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Juan Manuel González

Crítica: 'Phantasma. Desolación'. El final del Hombre Alto

Phantasma V no es un remake nostálgico, simplemente "es". Una producción de serie Z de las de directo a vídeo como las que veíamos en los 80/90.

La saga Phantasma, al igual que la de Muñeco Diabólico, goza de una particularidad dentro de las series de terror de los 70/80 que la convierte en casi única. Una que tiene su cara y su cruz, al menos de cara a su repercusión comercial: la original estrenada en 1979 es de las pocas en no haber sufrido un reinicio o remake en la última década (al contrario que los zombies de Romero, La Matanza de Texas o Pesadilla en Elm Street) y casi la única en la que su control creativo ha permanecido en manos de su creador original, pese a los vaivenes de producción de la saga. Don Coscarelli, artesano de la serie B que aquí permanece en el guión y la producción, afronta con esta entrega final de Phantasma, la quinta, el (aparente) desenlace de la historia de Reggie y el Hombre Alto con una historia fiel a las coordenadas originales, pero lastrada por una factura casi amateur.

En efecto, Phantasma: Desolación está rodada con cámaras digitales y no hay ni un solo plano en la película, ni uno solo, en el que ésta no luzca baratísima. La textura del celuloide y los FX artesanales otorgaban a los filmes originales todo su irregular encanto, uno que aquí ha desaparecido en virtud del artificio casero más triste... al menos en apariencia. Y es que, aquí está lo complicado, Phantasma V es tan fiel o más al concepto original que alguna de las anteriores secuelas de Coscarelli. Podríamos decir que ese descuido con el que está hecha es lo peor del asunto, aunque lo asequible de esa tecnología es probablemente el único motivo que la ha hecho posible.

Desolación adopta la forma del sueño de un moribundo (aunque quizá no) que sirve para cuestionar la fina línea entre fantasía y realidad que ha sostenido la idea original de Coscarelli, un filme memorable por la creación de una de esas figuras terroríficas, el Hombre Alto (de nuevo Angus Scrimm, aquí a unos meses de su fallecimiento) capaz de pervivir en las pesadillas de una generación al igual que Freddy Krueger o Jason Vorhees; y sobre todo por una atmósfera malsana y onírica mucho más visceral que la de Wes Craven en sus Pesadillas. Coscarelli, pese a rodar otro éxito de la serie B como El Señor de las Bestias, nunca llegó a insertarse en la industria como lo hicieron algunos de sus coetáneos, pero su dedicación artesanal al género y su insistencia (Bubba Ho-Tep, John muere al final) no deja de granjear simpatías.

Dedicada, por tanto, a los pocos fans del original que queden, pero a la vez ajena totalmente a experimentos nostálgicos y recuperaciones en forma de remake, Phantasma V simplemente "es". Se trata de un filme de terror de los de videoclub de los 80/90, cortito y entretenido, con un héroe más parecido físicamente a Chiquito de la Calzada que al sheriff de The Walking Dead que ahora mismo ocupa la imaginación del aficionado al género. Es un filme, también, consciente de sus limitaciones y de su surrealista aliento pulp, y por eso mismo, triste por aquello en lo que ese concepto ha devenido. No es peor para el aficionado al fantástico que un capítulo de esa serie con zombies que bate récords de audiencia, pero sí infinitamente superior a la de otras tonterías irónicas de serie Z de la marca Asylum que han llenado el consumo de Video on Demand de las plataformas digitales, esos escaparates en los que han devenido los antiguos videoclubs de barrio. Quienes admirasen la experiencia de mirar las cajas en los lineales del local de su barrio, o un poco antes disfrutar de sesiones dobles de serie B, entenderán el atractivo de esta Phantasma V, un filme cutre que hubiera necesitado más dinero para desarrollarse adecuadamente, pero digno en su voluntad de poner un broche emotivo e indisimuladamente melodramático a una noble serie de películas de culto. Los demás, abstenerse.

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