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'Los zapatos no vuelan': la vida del obrero de la música

El trabajo de Gené Cort narra el precio que se suele pagar por hacer lo que te da la gana.

El trabajo de Gené Cort narra el precio que se suele pagar por hacer lo que te da la gana.
Los miembros de Sex Museum en 'Los zapatos no vuelan' | Archivo

La vida del artista medio, del obrero musical de la escena madrileña, debe ser similar a encontrar agua en un desierto. Los zapatos no vuelan no es tanto un documental como, en cierto modo, una película de supervivencia, una en la que sus protagonistas no huyen de nada (no, ni siquiera del casero) sino que simplemente se afanan en persiguir su sueño. De vez en cuando surge un Bunbury o unos Vetusta Morla, pero en esta historia, a diferencia de la mayoría de hagiografías musicales, el éxito no es lo importante.

Grupos como Le Punk, Sex Museum, Garaje Jack o Crudo Pimento narran de primera mano sus vicisitudes, incluso sus ocasionales encontronazos de la fama (una dama peligrosa que a veces conviene rechazar) sin pedirnos nada a cambio. Los zapatos no vuelan describe el esfuerzo diario de ganarse la vida en la escena independiente, pone el énfasis en el trabajo de cargar y descargar el camión hasta desmayarse y no en la nostalgia por tiempos mejores. Al contrario: te dice que quizá estos nunca existieron; y que sin duda cada día puede ser el último porque sí, vivir de la música es como buscar un oasis.

Por eso tiene la extraña virtud de llegar no solo a los músicos, sino a todo aquel que alguna vez haya querido dedicarse a algo. Uno de los grandes aciertos del documental de Francisco Gené Cort es narrar esta lucha sin afectaciones, presentando a unos protagonistas a menudo felices de, al menos, haber podido encontrar el camino correcto. Casi todos ellos son bandas de éxito moderado pero que nunca han "roto" la barrera de lo masivo (o que lo han dejado cuando eso estaba a punto de ocurrir). La irrupción de internet y la piratería, la insalvable situación de la industria e incluso la llegada del éxito (que no es exactamente la recompensa final) hacen su aparición a lo largo del largometraje, pero lo importante aquí es la descripción del puro y duro trabajo; la consecución del deseo es algo más personal que material.

El trabajo de Gené Cort narra el precio que se suele pagar por hacer lo que te da la gana. El panorama de la escena musical madrileña aparece perfectamente retratado, pero más interesante que esto es cómo dar de comer al monstruo de las pasiones, sea al precio que sea. Sin filtros románticos, pero sin victimismos innecesarios ni mensajes políticos, además te permite oír mucha música. En menos de hora y veinte nos ponen muchas canciones, nos sumergimos en locales aseados y también (mejor) tugurios de nocturno atractivo. Todos ellos dan densidad y ambiente a Los zapatos no vuelan, un ameno documental que tiene la extraña virtud de tratar un tema amargo con una mezcla de ilusión y afecto.

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