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Premios Goya 2018: El cine español vuelve a presumir de lo que no tiene

El cine español volvió a presumir de lo que tan desesperadamente intenta conseguir en otra aburrida gala de premios. 

El cine español volvió a presumir de lo que tan desesperadamente intenta conseguir en otra aburrida gala de premios. 
Premios Goya 2018: la fiesta (feminista) del cine español

Diversidad, feminismo y originalidad. El cine español volvió a presumir de lo que tan desesperadamente intenta conseguir, por mucho que sume su cuarto año consecutivo subiendo espectadores. Era una edición sin claro favorito, pero el combate final se libraría entre Verano 1993 y La Librería, aunque Handia les adelantó a todas en cuanto a número de cabezones. Tenía que ser una lucha entre mujeres –la debutante Carla Simón vs la veterana Isabel Coixet, ambas ganadoras como novel y consagrada– en un año en el que los Goya se habían colgado a sí mismos la etiqueta de feministas y contra el machismo. El titular, como ven, no los dieron ya hecho.

Verano 1993, la más independiente de las dependientes, había gustado a los Feroz y era la favorita en las apuestas; la segunda fue la ganadora en los Forqué y las medallas del CEC, último giro de timón de una relativa sorpresa. La película de Carla Simón fue la elegida para viajar a los Oscar, aunque no pasó el corte, y la segunda logró un aceptable éxito en su área. Pero en su contra pesaba el haber sido producida en régimen de coproducción y estar rodada en inglés, herramienta perfecta para traer a Bill Nighy y Emily Mortimer. La liebre, por tanto, podía saltar para cualquier lado en un año sin ningún éxito radical entre las nominadas.

Y saltó convirtiendo La Librería en la ganadora final, rechazando –con cierta sorpresa– ese discreto guiño a los que se han quedado con ganas de mambo en el procés (el mismo contra el que se había manifestado Coixet, también catalana) premiando una película tan de allí como Estiu 1993. Un apunte desencantado: con tanto ruido de abanicos, a la Academia no le iba a quedar fuerza para premiar a un filme de género como Verónica, quizá la experiencia más completa del cine español de este año. No, este año no hubo ningún título arrasador, un abusón del estilo La isla mínima o No habrá paz para los malvados que pusiese la gala del revés.

Hay que subrayar, después del de Coixet, el triunfo absoluto de la vasca Handia, que arrasó con casi todos los técnicos y algunos artísticos, 10 premios que dejaron en la cuneta películas como Verónica o Pieles (la tercera película con más premios tras Ay, Carmela y Mar Adentro); y el previsible premio a Javier Gutiérrez, genio incontestable en la no genial, pero sí infravalorada, El Autor.

Hubo discursos como el de los vicepresidentes, siempre un buen momento para ir al baño. Barroso y Navas quisieron erigirse en altavoz de los oprimidos y acabaron, sin querer pero queriendo, erigiéndose en transmisores de cierto odio. Lo hizo mejor Javier Gutiérrez, simplemente dedicando su Goya a los actores que no llegan a fin de mes. Y decepción absoluta de los chanantes, que condujeron una gala sin ritmo en la que ni siquiera los vídeos pregrabados aportaron algo. Claro que hubo chistes buenos, como ese remix de Perales, pero apuesten conmigo a que la idea proviene de algún late night cruzando el charco. Que la adormecida platea, claramente a la defensiva, tampoco respondiese y nos contagiase algo de entusiasmo desde luego no les ayudó nada. Dos minutos le bastaron a Santiago Segura para leerles la cartilla con un retorcido speech lleno de pullas y carácter.

Romper tabúes es muy cansado, de modo que uno por año, oigan. El de este era la reivindicación feminista de una gala que, por cierto, tampoco destacó especialmente por haber nominado a mujeres fuera de las categorías más pintonas. Algún día comprenderán que no hay nominadas porque no hay contratadas. Porque lo más importante son las apariencias, los discursos y las reprimendas. Al final, ni de eso hubo, pero la amenaza de ello fue lo más mediático en una edición en la que, de nuevo, las películas parecían lo menos importante. Disfrazados de feministas porque en eso es lo que están ahora los americanos, por una especie de deseo de simetría catártica, pero ¡ay! sin una sola denuncia concreta que echarse a la boca.

Y encandilados por sí mismos, por la ristra de conquistas sociales logradas esta noche, ese pedazo de altavoz social que los Goya insisten en ser se despidieron hasta el año que viene. Porque como dijo Julián López en otros premios, "ustedes han venido aquí a beber". Misión cumplida.

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