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Marty McFly, bienvenido a 2015

21 de octubre de 2015. Hoy, Marty McFly llega desde el pasado y se encuentra un futuro (presente) de coches voladores.

El fenómeno fan y la cultura de la nostalgia llegan a su apogeo este 21 de octubre de 2015. Marty McFly y Doc llegan desde 1985 a bordo de un DeLorean volador para intentar que, ya saben, los hijos de él no hagan el McFly y echen su vida por el retrete. Y en general para comprobar si en el futuro nos hemos vuelto un poco "gilipollas o algo parecido". En el fondo, de eso va la trilogía Regreso al Futuro, una película que logró que creyéramos que los viajes en el tiempo eran posibles si eras capaz de aplicar 1,21 gigavatios a un extravagante deportivo americano… pero que -no nos engañemos- era bastante más que eso.

Porque, pese a lo espectacular de los rayos y los truenos ideados por su director, Bob Zemeckis (permítanme que le tutee), su película en realidad no da comienzo hasta que el bueno de Marty McFly se cruza con George, su joven padre, en una cafetería allá por el año 1955. De hecho, pese a su fama de película de efectos especiales, en la primera Regreso al Futuro apenas encontrarán un puñado de ellos. Porque aquí lo importante era la comedia, y la comedia aquí surgía de las relaciones familiares, de la confrontación generacional y el choque de expectativas, no tanto de la ciencia ficción de magazine pulp en el que se criaron sus hacedores. Que ésta resultase tan acertada, al igual que las predicciones sobre este 2015 que nos ha tocado vivir, es casi otra cuestión diferente y que no hace sino magnificar el alcance de los filmes.

Y aquí, un inciso: la película que dibuja ese 2015 a medio camino entre la chirigota y la certidumbre es Regreso al Futuro II. Y es una de las mejores secuelas que existen. Compleja, arriesgada y diferente, visionaria en su concepción industrial (fue rodada junto a la tercera entrega, ahora un proceso más habitual), la película renuncia a repetir los méritos de la entrega previa para "sumergirse" literalmente en ella desde un ángulo diferente, introduciendo a los personajes como observadores de sus propias acciones en la anterior aventura… que Zemeckis exprime y cuestiona hasta el límite de torsión, aderezando el conjunto con un humor premeditadamente ridículo. Una apología de la paradoja temporal que, en la primera película, se circunscribía a la familia McFly y que aquí creaba todo un Estados Unidos alternativo, el Biff-horrific.

Ahora, analicemos nuestro propio espacio tiempo, una línea temporal donde Marty y Doc han tenido su buena dosis de influencia. ¿Qué significa este artículo que están leyendo? Noticias sobre los inventos que hemos visto y no hemos visto. La mitología y vocabulario ("¡gallina!") de la saga elevados a cultura popular. Las mil anécdotas del rodaje, desde el despido de Eric Stoltz hasta la sustitución de Claudia Wells o Crispin Glover en las secuelas. Merchanding hasta en el Alcampo un cuarto de siglo después del estreno. Hemos hablado del apogeo de una cultura superficial de la nostalgia, pero al menos permítanme aseverar algo: Regreso al Futuro es la película perfecta para ilustrar ese fenómeno, porque va con la nostalgia ya incorporada en su argumento ("es un tema antiguo… bueno, es antiguo de donde yo vengo", dice Marty McFly antes de tocar "Johnny B. Goode" ante un auditorio ojiplático). Y con un toque de picante: todo en la saga estaba mezclado con un cierto optimismo ochentero que también podríamos tachar de materialista, y que el propio Zemeckis detectó y anuló en las secuelas. Resulta que tomándose a cachondeo el futuro, sus responsables acertaron tanto o más que Kubrick en sus graves utopías de ciencia ficción. ¿Qué dice esto de nosotros? Mejor que lo analicen en la sección de ciencia.

Porque aquí nos circunscribimos a su impacto en el público. La presencia de la saga protagonizadas por Michael J. Fox y Christopher Lloyd en la cultura popular ha sido constante este 2015, culminando con un relanzamiento en alta definición cuyos contenidos adicionales se han convertido casi en noticia de primera plana (sí, ese tráiler de Tiburón 19 que nunca veremos; los robocordones, el hidratador de pizzas y, diablosdiablos, ¡el aeropatín de Mattel!...). Es la demostración de que toda una generación de treintañeros nos criamos con un pie en Carabanchel y otro en Hill Valley.

Una muestra de cariño tan importante no puede ser un tema intrascendente. Que el mundo propine semejante abrazo a la saga es algo muy bonito. Pero corremos un riesgo grave, una paradoja que haría gritar de pánico al mismísimo doctor Emmet Brown: reducir los méritos de una trilogía importante a un puñado de anécdotas y recuerdos generacionales. Trivializar su atractivo. Menospreciar su contenido real, satírico, también su prudente apología del esfuerzo personal, haya o no haya un todo terreno negro esperando en el garaje (mejor no le preguntemos a Monedero qué opina de esto, si es que la ha visto). Saturar el mercado, en definitiva, de tonterías como este texto.

Porque eso da armas a los que menosprecian los méritos de su realizador, Robert Zemeckis, a punto de estrenar película este diciembre y todavía, para no pocos, un director de "películas para niños". Esta es una batalla que hay que librar, créanme que es así, y cierto desdén asoma cuando toca valorar los méritos de la trilogía. Me temo que esta presencia mediática construida en base a anécdotas rearme al enemigo. Y eso es algo que no debemos consentir. Tras este pico de interés, Regreso al Futuro debe permanecer en nuestro recuerdo, seguir siendo entendida no sólo como un juguete, una camiseta friqui, sino una obra creativa repleta de soluciones influyentes capaces de reactivar varios géneros de un plumazo. Esto es cine. Buen y saludable cine. Al fin y al cabo, sentarse a ver cualquiera de las tres películas (sí, incluso la tercera, un western que decide que, al final, lo mejor de todo es retirarte lejos con la mujer de tu vida) es un absoluto placer.

Y ahora, permítanme que les invite a una Pepsi Sin. ¿Sin qué? ¿Sin pagar? ¡Ja!

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