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Juan Manuel González

Crítica: 'Valerian y la ciudad de los mil planetas', de Luc Besson

Valerian es una adaptación de cómic, sí, pero de un cómic europeo. Y eso se nota y se agradece.

No extraña demasiado que Valerian. La ciudad de los mil planetas, costosa adaptación de un cómic francés de ciencia ficción a cargo de un Luc Besson deseoso de repetir la jugada de El Quinto Elemento, se haya estrellado como lo ha hecho en la taquilla americana. Es decir, estrepitosa y absolutamente. Valerian es una adaptación de cómic (en este caso Valérian y Laureline, de Pierre Christin), sí, pero de un cómic europeo, y pese a la familiaridad de todos los elementos del pastiche, que en el filme se codifican en una suerte de James Bond o incluso una película de piratas en el espacio, sin duda representa un territorio conceptual extraño para el público adolescente de multiplex, tan poco tolerante a las extravagancias cuando no vienen patrocinadas por una marca conocida.

Lo que no quiere decir que Valerian esté libre de defectos, al contrario. Es toda ella un defecto, una anomalía. Su excesiva duración (casi 140 minutos) hace difícil que el interés se mantenga de manera regular, y desde luego juega en contra de una intriga que acaba derivando en una crítica al imperialismo militarista un tanto convencional, pero que al menos dota de sustancia expresiva a un tercer acto un tanto farragoso que casi arruina el sobrecogedor, histérico y maravilloso comienzo. Aquí es cuando Besson se muestra ágil e inventivo, divertido y entusiasmado con el material mientras salta de una idea narrativa y estilo visual a otro, ya sea un montaje documental con textura de celuloide viejo a ritmo de David Bowie (atención a la aparición de Rutger Hauer) hasta el motion-capture de la prístina era digital de Avatar, con el galo tomando sin asomo de vergüenza las ideas ecologistas y el diseño de personajes de la película de Cameron... para luego introducirnos, con un solo corte de plano, de cabeza en una screwball comedy de ambientación sci-fi a mayor gloria del casting más extraño que hayamos visto este año.

En efecto, Dane DeHaan y Cara Delevingne no logran que nos olvidemos que El Quinto Elemento estuvo protagonizada por dos animales como Bruce Willis y Milla Jovovich en toda su plenitud carnal. Ningún problema con sus interpretaciones, en realidad, pero el juego de lo chocante que practica Besson en esta ocasión sí le sale caro: Valerian es un filme huérfano de carisma en su casting, lo que no quita para que incluso la marciana elección actoral tenga su atractivo como futura rareza. Ninguno de los dos, sin embargo, sostiene la caída de interés del último tercio del largometraje, la que le complica las cosas de verdad. La ambición y desequilibrios del conjunto, incluyendo un guión demasiado explicativo, pasan al final su factura, con el último desvío de la historia (el que introduce al personaje de Rihanna) que es delicioso y raro en sí mismo, pero que saca a la película de su asunto troncal de manera abrupta. Afortunadamente Valerian es una adaptación de cómic orgullosa de serlo, incluso cuando cambia de tercio como un lector cambia de historieta. La fricción que ocasiona el carácter episódico del relato no es sino la de un entusiasmado lector que acaba un número y da su salto al siguiente en la misma colección. Entiendo, pues, a Besson en su voluntad de no dejarse nada en el tintero.

El colorido visual y afán de sorprender también juegan su papel en un excesivo e imposible remedo de aventura de James Bond de los 70, de las que incluían comedia bufa y que venían protagonizadas por un Roger Moore condenado a quedarse atrapado en un espacio reducido con la chica Bond de turno. Aquí no hay turno ninguno, sino una clásica screwball comedy que oscila entre lo cursi, lo romántico y lo carnal, con un saludable punto de la perversión sexual tan querida por el director de León que ofenderá el intelecto de aquellos que se creen por encima del material que han acudido a ver. Una sensualidad europea que no resulta ajena a Besson pero sí al conservador panorama del blockbuster contemporáneo, más cómodo en la apología de la familia y la marca registrada que en la romántica sexualidad que laten en Valerian. Me pregunto, al igual que con la pura serie B de La Torre Oscura, si el tratamiento que la crítica y el público ha dispensado allí a la película habría sido el mismo de tener el logo Marvel delante del título, en vez del de Europa Corp.

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