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Los chistes que nunca publicó 'La Codorniz'

Fundada por Mihura, fue una de las grandes revistas de humor españolas. Y por eso mismo tuvo no pocos problemas con la censura.

Fundada por Mihura, fue una de las grandes revistas de humor españolas. Y por eso mismo tuvo no pocos problemas con la censura.
Álvaro de Laiglesia | Archivo

Fue La Codorniz una gran revista de humor, la que más tiempo en su género ha durado en la historia de la prensa española: desde 1941, cuando fue fundada por Miguel Mihura, hasta 1978. Quien permaneció al frente de ella treinta y tres años fue un popular escritor, el donostiarra Álvaro de Laiglesia, que falleciera en Londres el 1 de agosto de 1981. Se le atribuían chistes y viñetas… que nunca realmente aparecieron en sus páginas. Era la imaginación popular quien creaba aquellas historietas inventadas, atribuyéndolas al ingenio de los humoristas de "La revista más audaz para el lector más inteligente", leyenda original del propio director del semanario.

Del propio Álvaro de Laiglesia recogemos algunas de aquellas inventadas historietas que jamás se publicaron y, por tanto, no existieron siquiera en la mente de ninguno de sus dibujantes. La más divulgada fue "la del tren". Supuestamente, en la portada de La Codorniz aparecía la entrada de un túnel y las páginas que seguían estaban todas negras, sin imágenes ni textos, hasta llegar a la contraportada, donde "se veía" la salida del túnel. "Fue un bulo de lo más infundado", contaba el director. Cronológicamente, en la lista de chistes que se les atribuía hay que referir el de un recuadro destacado con el titular del siguiente parte meteorológico: "Reina un fresco general procedente de Galicia que tiende a dominar a toda la Península".

Álvaro de Laiglesia decía con toda lógica: "De haberse publicado tal parte habría dado con mis huesos en la cárcel". ¡Buena estaba la censura para que nadie hiciera bromas a costa de Franco..! Cierto día se presentaron en la redacción de la revista un par de inspectores de policía con el propósito de que se les entregara determinado ejemplar de La Codorniz, aquel según ellos donde se había insertado un artículo acerca de "La moto verde del Marqués de Villavespa". Se les dijo que aquello era un infundio sin base alguna, pues no existía ningún ejemplar con tal disparate, añadiéndoles que fueran ellos los que encontraran "el cuerpo del delito", es decir, un número de la revista inexistente con tal juego de palabras. Les recuerdo que don Cristóbal Martínez-Bordiú era yerno del Jefe del Estado, ostentaba el título de Marqués de Villaverde y había conseguido, se decía, junto a otros socios, entre ellos Nicolás Franco, su tío político, la concesión para España del negocio italiano de la moto Vespa.

Un tercer bulo recorrió España entera, pueblo a pueblo, asegurándose que La Codorniz había incluido en sus páginas, hartos sus responsables de que la censura los friera a multas, la siguiente ecuación: "Almohadín es a almohadón, lo que cojín es a equis. A nosotros nos importa tres equis que nos cierren la edición". Dada la extensiva creencia popular de tal mentira publicada, Álvaro de Laiglesia llegó a afirmar que "El Postulado del Almohadón llegó a ser tan popular como el de Arquímedes". Lo chusco del asunto es que más de un lector se presentaba en la Administración de La Codorniz con la increíble pretensión de adquirir ejemplares de aquellos números donde pudieran aparecer tales historietas. Y se marchaban a la calle poco menos que incrédulos, decepcionados, porque los bulos los tomaban como verídicos. Sí era cierto que se divulgaban… pero inventados por alguien que nunca se identificó como autor de tales embustes.

Lo que sí resultó real muchas veces es que el Ministerio de Información y Turismo multara a La Codorniz con fuertes sumas de dinero, según resolvía su titular en los Consejos de Ministros presididos por Franco. Un serio asunto ocurrió cuando publicaron una parodia de las cabeceras de prensa de la época y al órgano falangista "Arriba" lo trastocaron en "Abajo" sustituyendo el símbolo del yugo y las flechas por un plato y cinco cucharas. El multazo fue de órdago y a Álvaro de Laiglesia por poco lo empapelan, nunca mejor dicho tratándose de un periodista.

Los expedientes administrativos se sucedían, por ejemplo al publicarse unas historietas de chicas en bikini. ¡Había que salvaguardar la moral y los censores franquistas consideraban obscenos aquellos dibujos! Eso, en el verano de 1966. Otro expediente: por comentar el texto de un anuncio que rezaba: "En doce días el busto más flácido se vuelve firme, terso y perfectamente moldeado". Cuando publicaron un número extraordinario dedicado al "Humor verde", también les llegó el correspondiente rapapolvos ministerial. Todo por publicar el chiste de una niña que ante la presencia de una vendedora exhibía una muñeca y le increpaba: "¡Nada de chupa-chups! ¡Píldoras antimuñecas!". Y otra queja, por un chiste de náufragos en el que aparecía un hombre terminando de armar una cama en presencia de una mujer.

La cantidad de expedientes daría para cientos y cientos de artículos. Por publicar cosas como éstas: "¿Padece Supermán impotencia sexual?". "El pito", refiriéndose al silbato arbitral. "¿Practicarán el onanismo los siete enanitos?". Y en plena crisis universitaria, dos viejecitos miopes que ante una manifestación estudiantil, se decían: "¡Cómo ha cambiado la Tuna!".

La revista sufrió varias suspensiones, la última, de tres meses, entre junio y septiembre de 1975; es decir, dos meses antes de que muriese Franco. Repasando las páginas de La Codorniz puede interpretarse cómo fue aquel régimen de los vencedores de la guerra civil con respecto a la prensa y en concreto al humor. Claro que en los inicios del semanario, era de color blanco, sin la acerada crítica de los años siguientes. A modo de ejemplo, en el número 1 del 8 de junio de 1941, la portada, firmada por Tono mostraba a una señora gorda dirigiéndose a un señor barbudo: "¡Caramba, don Jerónimo! Está usted muy cambiado". Y el señor: "Es que no soy don Jerónimo". Y la señora: "¡Pues más a mi favor!"

Con Álvaro de Laiglesia de director, los chistes ya fueron de otro jaez y la censura y los tribunales no lo dejaron nunca tranquilo. Él se lo tomaba a beneficio de inventario. Era un tipo de aspecto serio, con una voz grave que parecía engolada, autor de una treintena larga de libros de humor, de un montón de comedias, aunque lo que más le satisfacía era, por contraste, aquello que más problemas le daba: dirigir La Codorniz.

Lo entrevisté una vez en su despacho, en el décimo piso del edificio entonces de la Asociación de la Prensa, en la madrileña plaza del Callao. Estaba separado de su mujer hacía años y convivía con una conocida modelo publicitaria de nacionalidad británica. Le pedí que me definiera el amor. Y así lo hizo: "Es el deporte que se practica con más gusto".

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