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Crítica: 'Nymphomaniac. Volumen 1' de Lars Von Trier

Y finalmente llegó Nymphomaniac, la polémica y muy anticipada provocación cinematográfica del danés Lars Von Trier, abordando ahora la crónica vital de una ninfómana (Charlotte Gainsbourg) desde su infancia hasta su problemática y retorcida vida adulta. Un filme que ha generado decenas de titulares por todos los motivos posibles, ya sea por la anticipación de las escenas de sexo duro que prometía su argumento (¡porno y Lars Von Trier!), por el uso masivo de efectos visuales CGI para simular las partes pudendas de sus estrellas hasta las clásicas declaraciones en tono de lamento de algunos de sus actores, torturados con gustazo por un travieso autor en pos del, ya saben, necesario clímax artístico y sexual de su fábula. Nymphomaniac, en definitiva, prometía todo un show de cine con pedigrí capaz de hacérselas pasar canutas a los guardianes de la moral, epatar burgueses y deleitar a buscadores de obras maestras, aunque al tiempo amenazaba con desvelar demasiados de sus encantos antes incluso de su desembarco en salas.

Y cuando lo ha hecho ha sido en dos partes, dos. Debido a su enorme duración de cinco horas, y tal y como reza un solemne anuncio antes de la película, Nymphomaniac tuvo que afrontar su estreno en dos volúmenes autorizados por el propio Von Trier (eso se esfuerza en aclarar el susodicho, no sea que alguien piense que se hace por negocio, como Peter Jackson y sus hobbits) que son los de este pasado día 25 de diciembre y el que se verá de a finales de enero de 2014 (Volumen II), sin que -por cierto- apenas hayan mediado pases para la prensa antes de su estreno.

En efecto, procesar el volumen I de Nymphomaniac lleva un cierto tiempo, en parte porque al fin y al cabo estamos sólo ante media película. Pero para empezar, quien acuda a ver el experimento del danés para deleitarse con un porno bárbaro no saldrá precisamente excitado del cine. Nymphomaniac es, lo primero de todo y ante todas las cosas, una nueva afirmación de la autoría de Von Trier y su prevalencia como cineasta y profeta de la más furiosa provocación artística, una nueva demostración de su incuestionablemente brillante puesta en escena y habitual despliegue de dobles sentidos poéticos y cinematográficos. Y lo segundo, last-but-not-least, un sombrío retrato de mujer enferma a través de varias edades, ya sea la interpretada por la joven Stacy Martin como por la apaleada Charlotte Gainsbourg, preñado de, eso sí, una sucesión más o menos constante de episodios sexuales que van de lo sórdido a lo insolente.

Y en decidirse entre una cosa y otra se pasan las casi dos horas del primer volumen, al fin y al cabo una obra inacabada que -por cierto- tampoco transcurre precisamente en un suspiro.

Y es que el gran danés aborda la crónica, dividida en varios episodios autónomos y presentada como un relato oral autobiográfico -es Joe quien cuenta su historia, lo que le da cierto aire a un cuento pervertido al invento- con la habitual frialdad, cinismo y cierta prepotencia de sus mejores (y peores) películas. Nymphomaniac no es, eso hay que concedérselo, un desfile de escenas sexuales salerosas tanto como el retrato de una mujer triste y torturada, de una joven incapaz de sentir y que considera el amor una humillación... preñado de símbolos e insistentes asociaciones personales que nos introducen en territorio Von Trier patentado y se interponen entre el espectador y la película una y otra vez. Ya sea la metáfora de la pesca y el hombre pez, las relaciones entre Bach, la música clásica y hasta el código de Fibonacci aplicado a las embestidas de sus amantes, o con Poe, la muerte y la energía cinética, la narración avanza a golpe de significados aleatorios, tocando todos los palos para revolver en la metafísica del sexo como expresión torturada de una psique traumatizada por razones que aún se nos escapan. ¿Acaso esperaban algo sexy del director de Rompiendo las olas?

Pero lo que que pesa y en ocasiones saca de quicio es, al final, lo de siempre: la poca piedad de su autor con unos personajes a los que parece mirar desde demasiada distancia, su excesiva confianza hacia bromas pretenidamente provocadoras (sí, aquí tenemos fotografías de penes y la música heavy diseminada aquí y allá), y sobre todo la constante imposición al espectador de los resortes de una historia que insiste en mostrar su mecanismo más que en lograr hacernos confraternizar con el drama, maldición o don divino de la protagonista. Von Trier actúa a todos los niveles, el del metacine y el de la broma pesada, se esfuerza en abordar todos los niveles de la existencia humana por el camino (aclarando incluso aquella broma sobre Hitler ¿se acuerdan?) pero y al final su análisis humano ni molesta y ni siquiera estorba, y hasta se le escapa algún tópico por el camino. La ninfómana Joe carece del relieve trágico que le suponemos pese a la cantidad ingente de metraje dedicado su existencia. Cierta sensación de caprichosa evidencia campa por sus imágenes, causada precisamente por el dominio del medio de su autor.

Pero no nos engañemos, todo esto es sólo una perorata mía un tanto inútil. Al fin y al cabo, nos queda una película entera para cerrar el épico poema sexual de Von Trier, y lo mismo que señalábamos arriba es lo que satisfará a los fans. A falta de ver la segunda (ay), Nymphomaniac es sólo un juguete cinematográfico brillante y de excusas graves, pero que no conmueve ni escandaliza demasiado.

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