo lo que habitaba bajo El Silencio de los corderos, Espinosa necesita casi 140 para rematar un thriller histórico ambicioso que no necesitaba justificar su crítica a ese pretendido paraíso stalinista y sí una mayor economía, desperdiciando el andamiaje evidente (no falta, ni siquiera, referencias a la saga Bourne que ya existían en su anterior El Invitado: Leo es, al fin y al cabo, un disidente del sistema, por mucho que esta vez sea el comunista) pero también el subtexto psicológico, tan tópico que la propia película se lo fulmina de un sorprendente disparo en la cabeza. En pocas palabras, que al sueco le sale mejor la película de acción que el thriller político, pero insiste en demostrar que es bueno en lo segundo.

En estas circunstancias un reparto de campanillas poco puede hacer salvo reforzar esa sensación. Preñada de nombres relevantes incluso en papeles anecdóticos (la presencia de Jason Clarke y Charles Dance resulta fugaz, extraña) y con un Tom Hardy que vuelve a demostrar que es sinónimo de eficacia y fuerza, reafirmando su condición de estrella, El Niño 44 al menos deja con ganas de leer las novelas de Smith, probablemente mucho mejor cohesionadas que el guión de Richard Price, que parece pedir desarrollarse como una lujosa miniserie más que como una oferta cinematográfica.

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